La reciente ola de Nacionalismos de todos los signos: blandos, duros, durísimos, y hasta sangrientos, que invade, sobre todo, el llamado Primer Mundo (y el ya desaparecido por asimilación: Segundo Mundo), donde rigen, o están en trance de regir, las formas de Gobierno más progresadas: las Democracias, nos llevaría en una primera visión, a propósito superficial, a considerar el fenómeno también común y relacionarlo con otro fenómeno también común y bien evidente en todas ellas. A saber: la creciente uniformidad, tanto pública y política, de todos los Estados, que incluye el intento de disimulo de la idea de Estado, tanto eso como la uniformidad privada y particular de los ciudadanos de todas las Naciones: costumbres, usos y consumos, formas de vida y de producción , tanto laborales como artísticas, tienden a una identidad casi perfecta.
Parece que se camina de modo imparable hacia la gran Mímesis, no sólo socioeconómica y política, sino también hacia una especie de Cultura General, batida constantemente por la Información/Formacion/Comunicación de Masas, que se decanta hacia los mismos gustos, las mismas necesidades, los mismos consumos, los mismos valores, los mismos horarios, los mismos deseos, ...en pueblos y ciudadanos muy distantes y diferentes,. Pero junto a esta suerte de Estado general de Supracultura transnacional, multinacional surge simultáneamente, y como movido por el mismo motor, el otro fenómeno sorprendente: la urgencia de Nacionalismos cada vez más pretenciosos. Estos dos fenómenos parecen retroalimentarse entre sí. Ambos se refuerzan y complementan: a mayor uniformidad política y privada (entre las Naciones y entre los <<cada quisque>> de cualquier parte) mayor necesidad de afirmación de la diferencia, tanto por una exacerbada identidad nacionalista, como por la creencia desmedida en la personalidad individual. Como si efectivamente el mismo mecanismo moviera la naturaleza de las Masas, y sus Estados y la naturaleza de los Individuos. Del mismo modo también que los mecanismos publicitarios se dirigen al yo personal, muy particularmente, con esa machaconería, de: <<tú eres diferente>> para venderte lo mismo que todo el mundo.
Parece, pues, que no hay contraposición entre el gusto o capricho individual (supuesta independencia o libertad personal) sino más bien colaboración del mismo lado respecto a la obediencia a la uniformidad del grupo o de la nación, como santo y seña de pertenencia. Donde más se afirman los rasgos y valores individuales es en las actitudes de pertenencia al grupo,. Se me ocurre presentar, como referencia lejana pero modélica, el caso de los adolescentes, paradigmático por lo exagerado. No hay más que observar el uso riguroso de las marcas en sus vestimentas, motos, músicas, etc. tan fanáticamente definidos como <<gusto personal>>, y que obedece de modo ciego a lo que está mandado desde Arriba, o sea desde el Mercado, como señas de identidad y pertenencia al grupo y sus líderes: si se es de algo o de alguien se es algo o alguien: y hasta lo impertinente se hace pertinente, osea perteneciente. Y a mayor uniformidad más necesidad parece tener el sujeto de disfrazarla de libertad personal; es característica la <<rebeldía de uniforme>> que toman muchos grupos juveniles.
Este texto sirvió de base para la intervención de la autora en la Mesa: Las Culturas Nacionales en la imagen de Europa (21 y 22 de Mayo de 1992). Instituto de la Juventud y Generalitat de Valencia.
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