jueves, 28 de agosto de 2014

Del Libro "Cuadernos de Todo", de Carmen Martín Gaite






Del Libro "Cuadernos de Todo", de Carmen Martín Gaite, que me anda acompañando en las olas serenas de este verano. Espero y gusten del mismo placer de estas lecturas...Salú! 



La casa como tiranía. 



La casa como nido. La casa supongo que en un principio sería funcional, sitio dónde recogerse. Pero nadie ve la posibilidad de rehabilitarla como tal refugio del frío, de la intemperie y basta. ¿Porqué se debe fidelidad a la casa como un santuario? “Ahora tienes ganas de irte de casa” , le reprochaban las mujeres a sus maridos. Y es por el simple pecado de abjurar de la casa como religión. Les obliga a ser hipócritas, a esconder esta legítima apetencia de todo hombre a salir y relacionarse. No hay ningún hombre en quien se haya muerto del todo, pero abjuran de ella, la esconden, tratan de justificarla suciamente, con razones falsas. Pocas veces se pide al familiar que permanezca en casa por razones positivas –una conversación, un quehacer- sino para encanallecerle en la pura inmanencia, para abortar en él todo balbuceante deseo de relación (desmayado por la falta de uso, casi agonizante.)



Las relaciones públicas.


¡Claro que le gusta a un hombre irse al café! A toda persona le gusta estar con personas, fuera, al aire, en terreno neutral. La tertulia.

Y todo el remedio que se les ocurre a las mujeres que se dicen más inteligentes es convertir estas relaciones públicas en privadas, privatizar más, al servicio de lo único que le interesa: cortar juego, encerrar. Algunas se engañan y creen estar siendo generosas. Creen que todo consiste en la cantidad. A una casa dónde viene cincuenta amigos, ¿Cómo se la va a llamar mezquina, cerrada? Pero la cuestión está en para qué vienen esos cincuenta amigos. Si la razón primera es la de evitar que el otro se relacione directamente, sin una mediatización o fiscalización, ¡valiente generosidad! Es agrandar la jaula, hacerla de oro, adornarla y reafirmarla  cada vez más en su carácter de jaula: consagrarse, pues, definitivamente a la vida privada e íntima, a la vida en jaula. Esos amigos acaban siendo propios, se ejerce sobre ellos el mismo derecho de propiedad –en otro grado- que sobre las personas de la familia. Deja de existir una posible relación, porque se les acerca, se le hace cosa privada, se le familiariza. Y la falta de distancia –la justa para ver más que su letrero y otras cuantas particularidades personales: sus piernas, si nariz- convierte también en cosa a esa persona, en instrumento guardado en la vaina, podado de su peligrosidad, de su palabra.

Las mujeres, como los padres, casi nunca dan gratis. Llevan su mira, más o menos inconscientemente: la de cobrarse más tarde o más temprano. Al libre hay que traerlo a vereda, meterlo en cintura, encerrarlo, y para esto se emplean los métodos más maquiaveélicos y refinados que quepa imaginar. Se arma el tinglado más aparatado de pregonada generosidad. Pero el tema sigue siendo: Traer al hombre a casa, o salir con él, pero mientras no haya interés, ¿para qué? No se podrá fingir tal compañía.

Acabo de ver una obra de teatro repugnante: La bella malmaridada que llena a diario el teatro María Guerrero. Casi toda la gente sale compadeciendo a la pobre imbécil de Lisbella y enalteciendo su resignación ejemplar. Al caer el telón parece que se ha logrado algo (al menos momentáneamente) porque se a logrado cerrar de nuevo al marido en casa. En el caso de Lope –que no veía otro problema más allá de las relaciones sexuales- los motivos del marido para salir eran tan mezquinos que no voy a defenderlos; pero una mujer como ésa, que nos presenta Lope como ideal, hartaría a golpes de <<dueño mío>> al más recoleto varón. ¿Qué vanidad masculina no va surgir ante tan rendido vasallaje y permanente incienso?

No sé qué idea ha movido a la dirección del María Herrero a poner en escena una obra así. Supongo que pretende demostrar el avance que se ha producido con los años, pero todas las mujeres del teatro se solidarizaban más o menos con la repugnante Lisbella, que era ella misma la merecedora de trato tan indigno.

Para mi modo de ver no han cambiado tanto las cosas y la risa irónica no procede, más bien la melancolía. Porque ha sido solamente el aspecto de la cuestión lo que ha variado. Es decir han variado las técnicas usadas para encerrar al marido en casa; pero persiste idéntico deseo, en el que coinciden un noventa y cinco por ciento de las mujeres <<enamoradas>> de un marido. Colgadas, cachipegadas, inseguras de sí. Que no se vaya, que vuelva, Dios bendito. Lisbella salía a buscarle. Las de ahora salen con él. Lisbella rezaba. Las de ahora arman fiestas en casa, preparan –llegado un caso extremo- programas de celos. Pero mientras el interés siga centrado en la propia relación, no se ha dado ni un solo paso adelante.

Y son diez minutos. Dar noticia de los asuntos cotidianos –incluidas consultas, ayudas, etc.- puede llegar a una o dos horas. Luego hay que inventar cosas, escenas, gestos que justifiquen la salida en común, ya que no hay una relación activa, verdadera, que justifica esa compañía.

Las mujeres que salen al café y bostezan se llevan la casa a cuestas, la cama a cuestas, la están esgrimiendo como en esa nubecilla de los tebeos cada vez que le miran, que suspiran, que le dicen <<yo tengo sueño>>, no dejan al hombre libre, independiente. No le dejan su tiempo, el ciclo de tiempo propio que le pida su lectura, su quehacer o su conversación. Llaman continuamente la atención sobre su mísera, insegura persona.

Se me dirá: <<Es que el hombre que quiere estar libre, que se quede soltero>> . Así se contesta con la inercia, la cerrazón de quien no quiere contribuir a arreglar nada. ¿Por qué se va a quedar soltero si quiere mujer, y ella hombre? ¿Por qué no se le va a dar sin condiciones lo que se le da lleno de peros, que son para él un continuo criadero de remordimiento? <<Es que si a un hombre se le deja solo en un mundo cuajado de peligros...>> Y yo digo ¡mentira! Un hombre acaba yendo siempre a donde quiere. Y el incentivo de lo prohibido le hará ver con un espejismo de verdad esa mezquinas evasiones sexuales, que en la mayoría de los casos podrían no existir si se les permitiera un completo desarrollo intelectual. Las mujeres tienen celos de todo lo que no son ellas y su casa. Eso es lo grave. De todo lo que es relación pública, posibilidad de libertad.

¿Quién ha dicho que una mujer sólo tenga celos de otra mujer? Tienen tantos y aun más de los amigos, de los libros, de todo lo que al hombre le llama a una salida al ancho mundo de la comunicación con los otros.

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