Illustration for Charlotte Appleton
Información y cáncer:
“ENFERMEDAD
Y POLÍTICA”.
Pasemos hoy del
cuerpo social al cuerpo personal. No será tan grande el salto: no nos saldremos
con ello del campo de la política. Pues ¿no es el separar la vida privada de la
pública el primer truco del Poder, que crea cada uno que tiene una vida privada
suya, con la que puede hacer lo que le dé la gana, a fin de que Capital y
Estado puedan hacer con el conjunto de las vidas privadas lo que Ellos quieran,
o sea que cada uno en su casa, para que Dios en la de todos? Pues entonces,
cuando a la gente se le hace creer que la enfermedad de cada uno es cosa
privada y suya (ejemplo eximio: porque la enfermedad de uno es lo que le hace
ser propiamente uno y le da su personalidad privada: sanos y hermosos, todos
somos iguales), se está con ello haciendo política, infundiendo ideas falsas,
que es el arma primera del Poder; así que aquí nosotros, cuando entremos a
averiguar qué pasa con las enfermedades y a descubrir sus mecanismos, estaremos
haciendo también política; la contraria, naturalmente. A mí de pequeño me había
comprado mi padre un libro de aquellos que sacaban para ayudarles a los niños a
tragar amenamente las amargas píldoras de las Ciencias; y ése tenía el plan,
apoyado en muchas hábiles ilustraciones, de explicar los órganos y fisiología
del cuerpo humano por medio de una constante comparación con la organización y
funcionamiento de una nación constituida; de manera que las fases de la
digestión aparecían como un transporte fluvial de bienes pasando por esclusas y
compuertas, distribuyéndose por canales y diversas factorías; el sistema
nervioso era un sistema de centrales eléctricas y tendidos telefónicos que
recorrían el territorio; en fin, las infecciones eran un asalto de ejércitos
invasores que querían apoderarse del Estado y alterar su buena Constitución,
mientras que allí acudían los leucocitos, soldados leales de la Nación, que aun
a costa de sus propias vidas detenían, apresaban y aniquilaban a los microbios
enemigos. Voy a seguir un poco por esa vía tradicional de poner en relación de
analogía la economía y política del cuerpo de uno con el organismo y fisiología
de los estados, generalmente usada en el sentido inverso, como en el caso
ejemplar de Menenio Agripa convenciendo a los plebeyos rebeldes para venir a
trato con los patricios por el simple medio de contarles la fábula de los
miembros, que ("no estando antaño en el consenso de todos que ahora rige,
sino teniendo cada cual su acuerdo, cada uno su discurso", según Livio lo
refiere) se habían rebelado contra el vientre ocioso y glotón y decidido no
proporcionarle y prepararle los alimentos. Plagas terribles Pero aquí, claro,
nos guardaremos de saber cuál seguimos de los dos sentidos de la analogía, el
que quiere socializar los hechos fisiológicos o el que pretende hacer pasar los
estados por hechos naturales, ni cuál de las dos cosas es la que debe explicar
la otra, o si mutuamente. O más bien, es que no vamos a usar la cosa como mera
comparación, sino con un sentido de práctica eficacia, que sirva para revelar
y, por ende, curar (puesto que la revelación de la verdadera cara de los males
es ya su cura, dado que la fuerza de los males está en ocultarse bajo caras
falsas), revelar y curar -digo- las plagas más terribles de nuestro mundo y
nuestro cuerpo. Ya un primer paso daremos por esa vía sólo con preguntarnos a
la vez "¿Cuál es la enfermedad que en el mundo actual amenaza más tétrica
y aciagamente nuestras vidas?" y a la vez "¿Cuál es la plaga más
conspicua y notoria que caracteriza a las urbes (y aun a los desiertos
intermedios) de este nuestro mundo progresado?". Pues la respuesta a la
primera pregunta apenas podrá ser otra que "Eso que llaman cáncer", y
cuya condición más notable, así visto por fuera, es que lleva ya un siglo
estando tétricamente de moda y eludiendo los millonarios esfuerzos de la
Ciencia para descubrir sus mecanismos; lo cual, aunque parezca mentira, no ha
traído hasta ahora consigo la consecuencia de descubrir que hay algo en los
supuestos mismos de la Ciencia que no marcha. En cuanto a la segunda pregunta,
si la respuesta no se les presenta tan inmediata a los lectores, bastará con
que se coloquen, como la ficción científica les enseña desde pequeños, en la
situación de un extraterrestre (pero que fuera extra- de verdad, no como esos que
se van con una nave espacial a meter por un Agujero Negro, a fin de repetir
allí las mismas tonterías que en su pueblo) que echase una mirada por encima a
las urbes y desiertos del mundo progresado: nada más notable le chocaría que el
que están plagadas de información, esto es, de signos visuales y auditivos, no
agotados en un uso inmediato, ni tampoco ornamentales, sino dando a troche
moche instrucciones y noticias: letreros de tráfico y comerciales, amén de
pintadas personales, vehículos transportando cien marcas y cifras, y hasta
peatones con camisa de letrero, completando los datos de la cartulina que
llevan contra la piel, pantallas y altavoces emitiendo constantemente mensajes
políticos, comerciales y culturales, señoras repitiéndoselos una a otra a las
dos puntas de un cable telefónico, hojas impresas volando por doquiera cargadas
de información, pitidos de guardias y guiños de semáforos, quilómetros de rayas
luminosas para guía de aviones, centros escolares atestados de gráficos, mapas
y chismes audiovisuales para guía de los niños; en fin, una cuantía de
información que se come literalmente los muros, calles, pieles, aires, ojos.
Pues bien, ¿cómo no poner enseguida en relación lo uno con lo otro? Vamos, para
el cáncer, a seguir la imaginería más avanzada que para el funcionamiento del
organismo la Ciencia nos ofrece. ¿Cuál es ella? Como por casualidad, consiste
en aplicarle al cuerpo el mismo artilugio que rige el gobierno y tráfico del
mundo: hay unos dispositivos informáticos en los centros cerebrales (más bien
del cerebelo o cerebro primitivo, oculto bajo el superior: porque éstos son
procesos de información secretos, que mejor que pasen desapercibidos para mí o
mis facultades superiores), los cuales están constantemente transmitiendo a
todos los órganos y regiones más alejadas del cuerpo humano, por medio mismo
del flujo de la sangre, y por el código más sencillo, el binario o de SI/NO,
como el de un ordenador cualquiera, mensajes o instrucciones de comportamiento,
y a cada célula en especial instrucciones sobre los ritmos y maneras en que
debe reproducirse. Centros de información Pues bien, aceptada esa imaginería,
tan verdadera para nuestra época como cualquiera otra para la suya,
preguntémonos ahora en qué consiste el cáncer. Dentro de lo incierto y
resbaladizo de lo que sabe de ese mal la Ciencia, una cosa parece clara y
constante para los varios tipos que se comprenden bajo el nombre: a saber, que
consiste en una proliferación desordenada de ciertas células del organismo.
Buscando entonces la culpa donde se debe, es decir, en los centros de
información, deduciremos que el mal viene de que se ha producido alguna
alteración o confusión en alguno de los dispositivos informáticos del cerebro o
sub-cerebro que estaban encargados de mantener el buen orden de los procesos
reproductivos. Ya sólo nos falta renunciar a la convicción de que el cerebro
elemental, en donde se sitúan esos mecanismos, esté absolutamente separado,
esté inconexo con el cerebro superior, donde se asientan mis facultades
superiores y el mecanismo de los procesos voluntarios y conscientes, entre
ellos la ingestión y procesamiento de las informaciones que por vía consciente,
y aun subliminar, se me transmiten; pues nada parece en principio oponerse a
que se supongan conexiones entre los unos centros y los otros, y a que se
investiguen con más precisión de lo que, a mi noticia, se ha venido haciendo.
Porque, si esas conexiones se establecen, entonces parece que la causa del
cáncer está clara: el exceso evidente de información a que la organización de
nuestro mundo somete los centros superiores de cada uno de los individuos de
sus masas, y sobre todo, la condición de inútil (esto es, no demandada por
necesidad ni deseo y que no se emplea ni agota inmediatamente en algo a lo que
servir) de la gran mayoría de esa información, es un hecho que debe producir
algún trastorno y malfuncionamiento de esos centros; que eso no encuentre un
cauce de repulsión ni de protesta, sino que, desapercibidamente, se acumule y
asimile, es justamente la condición para que ese trastorno se contamine o
repercuta en los centros informáticos inferiores, que así, alterados y
confundidos en sus procesos propios, transmitan a las células de algún sitio
instrucciones excesivas y malreguladas, que son las que se manifiestan como
cáncer. Esto abre una clara vía para el estudio de biólogos y médicos. Ya la
propuse el año pasado entre estudiantes de Medicina en Santiago de Compostela;
pero, aunque hasta algún ilustre Profesor presente de Fisiología me hizo la
gracia de no echar a broma el planteamiento, no parece que hasta ahora se haya
hecho mucho caso de este posible modo de ataque de la cuestión y el mal. Por lo
cual insisto. Que no es, al fin y al cabo, una investigación tan difícil, aun
dentro del estilo de investigaciones de mero tanteo y estadísticas que se
vienen haciendo sobre el cáncer: lo mismo que se investigan, por ejemplo, las
relaciones con el consumo de tabaco, nada parece impedir que se calcule al
menos la relación de la ingestión per cápita de información inútil (ya que el
cómputo de BITS de información puede hacerse muy formalmente y hasta es fácil
determinar criterios para separar la información redundante o no utilizada) con
el cáncer. No sería seguramente más caro que las otras investigaciones
millonarias que se hacen con tan escaso y dudoso resultado. Ésa es la vía de
revelación de las causas ocultas y la vía, por ende, de salud que les propongo.
¿Que habría que contar con factores de predisposición y herencia, que
explicaran que dos individuos sometidos al mismo flujo de información inútil no
contraigan el cáncer igualmente? Por supuesto; pero eso pasa con cualesquiera
causas de enfermedades que se propongan. ¿Me advierten que, como es sabido, una
cuarta parte de los cánceres más o menos se explican ya por intervención de
virus? Ta ta tá: ahí tocan ustedes a la noción de 'virus' misma y con ella al
replanteamiento de la noción de 'causa': una cuestión tan rica y apasionante
que habrá que reservarle, si la salud en tanto no nos desfallece, otra entrada
en este Rotativo.
¿Agustín
García Calvo?
Illustration for Charlotte Appleton