UNA NUEVA MILICIA: LA IDEA DE FUTURO
No se trata de inventar la muerte, sino de
administrarla. Y administrar la muerte quiere decir cambiar cualesquiera
posibilidades de vida, de disfrute, de inteligencia. El truco es sencillo: resulta
muy melodramático llamar a la muerte, muerte, en cambio, sea lo que sea parece
mejor llamarla “futuro”. No se pierde nada con el cambio, sea lo que sea eso de
la muerte. De lo que estáis todos convencidos, como yo, es que no hay más
muerte que la futura. Sí. Nuestros parientes se mueren y esos desgraciados
militronchos yanquis, como las amas de casa de Bagdad, han muerto, pero son
muertes de mentira, son muertes de fuera. La única, la verdadera, es la mía:
ésa es necesariamente futura. No hay otra: no hay más muerte que la futura. La
muerte es necesariamente una condición ideal futura y entonces este axioma se
vuelve del revés sin ninguna falsificación: todo aquello que se llama futuro es
“muerte”. “Futuro” no escandaliza a nadie y “muerte” sí. Imaginaos la que os
están haciendo cuando a vosotros, la gente de veintipocos años, os dicen que
tenéis mucho futuro. Una vez que habéis entendido lo que quiere decir la
palabra, supongo que el truco os parece bastante claro. Tenéis mucho futuro, en
efecto, tenéis tanta cantidad de futuro que no hay tiempo para vivir. Ésta es la
descripción, más o menos, de la Administración de Muerte. No hay tiempo para
vivir, porque ese tiempo en el que a lo mejor podría suceder tal cosa como
“vivir”, está íntegramente ocupado en la preparación del “futuro”. Íntegramente
ocupado en la preparación del futuro de todas las maneras que vosotros ya
sabéis: desde las más triviales, desde el momento que os hacen estar pendientes
de un examen fin de curso, desde ese momento, pues, ya véis cómo la
administración de muerte se realiza. No tiene ninguna importancia que os
examinéis, da igual, y esto lo comprobáis a cada paso. Al aparato le importa un
bledo. Si hay algún profesor que está interesado en las cosas que trata es una
escepción. Lo que importa es que tengáis un programa, un proyecto, un plan de
fecha fija. Os quieren hacer creer que os estáis preparando para adquirir una
formación que os permita debidamente integraros en este orden.
Pendientes de un futuro y, efectivamente, pues llega
el final de carrera, llega la oposición y lo que sea o el manejo por el que os
colocáis. Otros quedáis sin colocar, pero no importa, porque también el paro
está dentro del trabajo, es una parte de la Institución, de forma que el parado
sigue aspirando a colocarse y no se le ocurre disfrutar de su condición de
descolocado ni por asomo. De forma que todos están preparados con eso. Luego
están otros futuros: parece que tenéis que casaros. Nadie, ni Dios, sabe por
qué, pero está ahí, está en el futuro, es una condición: llega un momento en
que hay que casarse y da igual que no creáis en esto y en lo otro y os parezca
que eso del matrimonio es una ceremonia, da igual, no importa. Lo importante es
que es una cosa más que hay que hacer y que está en el futuro, y que después
hay que preocuparse de unos niños y después pensar en los posibles cambios de
residencia y colocación, que entretienen mucho, y después en los planes de
jubilación que la banca os proporciona para que os aseguréis la última parte
del camino tranquila y podáis disfrutar así con futuros sucesivos que ocultan,
al mismo tiempo que revelan, la verdadera condición del Futuro: esa muerte
verdadera de la que estoy hablando.
El mundo desarrollado aspira a que las poblaciones no
sean más que masas de individuos, cada uno íntegramente reaccionario, es decir,
conforme con el estado y el capital que lo rige. Se confía por lo menos por la
parte de arriba que cada uno sea necesariamente reaccionario, es decir temeroso
de su futuro, preparador de su futuro. Se confía, por desgracia, con buen
fundamento en que al menos la parte superior de cada uno, la visible, tenga esa
condición. Gracias a esto confían en que las votaciones de la mayoría sean
siempre reaccionarias y conformes. Lo practican una y otra vez: están seguros
de que el procedimiento va a darles lo que esperaban. Y así funciona la cosa,
así forman estas masas: cuando no es a través de las instituciones de educación
directamente, es por los otros medios culturales, la televisión a la cabeza.
Así se consigue que nunca pase nada para que siga esta Paz. Esta Paz que consiste
en la inmovilidad, la inmovilidad recubierta de movimiento acelerado: se mueven
pero están quietos. Es como la flecha de Zenón: justamente consigue no poder
arrancar nunca gracias a estar moviéndose constantemente y tropezándose con la
imposibilidad del movimiento. Ésta es la condición metafísica. Esta conversión
de la vida en Historia implica al mismo tiempo la conversión de la gente en
puras masas de individuos. No puedo esplicaros mucho cómo lo uno implica lo
otro. Arreglaros para ligar las dos cosas. Pero no creo que sea difícil
descubrirlo: lo uno va con lo otro y un individuo quiere decir alguien
entregado enteramente a su futuro, perfectamente costituido por su muerte.
Eso quiere decir mucho: se le enseñan falsificaciones
individuales que corresponden al poder. Se le enseña a creer que aquello
que es una aspiración a futuro, es un deseo. Que aquello que es un llenamiento
del tiempo vacío es un placer. Que esa historia que le hacen pasar es una vida.
Por desgracia el engaño es eficaz en el nivel individual. Raro es el que es
capaz de dar voz y decir: “Yo distingo entre matar el tiempo y divertirme y
pasármelo bien de verdad. Yo no estoy dispuesto a decir que me lo he pasado
bien tirándome tres horas delante de la pequeña pantalla, ni que me lo he
pasado bien aguantando en la discoteca hasta las cuatro o las cinco de la
mañana en esa competición de ver quién aguanta más bebiendo coca con ginebra.
No puedo, no me consiento una vez más decir que me lo he pasado bien. He estado
matando el tiempo, he estado eliminando una noche con trabajo penosamente. He
estado sufriendo delante de la pequeña pantalla también. Me he estado
aburriendo con esta condición, me he estado aburriendo sin darme cuenta que me
aburría. La forma de aburrimiento más trágica y terrible: aburrirse sin darse
cuenta.” Es raro que alguien pueda desde abajo lanzar esta distinción y decir
“yo todavía sé, creo que sé, siento por lo menos qué es eso de vivir y sé que
esto no lo es.” Es raro, y de vez en cuando, y gracias a que no estamos bien
costituidos del todo cada uno como individuo, algo de esto brota, algo de esto
se siente.
Es a esa mala costitución de cada uno de vosotros a la
que estoy apelando aquí. No sé si os habéis dado cuenta. Sólo a vuestra mala costitución.
Si yo pensara que estáis perfectamente costituidos, como cada vez están mejor
costituidos los ejecutivos, según se trepa por la pirámide, si yo pensara en
eso, ni siquiera me hubiera molestado a venir aquí a hablar con vosotros. Confío
en vuestra relativa mala costitución: no estáis todavía convencidos de este
truco, no estáis convencidos de que “placer” sea eso, no estáis, por lo tanto,
convencidos de que a esta Paz merezca la pena llamarla “paz”. Estáis dispuestos
a percibir, tal vez de una manera que alguien llamaría intuitiva, pero
dispuestos por tanto a formularlo después y razonarlo, que ésta es la “guerra”.
Que esto que estoy describiendo es la “guerra”.
¿Agustín García Calvo? Charla ofrecida en la Universidad de Barcelona el 8 de marzo de 1992. Transcrito por Ernesto Sánchez-Pascualada de Har. La charla entera: Contra la Paz