lunes, 9 de marzo de 2015

Poema de Rosalía de Castro: ¿Invierno?





      Los estremos nunca se tocan en un límite preciso, y sin embargo juegan un baile “discorde” sin fin, por ello: “que azotan los airados elementos”, entre lo de Arriba y lo de Abajo. Quien se dejaba sentir, sin saber,  vivamente esta imposibilidad y juego (no de la divinidad de Dios, sino la de "la Madre inmensa" o lo desconocido, como decía Agustín:  la de los simples elementos y las cosas, bailando, qué no pueden no jugar con Él), es Rosalía. Y nos sigue dejando en cada lectura de sus estraordinarios versos, sin fin de entrañas removidas, como si se asomara desde su ventana de nuevo a mirárnoslas remover.  Rosalía está viva, no ha muerto del todo.  Está aún viva, no precisamente por esa que dicen es su muerte eterna o Nombre Propio, sino por todo lo contrario, por la imposible muerte de lo vivo de verdad como ella acertaba a decirle a su adorado bebe muerto tan de repente y caído a sus pies: “¡Jamás! ¿Es verdad que todo  /  para siempre acabó ya?  /  No, no puede acabar lo que es eterno,  /  ni puede tener fin la inmensidad”. La vida era lo desconocido, la sagrada patria. Su alma no era una, estaba cayendo (arrastrada entre las airadas cosas, convertida en una de ellas...)  en “lo que hay” de desconocido en sus aguas que sueñan primaveras. Y cómo no fue del todo una, nunca murió. Y nos dejó sus vivos versos tan ellos, vueltos ahora: eterna primavera.

Cenicientas las aguas, los desnudos
árboles y los montes cenicientos;
parda la bruma que los vela y pardas
las nubes que atraviesan por el cielo;
triste, en la tierra, el color gris domina,
¡el color de los viejos!
 
De cuando en cuando de la lluvia el sordo
rumor suena, y el viento
al pasar por el bosque
silba o finge lamentos
tan extraños, tan hondos y dolientes
que parece que llaman por los muertos.
 
Seguido del mastín, que helado tiembla,
el labrador, envuelto
en su capa de juncos, cruza el monte;
el campo está desierto,
y tan sólo en los charcos que negrean
del ancho prado entre el verdor intenso
posa el vuelo la blanca gaviota,
mientras graznan los cuervos.
 
Yo desde mi ventana,
que azotan los airados elementos,
regocijada y pensativa escucho
el discorde concierto
simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!,
mil y mil veces bien venido seas,
mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
del tibio mayo y del abril risueño?
 
¡Ah, si el invierno triste de la vida,
como tú de las flores y los céfiros,
también precursor fuera de la hermosa
y eterna primavera de mis sueños...!
 

viernes, 6 de marzo de 2015

LA VENDA. Otro cuento más de Miguel de Unamuno y Jugo




Y vio de pronto nuestro hombre venir una mujer despavorida, como un pájaro herido, tropezando a cada paso, con los grandes ojos preñados de espanto que parecían mirar al vacío y con los brazos extendidos. Se detenía, miraba a todas partes aterrada, como un náufrago en medio del océano, daba unos pasos y se volvía, tornaba a andar, desorientada de seguro. Y llorando exclamaba:

-¡Mi padre, que se muere mi padre!

De pronto se detuvo junto al hombre, le miró de una manera misteriosa, como quien por primera vez mira, y sacando el pañuelo le preguntó:

-¿Lleva usted bastón?

-¿Pues no lo ve usted? -dijo el mostrándoselo.

-¡Ah! Es cierto.

-¿Es usted acaso ciega?

-No, no lo soy. Ahora, por desgracia. Deme el bastón.

Y diciendo esto empezó a vendarse los ojos con el pañuelo.

Cuando hubo acabado de vendarse repitió:

Deme el bastón, por Dios, el bastón, el lazarillo.

Y al decirlo le tocaba. El hombre la detuvo por un brazo.

-Pero ¿qué es lo que va usted a hacer, buena mujer? ¿Que le pasa?

-Déjeme, que se muere mi padre.

-Pero ¿dónde va usted así?

-Déjeme, déjeme, por Santa Lucía bendita, déjeme, me estorba la vista, no veo mi camino con ella.

-Debe de ser loca -dijo el hombre por lo bajo a otro a quien había detenido lo extraño de la escena.

Y ella, que lo oyó:

-No, no estoy loca; pero lo estaré si esto sigue; déjeme, que se muere.

-Es la ciega -dijo una mujer que llegaba.

-¿La ciega? -replicó el hombre del bastón-. Entonces, ¿para qué se venda los ojos?

-Para volver a serlo -exclamó ella.

Y tanteando con el bastón el suelo, las paredes de las casas, febril y ansiosa, parecía buscar en el mar de las tinieblas una tabla de que asirse, un resto cualquiera del barco en que había hasta entonces navegado.

De pronto dio una voz, una voz de alivio, y como una paloma que elevándose en los aires revolotea un momento buscando oriente y luego como una flecha, partió resuelta, tanteando con su bastón el suelo, la mujer vendada.

Quedáronse en la calle los espectadores de semejante escena, comentándola.

La pobre mujer había nacido ciega, y en las tinieblas nutrió de dulce alegría su espíritu y de amores su corazón. Y ciega creció.

Su tacto era, aun entre los ciegos, maravilloso, y era maravillosa la seguridad con que recorría la ciudad toda sin más lazarillo que su palo. Era frecuente que alguno que la conocía le dijese: «Dígame, María, ¿en qué calle estamos?» Y ella respondía sin equivocarse jamás.

Así, ciega, encontró quien de ella se prendase y para mujer la tomara, y se casó ciega, abrazando a su hombre con abrazos que eran una contemplación. Lo único que sentía era tener que separarse de su anciano padre; pero casi todos los días, bastón en mano, iba a tocarle y a oírle y acariciarle. Y si por acaso le acompañaba su marido, rehusaba su brazo diciéndole con dulzura: «No necesito tus ojos.»

Por entonces se presentó, rodeado de prestigiosa aureola, cierto doctor especialista, que después de reconocer a la ciega, a la que había visto en la calle, aseguró que le daría la vista. Se difirió la operación hasta que hubiese dado a luz y se hubiese repuesto del parto.

Y un día, más de terrible expectación que de júbilo para la pobre ciega, se obró el portento.

El doctor y sus compañeros tomaban notas de aquel caso curiosísimo, recogían con ansia datos para la ciencia psicológica asaeteándola a preguntas. Ella no hacía más que palpar los objetos aturdida y llevárselos a los ojos y sufrir, sufrir una extraña opresión de espíritu, un torrente de punzadas, la lenta invasión de un nuevo mundo en sus tinieblas.

-¡Oh! ¿Eras tú? -exclamó al oír junto a sí la voz de su marido-. Y abrazándole y llorando, cerró los ojos para apoyar en la de él su mejilla.

Y cuando la llevaron al niño y lo tomó en brazos, creyeron que se volvía loca. Ni una voz ni un gesto; una palidez mortal tan solo. Frotó luego las tiernas carnecitas del niño contra sus cerrados ojos y quedó postrada, rendida, sin querer ver más.

-¿Cuándo podré ir a ver a mi padre? -preguntó.

-¡Oh! No, todavía no -dijo el doctor. No es prudente que usted salga hasta haberse familiarizado algo con el mundo visual.

Y al día siguiente, precisamente al día siguiente de la portentosa cura, cuando empezaba María a gozar de una nueva infancia y a bañarse en la verdura de un nuevo mundo, vino un mensajero torpe, torpísimo, y con los peores rodeos le dijo que su padre, baldado desde hacía algún tiempo, se estaba muriendo de un nuevo ataque.

El golpe fue espantoso. La luz le quemaba el alma y las tinieblas no le bastaban ya. Se puso como loca, se fue a su cuarto, cogió su crucifijo, cerró los ojos y palpándolo, rompió a llorar exclamando:

-Mi vista, mi vista por su vida. Para qué la quiero.

Y levantándose de pronto, se lanzó a la calle. Iba a ver a su padre, a verle por primera y por última vez acaso.

Entonces fue cuando la encontró el hombre del bastón, perdida en un mundo extraño, sin estrellas por que guiarse como en sus años de noche se había guiado, casi loca. Y entonces fue cuando, una vez vendados sus ojos, volvió a su mundo, a sus familiares tinieblas, y partió segura, como paloma que a su nido vuelve. A ver a su padre.

Cuando entró en el paterno hogar, se fue derecha, sin bastón, a través de corredores, hasta la estancia en que yacía su padre moribundo, y echándose a sus pies le rodeó el cuello con sus brazos, le palpó todo, le contempló con sus manos y sólo pudo articular entre sollozos desgarradores:

-¡Padre, padre, padre!

El pobre anciano, atontado, sin conocimiento casi, miraba con estupor aquella venda y trató de quitársela.

-No, no, no me la quites... no quiero verte; ¡padre, mi padre, el mío, el mío!

-Pero hija, hija mía -murmuraba el anciano.

-¿Estás loca? -le dijo su hermano-. Quítatela, María, no hagas comedias, que la cosa va seria...

-¿Comedias? ¿Qué sabéis de eso vosotros?

-Pero ¿es que no quieres ver a tu padre? Por primera, por última vez acaso...

-Porque quiero verlo... pero a mi padre... al mío..., al que nutrió de besos mis tinieblas, porque quiero verle, no me quito de los ojos la venda...

Y le contemplaba ansiosa con sus manos cubriéndole de besos.

-Pero hija, hija mía -repetía como una máquina el viejo.

-Sea usted razonable -insinuó el sacerdote separándola-, sea usted razonable.

-Razonable ¿Razonable? Mi razón está en las tinieblas, en ellas veo.

-Et vita erat lux hominum... et lux in tenebris lucet... -murmuró el sacerdote como hablando consigo mismo.

Entonces se acercó a María su hermano, y de un golpe rápido le arrebató la venda. Todos se alarmaron entonces, porque la pobre mujer miró en torno de sí despavorida, como buscando algo a que asirse. Y luego de reponerse murmurando: «¡Qué brutos son los hombres!, cayó de hinojos ante su padre preguntando:

-¿Es éste?

-Sí, ése es -dijo el sacerdote señalándoselo-, ya no conoce.

-Tampoco yo conozco.

-Dios es misericordioso, hija mía; ha permitido que pueda usted ver a su padre antes de que se muera...

-Sí, cuando ya él no me conoce, por lo visto...

-La divina misericordia...

-Está en la oscuridad -concluyó María que, sentada sobre sus talones, pálida, con los brazos caídos, miraba al través de su padre, al vacío.

Levantándose al cabo, se acercó a su padre, y al tocarlo, retrocedió aterrada, exclamando:

-Frío, frío como la luz, muerto.

Y cayó al suelo presa de un síncope.

Cuando volvió en sí se abrazó al cadáver, y cubriéndole de besos, repetía:

-¡Padre, Padre! ¡No te he visto morir!

-Hay que cerrarle los ojos -dijo a María su hermano.

-Sí, sí, hay que cerrarle los ojos... que no vea ya... que no vea ya... ¡Padre, padre! Ya está en las tinieblas... en el reino de la misericordia...

-Ahora se basa en la luz del Señor -dijo el sacerdote.

-María -le dijo su hermano con voz trémula tocándole en un hombro-, eres madre, aquí te traen a tu niño, que olvidaste en casa al venirte; viene llorando...

-¡Ah! Si. ¡Angelito! ¡Quiere pecho! ¡Que le traigan!

Y exclamó en seguida:

-¡La venda! ¡La venda! ¡Tráeme pronto la venda, no quiero verle!

-Pero María...

-Si no me vendáis los ojos, no le doy de mamar.

-Sé razonable, María...

-Os he dicho ya que mi razón está en las tinieblas...

La vendaron, tomó al niño, lo palpó, se descubrió el pecho, y poniéndoselo a él, le apretaba contra su seno murmurando:

-¡Pobre padre! ¡Pobre padre!




Canciones y Soliloquios ¿Agustín García Calvo?





Heinrich Kühn




LXXXVIII


Cómo suenan las voces 
de los muchachos 
allá abajo en la plaza!


Ya se vuelve esta tarde
a soñar con el pozo
del huerto de Melibea. 


Ay, quién puede quedarse
viendo entrar la sombra
de estante en estante
por las ringleras de los libros! 


Ayúdame, hermana, ayuda!
La primavera está nublándome 
los ojos con sus manos.


Acechando estaba
en los túneles de mi niñez:
de las grutas del corazón
me ha saltado a los ojos.
Ayuda, hermana!


(Canciones y Soliloquios, pág. 175)





miércoles, 4 de marzo de 2015

Entrevista con Agustín García Calvo. “El futuro es un vacío que no nos deja vivir”

Texto :  Javier Bassas Vila | Felip Martí-Jufresa
Otoño (octubre – diciembre 2011)




Retrato: Pere Virgili


Agustín García Calvo (Zamora, 1926) es uno de los pensadores españoles más radicales. Su obra, que manifiesta una firme posición de indisciplina frente a la realidad dominante, conjuga la reflexión lingüística y política con la creación literaria y las traducciones. Entre sus libros se pueden destacar Del lenguajeContra la realidad,Contra la democraciaDe DiosContra el tiempoContra la pareja ySermón de ser y no ser.

Llamado por algunos “el maestro”, Agustín García Calvo es desde hace muchos años un referente para cualquier joven y no tan joven pensador indisciplinado –algunos de los pensadores españoles actuales más relevantes se han declarado, en algún momento, discípulos suyos. Habiendo conocido y rechazado las formas y la jerga técnica de la academia filosófica, García Calvo ha trazado un itinerario de pensamiento que aborda, ahonda y desgarra temas fundamentales para la filosofía (Dios, la realidad, el tiempo, el individuo, la democracia, etc.), conservando siempre la vivacidad y sencillez del lenguaje corriente y moliente tanto en ensayos como, a menudo, en forma de conversación con los presentes.
        Maestro sí, pues, en el arte de denunciar con rigor y ritmo directo los engaños del sistema, así como de hacer hablar a ese “yo que yace bajo nuestra personalidad”, esa voz que surge de lo común y que es la voz del pueblo. Conocedor de la gramática, la lengua y la literatura que también escribe, sabiendo comunicar los engaños que padecemos con la contundencia de palabras sencillas, Agustín García Calvo afirma que la fuerza que el habla puede desplegar contra el Poder dominante fue, es y será la que pueda ser en cada presente. Sin demagogia en la palabra, sin medias tintas en el compromiso: “Se dice que [la democracia] es la única forma de poder que nos toca y por tanto la única contra la que merece la pena hablar. Hablar, que es hacer. Se entiende que aquí, como en cualquier conversación o escrito en el que yo siempre pueda intervenir, no se trata de llegar a conclusiones y a sacar programas, lo cual se considera un aburrimiento y una inutilidad, sino que, por el contrario, se entiende que esto que estamos haciendo aquí y ahora es un hacer, sin más, sin esperar a más; que hará lo que ello pueda, pero que en todo caso no se concibe como una preparación para otra forma de acción; que se piensa, por el contrario, que este hablar es una acción, y únicamente se le deja que el resultado de esa acción, en cada uno, en la colectividad, entre la gente, sea el que pueda ser”1 .

       García Calvo fue uno de los invitados a las II Jornadas Filosóficas que, sobre el tema “La indisciplina del pensamiento”, se celebraron en Barcelona el pasado mes de mayo, organizadas por Arts Santa Mònica y el Instituto Francés y coordinadas por los autores de esta entrevista.
Un buen número de sus libros llevan por título un sintagma que significa un gesto de oposición frontal y total respecto a legalidades ultrapoderosas como “el tiempo”, en Contra el tiempo, o “la realidad”, en Contra la realidad. ¿Podríamos interpretar que este gesto de oposición está en relación infiel con la vieja tradición gnóstica? Algo así como una versión atea de ese odio al mundo que defendía el viejo gnosticismo… 
La verdad es que no, no me parecería nada bien esa interpretación, porque cualquier forma de gnosticismo implicaría igualmente algo contra lo cual también estoy, que es la positivización de la negación. Es decir, convertir el acto, la acción de negar ahora mismo, en una actitud o incluso en una doctrina es una de las primeras cosas que hay que rechazar. El contra que aparece en los libros no es, en principio, directamente contra la realidad, sino contra la pretensión de verdad en la realidad. Se me ha ido haciendo cada vez más claro que la realidad no tiene sentido, que en ella no cabe verdad; se me ha ido haciendo más claro en estos últimos tiempos que la realidad hay que entenderla como si estuviera en una situación intermedia entre el intento de imposición desde arriba de ideales como “Todo”, “Nada”, “Dios”, los “Puros Números”, etc., y una resistencia por abajo a la que se hace mal en llamar “Natura” o algo así (y ya no digamos si se le llama “Universo” o cosas de esas…), porque es simplemente lo que queda de desconocido, lo desconocido, lo siempre desconocido. Y la realidad no tiene sentido más que entendida como encuentro, lucha, choque, guerra entre lo uno y lo otro.
       De forma que cualquier otra filosofía o ciencia que no reconozca este carácter contradictorio de la realidad va a hacer lo que se ha solido hacer siempre, es decir, contribuir al mantenimiento de las ideas establecidas acerca del mundo, etc. Y ello, principalmente, con dos confusiones de sentido opuesto: una, tomar la realidad como si fuera “natural” y, la otra, ayudar a tomar la realidad como si fuera “verdadera”. La realidad no es ninguna de estas dos cosas. Y si se puede resumir toda esta lucha que me traigo, sería esa negación.
En relación con este contra, usted también publicó una conferencia titulada “Contra la democracia”, en la que puso de manifiesto que la democracia está asociada directamente con el poder y con lo que llama “tecnodemocracia”. Ahora bien, Jacques Rancière, que fue uno de los asistentes a las II Jornadas Filosóficas, se opone al abandono de la noción y aduce que en la base de la democracia hay un principio que merece la pena mantener y por el que se debe luchar: la igualdad. Así pues, ¿no se define esencialmente la democracia por la igualdad? Y, en este sentido, ¿no correspondería la democracia a lo que usted llama “la dimensión común” o “pueblo”?
Del error contra el que voy a hablar ahora he venido hablando una y otra vez desde la conferencia “Contra la democracia” que menciona. Un error que no hay que asociar tan directamente con el actual desarrollo de la democracia como “tecnocrática”, “estado del bienestar”, etc., sino que se halla en el origen…, cuando el error y la mentira se impusieron en muchas ciudades de la antigua Grecia: el término democracia, compuesto dedemo y krato, ya es una imagen del propio engaño. De modo que no puedo estar de acuerdo, no digo ya con Rancière, sino con muchos de los amigos que he venido perdiendo porque se empeñaban, a pesar de todo, en defender la forma de régimen que hoy padecemos, por lo menos, como “la menos mala”, según se dice –dando por supuesto que el poder es malo, siempre contra alguien. Todo esto ya lo atacaba por la época de mis últimos años de París –cuando publiqué en La Gaya Ciencia el libro ¿Qué es el Estado?–, y luego he ido renovando el ataque de una manera o de otra. Lo de igualdad no tiene sentido porque implica una creencia en el individuo –al que se alude con el elemento demo, que es algo compuesto de individuos, que son poblaciones del Estado o clientelas del Capital con un número determinado de almas. Para mí eso es la otra cara del poder: son los siervos del poder, siervos con los que el poder cuenta y que, por el propio interés de cada uno, no pueden sino estar de acuerdo con la fe que les predican, con el poder que se les impone. Deseo que mi voz surja de eso otro que reside en lo desconocido, a lo que se puede aludir con cuidado con el término de “pueblo”, diciendo siempre “pueblo que no existe, pero que lo hay”, y que justamente no lo componen individuos.
Pero el “pueblo que no existe” se caracteriza por la igualdad…
No, porque igualdad siempre se refiere a poblaciones, a individuos. Y “pueblo” no tiene individuos, no conoce personas, es impersonal…, un poco en el sentido que han descubierto algunos políticos de la controversia: la impersonalidad. De modo que no tiene sentido hablar de igualdad. En esa región de lo desconocido que está por debajo de la realidad les pasa lo mismo a las personas y a las cosas: en la medida en que estén por ahí vivas todavía y no lleguen a realizarse bajo una idea u ocasionalmente bajo un nombre propio, no son cada una de ellas lo que es, no están definidas y, por tanto, no tiene sentido computarlas, ni contar sus privilegios o desgracias en términos de igualdad o desigualdad…, no tiene sentido. Para eso se requiere que las personas y las cosas sean lo que son y, si ya son lo que son, entonces son súbditos del Estado, súbditos del Capital. De manera que, en este sentido, consideraría la democracia simplemente como el último de los regímenes que padecemos.
       Gran parte de lo que estoy diciendo “contra la democracia”, contra el régimen actual, lo aprendí, se me quedó pegado, del levantamiento de los estudiantes en 1965, cuando la ola llegó a Madrid, por California, por Tokio, también por otros sitios, después por Francia. Entonces se iba estableciendo este régimen, el que hoy padecemos, que se caracteriza por la desaparición de cualquier separación entre Estado y Capital. El régimen del dinero, más o menos disimulado, en el que los ejecutivos de la administración no se distinguen en nada de los ejecutivos de la empresa. Este régimen tan descarado del dinero se estaba estableciendo por los años sesenta y, desde mi punto de vista, el levantamiento de muchos estudiantes en los lugares más avanzados del mundo respondía a un sentimiento más o menos subconsciente de lo que se nos echaba encima.
¿Y cómo vivió ese levantamiento de estudiantes de 1965, cómo reaccionó?
Me dejé arrastrar por ellos, por lo que en ese momento me tocó vivir, con mucha alegría. Me costó la cátedra y cosas por el estilo, que no eran nada en comparación con esa alegría. Y me he mantenido fiel: no solo continúo recordándolo históricamente, sino también viviendo en ello. Y aún con más razón en la forma más avanzada del régimen del bienestar.

Aprovechando este apunte biográfico, y antes de seguir con otras preguntas más precisas sobre su pensamiento, ¿puede decirse que su conciencia contra la realidad, contra la democracia –en resumen, esa lucha que se trae– ha estado presente desde el principio en su vida? ¿Cómo se desarrolló esa lucha? ¿Qué panoramas intelectuales se ha ido encontrando a lo largo de los últimos cincuenta años?
Mi primera venida a Cataluña, por ejemplo, fue con motivo de haber enviado unos sonetos a unos juegos florales que se organizaban en Reus; sonetos en castellano, claro, pues era la posguerra. Tenía catorce años y me dieron un accésit: no obtuve premio pero me mandaron un billete de primera clase, de Zamora a Reus. Me vine aquí y, en el teatro de Reus, dio el discurso un falangista, Eugenio Montes, que tenía gran facilidad de palabra. Habló y continuó hablando; pasaron las dos, la hora de comer, y seguía hablando; ya no quedaba tiempo para que los poetas recitaran sus poemas…, y los burgueses de Reus aguantando ahí. Hasta que, cuando ya no quedaba nadie más para que el Maestro de Salamanca ganador recitara sus poesías de amor, me vieron a mí, con catorce años, desgraciado, y me dejaron leer los sonetos. Así entré en contacto con un poeta y otras cosas, German Schröder. Lo recuerdo para mostrar hasta qué punto estaba alejado de cualquier situación de lucha en el sentido en que me la traigo ahora. Yo estaba, por entonces, más o menos conforme. Disputaba con mi madre, que no era demasiado devota pero sí muy creyente. Desde la adolescencia disputaba con ella sobre Dios, y me peleaba con los profesores del instituto…
Así pues, ¿fue con el levantamiento de los estudiantes en Madrid, en el año 65, cuando empezó esa lucha que se trae?
Sí, fue allí cuando aprendí lo importante de la actitud que conservo como recuerdo vivo. Al año siguiente vine a Barcelona, porque también aquí se produjo unos meses después un levantamiento considerable de estudiantes, la Caputxinada. Y al único no catalán al que se les ocurrió llamar fue a mí. Cogí el avión, aunque ya por entonces, desde que me habían echado de la cátedra, me estaba deteniendo la policía cada dos por tres. En Barcelona me encontré con personajes muy venerables de aquella época, como el poeta Pere Quart y el que había sido rector de la Universitat de Barcelona durante la República...

No sé si ahora hallaríamos a algún rector de universidad implicado en luchas sociales, como las protestas estudiantiles contra los recortes presupuestarios en educación y otros movimientos…
En la Caputxinada se encontraba también algún no catalán como Manuel Sacristán. Y Tàpies, a quien los chicos pedían que hablara y él no quería, pues alegaba que ya lo hacía con los pinceles y otras chorradas similares; si ya le tenía antipatía antes, entonces se me acreció. Nos acogieron los Capuchinos en su convento; ahí estábamos todos metidos, y éramos muchos. También el poeta Salvador Espriu, aunque estaba enfermo. Los frailes tenían cantidad de patatas y con eso nos íbamos alimentando, y dormíamos por los suelos. Permanecimos en el convento de Sarrià durante tres días. Luego el obispo y Gobernación se pusieron de acuerdo y entraron a saco –al cuarto día, si no recuerdo mal–, y nos detuvieron a todos y nos metieron durante los tres días subsiguientes en los calabozos.
       Esa lucha continuó hasta que me cansé. Cuando ya no podía más y vi que me iban a meter en la cárcel me vine a Cataluña, y después crucé los Pirineos clandestinamente gracias a los chicos que conocían las veredas. Me llevaron por una vereda hasta una ermita que visitaban devotos de Francia y España, y al otro lado estaba Ceret. Desde allí un amigo me llevó a París, donde permanecí ocho años. Así que, con todo este barullo, tampoco puedo decir cómo se fue precisando la actitud de lucha que me traigo…
¿Con qué círculos de filósofos entró en contacto en París?
Prácticamente con ninguno. Frecuentaba tertulias de café, con gente de cualquier lado. Estuve en Nanterre dando clases, fue mi primer curso, con los hispanistas. Querían que hablara de la novela social española, que me caía de lo más gordo, pero resistí. El curso siguiente estuve en Lille como maître-assistant, dando latín y español medieval a los hispanistas. Pero tampoco hay que exagerar. Estuve en el tribunal que calificó la tesis doctoral de Gómez Pin –una tesis sobre Aristóteles–, con Deleuze, François Châtelet, etc. Con este último tuve más contacto. Al volver a España en 1976 me llamó y di una charla junto a él.
Desde esos primeros años docentes, y hasta ahora, su interés y especialidad principal ha sido siempre la lengua: la poesía, la lingüística, las traducciones, etc. Volvamos a cuestiones precisas de su pensamiento y, más exactamente, a su concepción del lenguaje. Porque usted distingue entre la “lengua común” que no existe –quizá como el “pueblo que no existe”, según decía hace un momento– y los idiomas.
La lengua común, la razón común, no aparecen en la realidad. Serían lo que no se ha reducido todavía a realidad y que está ahí. La lengua común, la razón común, se sitúan en la realidad en cuanto que están haciendo y deshaciendo todas las cosas, realizándolas y desrealizándolas, pero justamente por ello quedan fuera de la realidad. Lo único que en la realidad aparece como lengua son los idiomas. Suelo decir que no hay una realidad común, sino la de cada tribu, que es la realidad establecida y condicionada por el vocabulario semántico de su dialecto o lengua. Y todo ello reside en el subconsciente. En el transcurso de los descubrimientos que iba haciendo en los libros de lenguaje se me apareció con claridad este uso del término freudiano, no para designar lo verdaderamente desconocido, sino aquello otro que, de alguna manera, se ha sabido y se ha olvidado –no por censura, sino simplemente por motivos prácticos. Cualquier hablante habla bien una lengua en la medida en que no sabe lo que hace; porque cuando la conciencia de la lengua se mete ahí no hace más que estropear el mecanismo. La condición para que la gente hable bien es que no tenga ni idea sobre la gramática de su lengua.

En este sentido, como usted bien sabe, la gramática también tiene una historia o evolución.
Son las lenguas, los idiomas, los que tienen una historia.

Pero, por ejemplo, la invención gramatical del tiempo verbal futuro es bastante reciente en nuestras lenguas. Procedería de antiguas formas de expresión modal de deberes y proyectos (“mañana ir he a la iglesia” o “mañana trabajar he en el campo”). Eso es una transformación de la gramática…
Sí, y no solo en las lenguas antiguas –en el dialecto homérico, por ejemplo– no hay un tiempo futuro, sino que tampoco lo hay en las lenguas modernas. Lo he mostrado en Elementos gramaticales 2. Trato el futuro como lo que llamo “modos” en sentido segundo, el “eventual”, el “potencial”, etc., que son atenuadores de la afirmación: porque afirmar de manera rotunda resulta escesivo. Por eso hay cuantificadores, de la seguridad, de la afirmación. Lo que se llama “modos” no es ningún tiempo.
Ahora bien, el tiempo real de los calendarios y de los relojes –que no es el tiempo que pasa, inconcebible– está hecho con la idea de que sí hay un futuro. Y no solo eso, sino con la idea también de que el futuro es lo primero. Solo a partir de esta fe en el futuro se convierte luego el pasado en mera historia –en lugar de dejarle ser una memoria viva que seguiría cumpliendo su cometido. Así se convierte el pasado en fechas, documentos, historia. Pero esto ocurre por imitación del futuro que nos han inventado y en el cual la lengua común no participa, sino solo los dialectos superiores, incluyendo los matemáticos, al servicio de la ciencia. En ese futuro no pasa nada y, por tanto, se puede jugar con los números, con los presupuestos de la banca, con los presupuestos de los estados, con las leyes que previenen y prevén lo que se debe hacer: lo que se quiera, puesto que el futuro es un vacío… que no nos deja vivir, cambiándonos la vida por un futuro.
Así que usted distinguiría, por una parte, la gramática de la lengua común y, por otra, la gramática de los idiomas…
Los dialectos científicos y filosóficos y los dialectos de las épocas teológicas y eclesiásticas están netamente separados de la lengua verdadera, que es la lengua de la gente, la lengua corriente. Mi práctica pretende ser ejemplar: me he acostumbrado a no utilizar términos cultos cuando hablo. Me apaño para decirlo todo con la lengua corriente. Estoy en contra constantemente de los dialectos superiores; incluido el matemático, del que más me he ocupado últimamente.
       En este sentido, he visto que hay dos actitudes bastante diferentes entre los filósofos de la ciencia: unos han visto la condición ideal que tienen los entes matemáticos –para empezar, los números y las series– y se contentan con decir que la idealización de los hechos ayuda a entender lo que pasa en ellos. Esta es la actitud, digamos, modesta: la idealización que el lenguaje matemático impone sobre los brutos hechos de la realidad es simplemente una vía para entender lo que son esos hechos y cómo se comportan. La otra actitud, más soberbia, es la que parece que Galileo defendía en su tiempo: que la Natura misma está hecha matemáticamente, de manera que lo único que hace el estudio físico es descubrir lo que ya estaba en Natura. Aunque Galileo no decía Natura, sino Universo. Pero, generalmente, creo que la actitud que he llamado “modesta” es la que predomina…

Insistamos en la cuestión del futuro. Usted siempre lo asocia con posibles ideales, construcciones, esperanzas y, así pues, con lo que Ellos nos hacen creer. El futuro, en resumen, es uno de los mecanismos del poder: creer en el futuro nos engaña y nos despista del ahora que vivimos. Ahora bien, también hay un futuro de la gente, del lenguaje corriente y moliente, en expresiones como: “¿Qué comeré mañana? ¿Dónde dormiré? ¿Qué leeré?”. Querría saber si puede distinguirse entre un Futuro, que es engaño y pertenece a Ellos como estrategia del poder, y un futuro más corriente o más existencial, por decirlo así, que no es dimensión del poder.
No sé por qué serían distintos. Son lo mismo. Si los separas de esa manera, lo único que haces es separar el Poder de los individuos personales, que son lo mismo que el Estado y el Capital. Los individuos personales, en cuanto que están sometidos a la realidad, están condenados a creer todo lo que les hagan tragar, pero no porque el Estado se lo imponga, sino porque se corresponde con su propio interés personal. Les han hecho creer que va consigo. La fe está, desde luego, impuesta y predicada desde arriba: la televisión predica todos los días la fe en el futuro, en la realidad. Pero el individuo personal la lleva dentro, porque efectivamente necesita un futuro, o se cree que lo necesita, con lo que le quitan las pocas posibilidades de vivir que le quedaban y las cambia por tener un futuro. Los órganos del poder y los medios exageran queriendo convencer a los chicos de que tener un futuro es una cosa muy buena. Pero los están matando con exámenes futuros, con oposiciones futuras; los están literalmente matando, aunque al mismo tiempo les convencen de que eso es vivir.
Pero hay grados, ¿no? Hay diferencia entre unos juegos olímpicos planificados desde arriba y el pan nuestro de cada mañana…
Sí, pero, en resumen, está la cuestión del origen: todas las ideas que se nos imponen nacen de una primera idea, la idea de la muerte futura; no hay otro futuro más primitivo. Digamos, con precisión algo exagerada, que al año y medio o dos años, cuando un niño ha terminado la lucha entre lo que le quedaba de lengua común y el idioma recibido de los padres o el entorno –con victoria para el idioma de los padres, por supuesto–, lo primero que se le comunica al niño es: “Te vas a morir mañana”. Esa es la primera información; todas las demás informaciones de futuro proceden de ahí, y también las formulaciones de pasado convertidas en historia. Se trata de un fenómeno específicamente humano. También escribí Contra el hombre, hace ya muchos años, contra cualquier forma de humanismo; no me vale creer que lo específicamente humano sea la lengua, o el reír o el llorar. Esto son interpretaciones patrióticas: nos parece que la forma de nuestra lengua es la de la lengua en general, como los antiguos griegos creían que la lengua era el griego y que lo que hacían los otros –los bárbaros– era balbucear. Lo único que nos distingue de verdad es el saber la muerte, saber lo que no está aquí. No hay más futuro que el establecido por la muerte, y eso es específicamente humano; las cosas no tienen futuro y los animales tampoco. Es nuestra costitución, nuestro pecado…
¿Por qué los animales no tienen futuro? ¿Qué significa que el saber de la muerte es lo específicamente humano?
Hace poco, por hartura –porque parece que lo que no se escribe en inglés no lo lee ni cristo–, les mandé a los del British Journal for the Philosophy of Science una cosa sobre este asunto; se trataba de ser claro en poco espacio. Y les decía lo siguiente: a nadie se le ocurrirá pensar que, cuando una araña, en vez de matar a la presa, la anestesia simplemente para poder disponer de ella fresca en el momento en que le toque comérsela…, a nadie se le ocurrirá pensar que ella lo sabe. La araña no sabe nada, lo que hace tiene un origen mucho más hondo: forma parte del mecanismo. Nuestro saber de la muerte no forma parte del mecanismo, es propiamente un saber.

Entonces, en relación con ese saber de la muerte, ¿habría en usted un deseo de ser araña, por seguir con su ejemplo?
No... No hay deseo de ser cosas, es decir, esas cosas que todavía no se han realizado, que todavía no han recibido su nombre ni se han contado, ni son números… Mi deseo es morirme, dejarme morir como las hierbas, como la luna, que se está muriendo también pero que no sabe nada. Mi deseo es ese: dejarme morir así, sin futuro, sin ninguna muerte futura, librarme de eso.

Notas
1  “Contra la democracia”, conferencia seguida de una charla con los asistentes que tuvo lugar en las Cotxeres de Sants (Barcelona), en abril de 1991, y que fue publicada en la editorial Virus en 1993; la cita proviene de las pp. 69 y 70. Como el lector podrá comprobar, algunas palabras de esta entrevista no siguen la normativa ortográfica: “costitución”, “escesivo”. Esta ortografía más cercana a la oralidad forma parte de la política lingüística, por decirlo así, del mismo Agustín García Calvo.
2  A. G. Calvo, Elementos gramaticales, 3 vols., ed. Lucina, Zamora, 2009.


Otoño (octubre – diciembre 2011)

Entrevista recogida de la Red: http://w2.bcn.cat/bcnmetropolis/arxiu/es/page1122.html

lunes, 9 de febrero de 2015

Un Cuento de Don Miguel de Unamuno y Jugo



SUEÑO



Cuando conocí a don Hilario no era ya nadie ni hacía nada, resultando un sujeto de los más borrosos y comunes a pesar de su fama de raro. Mas aun así y todo tuve la fortuna de presenciar una de sus explosiones, una erupción de sus honduras espirituales, y oírle contar sus desventuras con aquella voz gangosa y lenta y aquel modo doloroso que en casos tales, y hasta volver a caer en su habitual huronería, le dominaba por completo.


Ciego de mozo por la lectura y el estudio creía a pies juntillas haber sido tal vicio la fuente de sus males. Con hidrópica sed de saber misterios había devorado de todo, ciencias, letras, humanidades, con encarnizamiento insaciable. El misterio se le iba agrandando a la par que descubría nuevas caras por que abordarle y sentía desazón e impaciencia al encontrarse cientos de veces con las mismas cosas en cientos de libros diversos. Anhelando novedades, ideas nuevas o renovadas que le refrescaran la mente, encontrábase con insoportables repeticiones. Todos los libros que tratan una materia contienen un fondo común y ese fondo le daba ya sueño, a puro machaqueo. El que consigue descubrir una verdad en química no se conforma con menos que con escribir un tratado completo de química, y gracias, si no pretende que esa verdad modifique todas las restantes y sea piedra sillar de un nuevo sistema.

Al acostarse dejaba sobre la mesilla de noche tres o cuatro libros, solicitado a la vez por todos ellos; tras breve vacilación cogía uno, lo hojeaba, leía trozos salteados, empezaba un capítulo, inatento, distraído por el deseo de los restantes libros de la mesilla; y así lo dejaba para tomar otro y a su vez dejarlo en cuanto se convertía en lo que decían el sugestivo lo que dirían. Muchas veces tocaba a uno y otro y se quedaba sin ninguno, y acabó por ni tocarlos siquiera, optando por dormir al sentimiento de la vecindad de sus queridos libros.

Pasó a leer monografías, notas bibliográficas, referencias, extractos, y sobre todo revistas. De las revistas se fue a las revistas de revistas. Pero aquí todo era esqueleto sin carne ni alma, planos esquemáticos. Y lo peor que los extractos le resultaban más palabreros y vacíos que las obras mismas extractadas. Y ¡qué desilusión al ver estropeados los más hermosos títulos!

Buscó por fin las obras atiborradas de referencias y notas para leer estas; sobre el andamiaje que el autor levantara para construir su obra, fantaseaba él otra. Y acabó en leer catálogos.

¡Los catálogos! Pocas cosas más sugestivas que un catálogo. Sobre un título, ¡qué de fantasías nebulosas, imprecisas!, ¡qué de imaginar sin concepto alguno! Se acostaba con un catálogo y lo iba hojeando. Su conocimiento de idiomas vivos le ayudaba mucho.

Wiezzieski: «El problema del mal», ¡qué campo tan vasto!, y vagaba sin idea alguna por oscuros vislumbres de esa proclama; seis chelines, ¡qué cosas dirá! y pasaban por su mente Warren Hastings, Lord Clive, el budismo, el espíritu inglés, mil otras imágenes; Bonnet-Ferriere: «El arte en la vida», nueva evocación de inarticulada sinfonía de larvas ideas; Schmaushauser: «El derecho asirio»... decididamente, aún se ha hecho poco de derecho histórico, ¡qué campo!; Hembrani: «La filosofía de la química», ¡¡décima quinta edición!!, ¡¡20 liras!!, y durante un rato veía ordenados rigodones de átomos llenos de personalidad y de vida; López Martínez: «Comentarios al Derecho procesal», ¡qué lata tan soberana! Y quedábase dormido.

A la par iba cobrando desenfrenado amor al sueño. Pasábase el día, mientras revolvía libros u hojeaba catálogos, esperando la hora de acostarse y acariciando la imagen del sueño, y una vez acostado se arrebujaba en las sábanas a gozar en la espera del momento de sumersión en la inconsciencia. Daba a las veces en ponerse a espiar el momento preciso en que entraba en el sueño, momento que se le escapaba siempre, pues siempre se distraía en la coyuntura propicia. Otras veces se revolvía preso de ardiente agitación pensando en la nada, que le aterraba más que el infierno. ¡La nada!, estar cayendo, cayendo por el vacío inmenso... no, no estar cayendo siquiera...

Se levantaba tarde, se vestía, lavaba y almorzaba con toda calma, leía el periódico hasta los anuncios, repasaba algún catálogo, miraba con cariño a sus libros tocándolos, cambiándolos de lugar, hojeando algunos, y así le llegaba la hora de comer. Después café, rato de sentada en el casino viendo jugar al tresillo, que no entendía poco ni nada, paseo lento, gradual invasión de sueño, frugalísima cena y a la cama temprano.

El día en que estalló me decía:

-¡Qué enfermedad más terrible el... pero no, bien mirado, ni es enfermedad ni es terrible! Paso el día esperando la hora de acostarme, acariciándola en mi imaginación, y me acuesto deleitándome en la idea de que voy a dormir para resucitar con el nuevo día, lleno de frescura espiritual. ¡El sueño! Es la vis medicatrix naturae y la digestión mental... Durante el sueño bajan digeridas las ideas al fondo del olvido donde se hacen carne de nuestra alma... Lo que mejor sabemos es lo olvidado. Todo eso de corrientes nuevas, de crisis espiritual, de degeneración, de fin de siglo, de neurosis y neurastenia, de misticismo y anarquismo, todo eso es sueño social y nada más. ¡Claro está!, tanta revista de revistas, tanta bibliografía y tanto catálogo... sueño, sueño, no es más que sueño. ¿Los agitadores, los revolucionarios dice usted? Aspirantes a sonámbulos.

Vuelvan las tinieblas medievales y a dormir...

-Pero eso es negar el progreso.

-¿El progreso? ¿Pero usted cree que no hay más progreso que la vigilia? Hay que digerir el progreso, y el hartazgo da sueño. ¡A dormir!, a dormir para hacer la digestión espiritual del progreso y despertar en otro siglo con la cabeza fresca, de buen humor y enriqueciendo el vivífico y fecundante fondo del olvido, que es algo positivo, muy positivo, créamelo usted.




The fish hall at the central market
Victor Gabriel Gilbert

CRECE LA FLOR


¿Agustín García Calvo?


Crece la flor de la noche:
la sembraron en lo hondo del cieno,
nadie sabe quién;
sus raíces como pámpanos ciegos,
blancas, blancas de puro no ver,
las entrañas de la tierra atraviesan
¿quién sabrá para qué?;
ya va abriendo sus vías secretas
a través de la roca, a través
de tus carnes dormidas:
déjala, déjala crecer;
ya, ya rompe la costra, y al aire
su tallo cristalino se alza,
que nadie lo ve,
y echa ramas y hojas de sombra,
y se abre por el mundo la flor
de la falta de fe:
déjala, déjala, déjala
crecer la flor:
es la flor de la noche, la flor
de la desilusión:
ella cubre la tierra y las almas
en un puro frío de amor;
ella esparce por doquiera un aroma
donde se muere todo olor,
que tiene la virtud de que todos los nombres
los sume en olvido,
y va borrando las cosas
de todo color,
desliendo las ciudades y montes
y las casas de la luna y el sol,
y todo trasparente lo vuelve
la maravilla de la flor,
y desnudo va dejando el globo del mundo
y desnudo tu corazón,
desnudo a lo de fuera, a la herida
del no de que no,
abriéndonos y perdiéndonos
ni en sueño ni en vela,
más allá que las estrellas y el agua celeste
y que sombra ni luz de Dios,
desnudos a lo sin fin, desnudos
a la verdad de lo que no se sabe,
a la verdad de lo que no.




sábado, 27 de diciembre de 2014

Poesía de Gabriela Mistral: A d i ó s


Es en la poesía en donde mejor se siente y más anula esa oposición entre las cosas reales y las imaginarias, que ambas eran Realidad. Con este juego de “adioses” de nuestra Gabriela que cuanto más se dicen adiós más cerquita están “sin decirse adiós”  las mujeres y sus enamorados,  “la luna y el sol”, y con ellos, “el uno y el dos”: es donde más sienten las musas cuando aciertan algo más en contra de esa separación impuesta entre algo real y algo imaginario, que fuera casi como partir el sentimiento, o dicho de otra manera, volverlo mentira. Toda una pre-ciencia la buena poesía que nos canta la Mistral, ella que presiente desde muy abajo eso de "no haber inicio" y nos lleva a esa vaguedad donde recogernos mejor el corazón.  No todo está cumplido ni hecho, y menos dicho. ¡Disfrútenla!

 

GABRIELA MISTRAL
Adiós
 
En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!

lunes, 22 de diciembre de 2014

De la Tertulia n. 282 Política del Ateneo de Madrid ¿AGC?


    Quede aquí el recuerdo nunca terminado de uno de los mejores ejemplos que hemos podido sentir en las carnecillas, aquellas y aquellos que alguna vez se pasearon por el Ateneo, no hace mucho de  ná, de lo que pueda dar de sí una verdadera Política del Pueblo, y que, si equivocados llegan hasta aquí, escuchen algo más que no sea lo de siempre: esa política vendida al Dinero y al Nombre, con que os  atiborran, o lo que es lo mismo, esos malos sustititos de ella, de esa verdadera política que saca sus gracias de muy... muy abajo..."-Ya se oyen palabras viejas.  -Pues aguzad las orejas".



  "Justamente viene bien por eso con lo que están diciendo o voceando estos muchachos en Sol, porque se trataba, como recordáis a propósito de la cuestión del orden y de los niveles de ordenación, de volver a entender mejor cómo es esta lucha, esta guerra siempre posible contra el Orden establecido.  Es la cuestión del dejarse hablar, el dejarse hablar uno mismo contra el cosmos, contra la ordenación que se nos ofrece.  Esto es así, porque solo hablando, es decir, dejándose hablar, dejándose pensar, lo que no sucede de ordinario, solo así se puede atacar la fe en el Orden, y el Orden no tiene otra manera de sustentarse más que por medio de la fe; de manera que, sintiendo que es justamente esa necesidad, ese fundamento en la fe, lo que sostiene el Orden, y viendo que el dejarse pensar, el dejarse hablar, la razón suelta, es lo que ataca las ideas, lo que ataca la fe, lo que puede destruirla, es por eso por lo que estamos en esta tertulia política.  Es así como se entiende la política del pueblo-que-no-existe, o, por decirlo de una manera más clara y negativa, la política que no hacen los políticos que hacen la política que hacen los políticos, que ésa ya sabéis bien cuál es, de manera que en contra de eso cabe siempre esta otra, donde la voz vendría de verdad desde abajo, desde lo que nos queda de pueblo vivo que no existe, pero que lo hay, y que habla, y como medio de romper con las ideas recibidas, aceptadas, con más o menos resignación, la imposición de ideales como el Futuro.... en definitiva, la fe en que efectivamente cabe ordenar, progresar, ir para mejor, desde Arriba, por leyes, por reglamentos, y eso es justamente lo que aquí no creemos, o no creen los que me acompañan en la no creencia.  Esto es justamente lo que no creemos, y por eso pensamos que lo que aquí se intenta hacer es una manera de ataque más rápida, y al mismo tiempo que va más a fondo, que es desmentir, librar a la gente, pero sobre todo en primer lugar librarse uno mismo, de las ideas, de la fe que tiene, y que le permite seguir viviendo fundándose justamente en esa creencia, en esa fe.

    Me voy a entretener entonces lo primero en volver sobre el Psicoanálisis, la disolución del alma; de uno, por supuesto, porque es ahí justamente donde también esta guerra se está dando.  Como volveré a recordaros después, la Realidad, cualquiera que sea y por todas partes que sea, es una lucha, es una guerra, pero esa guerra no se da por ahí, por los astros ni por las poblaciones de los Estados, sino que se da también en uno mismo, dentro de uno mismo; de manera que entonces resulta (los que me acompañan ya lo habrán oído de otras maneras muchas veces) resulta que en uno, en uno mismo, en mí mismo por ejemplo, en uno cualquiera de vosotros, hay dos, por lo pronto y necesariamente hay un rebelde y hay un sumiso, ¡qué se le va a hacer!  Lo siento si alguno de vosotros se siente molesto de encontrarse dividido, pero no hay más remedio que decirlo así, tienen que ser así las cosas: en uno mismo hay un rebelde y hay un sumiso, y están naturalmente en guerra entre sí más o menos declarada, más o menos violenta, y con triunfo alternativo más o menos por un lado o por el otro, pero en fin, aunque parezca un poco bárbaro decirlo así, eso es lo que pasa con nuestra alma de cada uno, la mía incluida también.  Eso es lo que pasa con lo que en términos más modernos se llama “El Yo” (porque no se habla mucho de el alma, no está de moda), con lo que se llama “El Yo”, pero que tiene esta condición: que yo no soy El Yo, y por tanto El Yo no es yo, como recordáis de otras muchas ocasiones en que esto ha surgido.

   En esta lucha estamos, con esto hay que contar, y ya se advierte que esto que vale para cada uno en su aislamiento, cuando se trata de colectividades o de conjuntos aproximativos, esto hace que también en cualquier conjunto, en cualquier población, lo uno esté luchando con lo otro, lo rebelde, por donde aflora eso de pueblo-que-no-existe, que es del que decimos que se trata de dejarlo hablar, y por el otro lado los Señores, el señor, la señora, y el conjunto de señores y señoras, las clases altas de la Sociedad, y el aparato gubernativo y el aparato financiero. Todo eso se da en cualquier colectividad necesariamente, pero importa ahora en este rato recordar que conviene atacarlo en éste su origen primero, en el uno, y reconocer y acostumbrarse a reconocer que a uno le pasa esto que le pasa.  Eso evitaría desde luego muchas ilusiones, muchas falsedades de los que a lo mejor se lanzan a una lucha, a una rebeldía contra el Orden, pero manteniendo la fe en uno mismo, que es lo mismo que la fe en Dios, que es lo mismo que la fe en el Estado, que es lo mismo que la fe en el Dinero, que es lo mismo que la fe en el Futuro.  Con lo cual no se puede hacer nada; nada que valga.  Así que en mí mismo, en uno cualquiera de vosotros, están siempre guerreando un rebelde con un sumiso, es decir, alguien que se las arregla para organizar lo que llaman su vida, dicho mejor ‘su existencia’, que tiene su Porvenir, que lucha por su Porvenir, que busca una colocación de las que el Estado le ofrece, o el Capital le ofrece; que está haciendo su Porvenir, porque está convencido de que vivir es eso, que la vida es el Porvenir.  Eso es efectivamente la Doctrina del Capital, la Doctrina del Estado, y eso es lo que a uno, en cuanto sumiso, le conviene, ¿eh?, le conviene, porque si no os creéis esto, mal andáis en cuanto a vuestra colocación social y en cuanto a vuestras posibilidades de éxito en lo financiero, o en lo político, o en lo que sea.  Es lo que a uno, en cuanto sumiso, le conviene: creer que el Futuro............... aunque por debajo le está diciendo el pueblo que el futuro no está, no hay, y sin embargo creer que el Futuro, que es el Tiempo, es el que hay que cuidar, al que hay que atender, al que hay que mirar, y que justamente esa atención a lo futuro es la vida.  Aquí por lo bajo, como me habéis oído decirlo de vez en cuando, Futuro no quiere decir más que muerte, porque la muerte es siempre-futura, pero el sumiso no quiere enterarse de esto: tiene sus ideas también de la muerte, como las tiene de la vida, pero no se entera de lo que pasa, porque le conviene no enterarse, porque para vivir más o menos a gusto, como cualesquiera de nosotros vivimos más o menos a gusto, y especialmente en el Régimen del Bienestar, hay que creérselo esto, no dejarse entorpecer por muchas dudas, y si no, uno funciona mal.  Y por otra parte en uno hay uno que no se lo cree, hay uno que siempre echa de menos, encuentra en el Orden que se le ofrece nada más que resquebrajamientos, tormentos, desgracias, preocupaciones, ansiedades, y que por tanto no puede menos de levantarse contra ese Orden que le está impuesto, y que está establecido. Confío en que estáis conmigo reconociendo en cada uno de vosotros esta guerra.

   Hay que añadir todavía que hay una tendencia a que uno de los dos se imponga en uno, sea el que venza.  Si mi pensamiento está bien encaminado, eso nunca puede conseguirse, porque la guerra siempre dura, no solo hasta la muerte, sino más allá de la muerte, pero eso no impide que uno tenga que creérselo, y tratar de imponerse como vencedor.  Si llamamos sumiso al que está de acuerdo con el Orden, al que tiene un puesto en la Sociedad, al que ha organizado una familia dentro de la Sociedad, al que maneja dinero de todos los bancos, el que por tanto está de acuerdo con los bancos con tal de que los bancos no le engañen, o no le engañen demasiado, etc., etc., ése, el sumiso, si vence, si se impone en uno, eso es mortífero, porque justamente ése trae consigo la muerte, porque trae el Futuro, la muerte que nunca está aquí, el Futuro.  De manera que si  eso llegara a cumplirse (pero ya digo que la guerra continúa siempre, nunca se impone del todo), si llegara a cumplirse sería literalmente mortífero, sería el dador de la muerte, es decir, conseguiría el Ideal que Dios, el Estado y el Capital, procuran, es decir, el Ideal de que ya no haya nada que hacer.  Lo que el Estado está deseando, lo que el Capital está deseando, es que todos fuerais así de creyentes, y entonces estaríais ya muertos, y por tanto no habría nada que temer desde las alturas, ni nada que intentar hacer y luchar desde abajo.  Pero nunca se cumple.

   Hay que añadir, para evitar una malicia que siempre se presenta, que en el caso de que el que venciera en uno fuera el rebelde, el que no aguanta, el que ha descubierto que todo lo que le contaban acerca del mundo, de la sociedad, de él mismo, era mentira, y que no lo soporta, porque hay algo ahí que se levanta contra cualquier verdad, si ése venciera en cambio, eso de ninguna manera podría ser mortífero, eso no produciría nada, porque de la negación, de la pura negación al Orden, no se desprende ninguna conclusión, no se desprende ningún otro Futuro que haya que mantener.  De la negación no sale nada, la negación es meramente la negación, no sale otro Orden, no sale otro Poder, es simplemente una negación, una destrucción de la fe, de la mentira, de la fe en que el Poder está sustentado.  Salvo, claro, que, como puede pasar, y pasa, entre cualesquiera revolucionarios, el NO viene a ser realista, exitoso, sostenerse en este mundo, y entonces naturalmente el NO mismo se ha convertido en un sí.  Aquella rebeldía que estallaba de una manera tan viva ha venido después de la revolución a calmarse y consolidarse en un nuevo Orden, y entonces estamos a la vuelta de la calle, estamos haciendo lo que siempre en cuanto sumisos hacemos, es decir, hacer lo que ya está hecho una y otra vez.  Hacer lo que ya está hecho, y procurando el cambio justamente, el cambio en la ordenación para que la ordenación en sí continúe.  

   A veces esta conversión de la negación viva en una nueva Ley, en un nuevo Orden, pasa por trances intermedios (como tiene que ser, así de mal estamos hechos cada uno en su alma y las poblaciones en el conjunto), de manera que sucede eso que digo de que en una revolución, en una revuelta cualquiera, se encuentra uno con el dilema de decir “si no hago más que decir NO así por las buenas, esto no va a dar nada de sí, y esto tiene que dar algo de sí”.  Bueno, ahí tenéis el ejemplo, ya que viene a cuento, entre estos muchachos y gente en la Puerta del Sol y por esos sitios: por timidez, y por realismo, tienen que mantener y adoptar términos tan horrendos como el de Democracia, “una buena”.  Esto es realismo, esto es timidez: no se puede decir “¡no, no queremos ningún Orden, no nos hace falta!  ¡NO al Orden, NO al Poder!”.  Parece que eso no es realista, se arriesga a no producir nada, y ésa es la timidez de la que hablo, que vuelve justamente a la consolidación: entonces se hace que el NO se convierta en declaraciones parciales, como por ejemplo en este caso “Democracia, pero buena, mejor”.

   Como digo, estamos al cabo de la calle, y al cabo de la calle hemos estao muchas veces justamente por el mismo error: no hay una Democracia buena, no hay una Democracia mejor, la Democracia es simplemente el tipo de gobernación más avanzado de todos, el que nos ha tocado, y por tanto el  más mortífero sin más, pero por lo demás no deja de ser una forma del Poder, una forma de la ordenación como cualquier otra.  El trampantojo estaba ya hecho desde los antiguos griegos, cuando se inventó el término, y se les hacía pensar que cabían cosas como un Poder (kratos) de algo como pueblo (demos), y el pueblo nunca puede estar en el Poder, ¡es una cosa tan sencilla de reconocer!  El pueblo es el sometido, el que padece, el que más o menos se rebela o se resigna, pero que padece la ordenación que desde Arriba se le impone (las leyes, los juicios, los partidos, las votaciones, todo lo que se le impone), y eso nunca puede estar en el Poder, es casi como una tautología, no hace falta para nada insistir en ello: eso es el no-Poder.  El no-Poder, de manera que la trampa de “Democracia” estaba ya desde el origen mismo del término y de su aplicación en algunas de las antiguas ciudades griegas, y después no ha hecho más que mantenerse la misma trampa. 


   Por eso es necesario insistir en que si en uno mismo domina el resignado con el Orden que se le ofrece, el realista, el creyente en el Futuro, que quiere decir Dinero, el que por tanto se permite tranquilamente disfrutar de la gloria de tener una familia, de manejar su economía en la medida en que se le deje, ése, el sumiso, en caso de que venza, produce muerte; eso es como si uno directamente se resignara a estar muerto.  Es un poco duro de entender, pero es así: como si uno se resignara a estar muerto.  No digo a morirse mañana y eso, porque a eso ya se sabe que nos tienen resignados: como si uno se resignara a estar muerto, porque justamente la resignación con el Orden establecido viene a dar en lo mismo.  Y que en cambio el decir NO en la medida que en uno queda algo de disconforme, algo de pueblo-que-no-existe, algo de común y no personal, eso es una acción.  En esta tertulia política suponemos que es la acción que nos traemos con lo de dejarnos hablar, que es una acción sin más, y la primera y más elemental de las acciones, porque va a atacar la fe, que es el sustento mismo del Poder, y de ahí no puede salir ningún Futuro, que es de ellos, para ellos.  Ni puede salir ningún Futuro, ni ningún nuevo cosmos, ni ninguna nueva ordenación, ni nada.  Saldrá lo que ello quiera salir, pero no nosotros, que ni podemos saberlo, ni preveerlo, ni nada, o, si no, pues volvemos a lo mismo: convertimos esta acción del negar en algo que no es más que una acción de recostruir, de hacer lo que ya está hecho una vez y otra vez, sin cansarnos.  Así de simple es como se presentan las cosas.

   Por fortuna, la hipótesis de que venza del todo el sumiso y se quede perfectamente conforme consigo mismo, con el Mundo, con la Familia, con Dios, y con Todo, o la hipótesis de que venza el disconforme, el desintegrador, el negador del Orden, el rebelde, ambas hipótesis son irrealizables: no hay más verdad de uno mismo que la división, que su división en el sentido que os la he presentado, y no se puede llegar a El Yo verdadero en ningún sitio, eso son fantasías, ilusiones de las que nos imponen a cada paso.  No hay más verdad que la división, queriendo decir ‘verdad’ justamente por tanto ‘la contradicción’, lo que no suele tomarse como verdad, pero es así: en la Realidad no hay verdad; hay pretensión, sí, imposición, sí, de verdad, de verdades, pero todo falso, no hay verdad.  La Realidad en general es esta guerra, esta división, y voy a, antes de dejaros pasar la palabra, recordar cómo esto se generaliza desde el caso de uno mismo al de lo que llamábamos Realidad en general. 

   Los que me acompañáis no olvidan por un momento que el descubrimiento más elemental es que la Realidad no es todo lo que hay, lo cual tiene el resultado primero de separar de la Realidad “Todo”, y por tanto “Nada”, y por tanto los Números Ideales, y cualesquiera otros ideales que se nos impongan.  Es en la guerra entre Todo, Nada, Dios, Poder, los Números puros, que se imponen desde Arriba, y la resistencia siempre viva, la resistencia desde abajo, es en el choque, en la lucha entre lo uno y lo otro, en donde se sitúa esto que llamamos Realidad o Existencia, y la Ley, esa contradicción que he mostrado para el caso de uno mismo, la podéis generalizar, por todas partes se da.  Es la Ley de la Existencia, que es lo mismo que la Ley de la Realidad, y animales, plantas, piedras, cristales, astros, nubes, cualesquiera cosas que queráis decir o imaginar, están sujetas a esta Ley, están en guerra, como en el caso de nosotros, de uno mismo.  Es decir, que no pueden menos por un lado de tratar de subsistir, para lo cual tienen que aprovechar las ideas que de Arriba le vienen impuestas, ese saber que viene de Arriba, para subsistir, es decir, para evitar al atacante, para apresar la presa en el caso de los animales, para cualesquiera otra cosa en el resto de las formas de existencia.  Tienen que aprovecharlos, como nosotros en nuestras poblaciones aprovechamos justamente los números (para poner el caso más eximio), y cualesquiera otras formas de aparición de Todo o Nada, las aprovechamos para mentir y para subsistir.  Esto es así, para que no entendáis esta guerra de que os hablo como algo en que los contrincantes están tan netamente separados: los contrincantes están por el contrario intrincadamente unidos, confundidos lo uno con lo otro, y bestias, árboles, astros, nosotros, tienen que aprovechar las ideas que se imponen, la fe en que las cosas son lo que son, y los números, que acompañan a esta fe en que las cosas son lo que son.  Tienen que aprovechar eso para subsistir simplemente. 

   Nosotros en el caso estremo, pues tenemos que aprovechar los dineros, que son números, que son Futuro, que son por tanto objetos impuestos desde Arriba, de Fe, pero tenemos que aprovecharlos para subsistir, para ir tirando, para lo que se llama existencia, y esto lo hacemos naturalmente contra una tendencia que tenemos desde abajo, diríamos, una especie de infinita pereza que nos invade, que es la tentación, el deseo, de dejarnos ir, de librarnos de todo el tormento de las ordenaciones y de la fe que nos están impuestos, como un verdadero respiro de liberación.  Dejarnos ir, dejarse llevar, y lo que al principio decíamos de dejarse hablar es una parte de esto, de esta especie de deseo profundo y contraideal que abandona la pretensión de ser uno el que  existe, y que por el contrario nos lleva a dejarnos ir, dejarnos perder, dejarnos de ser lo que se nos manda que seamos.

   No creo que haga falta más, por lo menos esta noche, para generalizar lo que he mostrado para el caso de uno a la Realidad en general.  Pero hay que añadir que es que el caso de el Hombre es especial, y es por eso por lo que aquí, en esta tertulia política, lo que nos queda de pueblo no está simplemente contra una forma u otra de gobierno: está contra el Hombre mismo.  Que es lo mismo que estar contra Dios, porque efectivamente de por sí esto de el Hombre, en cuanto se nos hace que le impongamos al resto de las cosas como si el Hombre fuera el observador, las cosas las observadas, el Hombre fuera el dominador, las otras dominadas, etc., es este Hombre el que así se convierte en objeto del desengaño, del desmentimiento: no tiene para ello ningún fundamento, ninguna razón, no tiene ninguna razón.  Naturalmente, si el Hombre se apodera de la razón, él mismo, y piensa que los astros y las flores y los árboles no la tienen, y no hablan, entonces, claro, por pura consecuencia en primer lugar va a tener razón, y la razón será la suya, pero eso, como tantas veces hemos dicho, es un puro patriotismo, y por tanto tan falso y tan imbécil como todos los patriotismos, solo que aplicado a la Humanidad, aplicado al Hombre, contra el que estamos.  Y es por eso por lo que, aunque esta guerra de la Realidad sea común a cualesquiera cosas, en el caso nuestro lo es de esta manera especial: con una exageración.  Con una exageración: que trata de imponer el Todo (como en los regímenes totalitarios, como el Dios Todopoderoso de la antigua Iglesia), o la Nada, que es lo mismo por el otro lado: se trata de imponer la fe en los números esactos como reales, se trata de imponer la verdad en la Realidad, donde no hay más verdad que la guerra, pero se trata de imponerla una y otra vez. 

   Las bestias, los astros, por la Ley de la Existencia, para subsistir, tienen que mentir como nosotros, tienen que aprovechar los entes ideales que les caen de Arriba para aplicarlos al negocio de salvar el pellejo, de atrapar la presa, de no chocar unos con otros, etc.  Tienen que hacerlo así, y en ese sentido se puede decir que eso que queda por debajo, que no ha quedado todavía reducido a Realidad, y a lo que por tanto no tenemos que darle nombre (aunque se le dan de vez en cuando nombres, falsos, como Natura y cosas así, que aquí le decimos la desconocida) tiene que aprender Matemáticas en cuanto se trata de la realización: si se trata de que las cosas vengan a intentar ser las que son y cada una la que es, y de esa manera pelearse unas con otras, entonces efectivamente hay que aplicar los números, los significados esactos que van con ellos, echar las cuentas, hacer las cuentas.............  Eso es subsistir, y vosotros lo sabéis como yo igualmente, pero esto no se da más que en virtud de que se pasa de lo desconocido a la Realidad, que está costantemente costituída por el intento de conocer, de saberse, y por tanto por la mentira, que ésa no puede ser.

   Pues bien, el Hombre está contra esas posibilidades de vida, de desconocido, de una manera especial, simplemente en cuanto que Él se presume el Sujeto del saber, el Autor de las ideas y de los ideales, y sobre esa mentira se sostiene.  Ésa es la mentira del Hombre, a la que directamente atacamos en esta tertulia en nombre de lo que no es Hombre, sino común, pueblo-que-no-existe, y de lo que en cada cual, gracias a su imperfección, quede de pueblo-que-no-existe.  Bueno, como se ha hecho tarde me tengo que callar aquí"  



 ¿AGC?