¿ALGO SE MUEVE?
DEL MOVIMIENTO (Canción sin causa ni fin)
¿Quién mece la cuna,
la cuna en el aire?:
la cuna vacía
no la mece nadie.
¿Quién mueve la luna
por el firmamento?:
a la luna nadie
le da mandamientos.
¿Quién mueve las nubes
por el cielo azul?:
no las mueve nadie
ni las mueves tú.
¿Quién mueve las olas
del bravío mar?:
ni nadie las mueve
no se pararán.
la cuna en el aire?:
la cuna vacía
no la mece nadie.
¿Quién mueve la luna
por el firmamento?:
a la luna nadie
le da mandamientos.
¿Quién mueve las nubes
por el cielo azul?:
no las mueve nadie
ni las mueves tú.
¿Quién mueve las olas
del bravío mar?:
ni nadie las mueve
no se pararán.
Con motivo de un encuentro científico de
astrofísicos sobre «El Hombre y el
Universo», me tocó pasar algunos de los últimos días de septiembre en
Sevilla (¡que Dios la bendiga y la olvide!), florida de jazmines y turistas
tardíos que iban y venían y giraban y
tornaban, y volvían a ir y venir de acá para allá entre pacientes caballos
uncidos a sus calesas que, a su vez, también iban y venían con cierta mecánica
resignación. Y así todo el día...
De
regreso en el hotel, al cerrar los ojos, se me aparecía en medio de la vana
noche ese trajín interminable y repetido de turistas cruzándose con las
imágenes parpadeantes y multicolores de las estrellas y los corpúsculos cósmicos
que aquellos hombres de Ciencia nos hacían ver a través de sus potentes
telescopios y en inéditas fotografías del firmamento sorprendido desperezándose
por el impúdico cíclope tecnológico. Un nuevo cielo de ángeles proteicos,
deshilachados y geométricos al tiempo, exactos y deshechos, luminosos y
sombríos a la vez, se abría a nuestros ojos en una nueva visión "científica" de aquellas estampas
celestiales de nuestra vieja religión, la verdadera. Así que meteoritos,
núcleos, supernovas, núbolas y fogocitos -todos ellos domesticados con nombres
más o menos de andar por casa-, agitándose en arquitectónico desorden o en
organizado caos por los cielos vigilados, se mezclaban y confundían en mi sueño
con las azogadas hordas de turistas de las calles sevillanas. O sea que la
cuestión arriba y abajo consiste en moverse. Parece que la Realidad, eso que
llamamos la Realidad, tanto la cotidiana y 'natural' como la extraordinaria -y
que antaño solíamos decir 'sobrenatural'- se fabrica con el movimiento; que
sólo eso de moverse y que las cosas se muevan hacen Realidad y su Ciencia: la Física.
Y sin
embargo, a pesar de la evidencia, o quizá por ella, uno se pregunta sospechoso:
«pero...¿es que algo se mueve?»;
porque, es que si miramos a lo alto, a eso del firmamento -al Universo como
dice la Ciencia- el moverse de una estrella implica automáticamente su
destrucción: la estrella se deshace en su fuga; ya no es lo que era; su
corrimiento es su desaparición: cuando se corre una estrella se pierde. Pero
¿qué pasa por acá abajo con eso del movimiento y los turistas de mi sueño? ¿Qué
les pasaba o no les pasaba a ellos cuando, tan extenuados como optimistas, se
cruzaban entre sí una y otra vez y al reconocerse intercambiaban sonrisas y saludos con tan mecánica naturalidad en
aquella desasosegada trama babélica? ¿Y en esa infantil carrera, qué les pasaba
a ellos o no les pasaba que tuviera algo que ver con aquella fatal carrera de
los astros?. La cuestión es tan vieja como el mundo, y ya el zorro de Zenón la
atacó certeramente por el centro. Pero la imposibilidad y la contradicción
siguen estando vivitas y coleando y se presentan desnudas al sentido común
cuando menos te lo esperas. Veamos:
Que
uno, al menos acá abajo, se mueve para y
por ser el que es[1], y
que no hay movimiento sin 'identidad'
parece, pese a las apariencias, un hecho de pura lógica; y que el movimiento no
se demuestra ni andando, ya que la condición primera es que usted, el que anda,
se mantenga igualito a sí mismo durante todo el trayecto, y que como aquella rodante
naranjita de Mairena, aunque penas y descalabros contra esquinas y malos amores
no le dejen ni en sombra de lo que era, sólo si queda alguna partícula de usted
que le sea particular y propia, que
le haga a usted y al prójimo reconocerse y reconocerlo -aunque sea en el más
recóndito de sus escondrijos- o sea, que siga siendo usted el que es, inmutable, es gracias a eso y sólo por eso que usted se
ha movido (¿Se acuerda de aquella clase de Sofística en la que el maestro ante
el asombro de los aprendices afirmaba: «que todo cuanto se mueve es inmutable, es decir, que no puede
afirmarse de ello otro cambio que el cambio de lugar; que el movimiento
corrobora la identidad del móvil en
todos los puntos de su trayectoria. [Que] sea lo que sea aquello que se mueve,
no puede cambiar, por el mismo hecho de moverse». Pues eso). Claro que
usted lo tiene más fácil que la pobre naranjita de Mairena, tan común la pobre;
usted es un Nombre Propio, y mientras que usted no pierda su nombre y no sólo
eso, sino que todos sus prójimos y prójimas le pierdan a usted de su memoria,
la ilusión de su moverse está garantizada. Tendría usted que, al revés Ulises,
perderse en el maremagnum de los mares, entregarse al canto de las sirenas y al
pasto de los dioses, convertirse en cerdo, arrastrarse por lodos y pedregales
y, aún con eso, si al tornar a su hogar,
su vieja nodriza, al palpar la cicatriz de su infancia, le reconoce,
usted no se habrá de verdad 'movido' ni un ápice; se habrá desplazado, cambiado
de lugar, pero usted seguirá inmutable siendo el que es. O como aquél viejo samurai que al volver de
la larga guerra no es reconocido por ninguna de sus siete concubinas y tan sólo
su caballo le reconoce. No hay viaje, hay turismo.
Recordemos
de nuevo las palabras de Mairena: «Si lo que se mueve no puede cambiar, es
el movimiento la prueba más firme de la inmutabilidad del ser, entendiendo por
ser ese algo que no sabemos lo que es, ni siquiera si es, y del cual en ese caso pensamos
el movimiento». (En cuanto a nuestra pregunta del título, dejaremos para
otro día, aunque sean inseparables, la cuestión del 'algo', que tiene tanta miga como el 'se mueve'). Lo cierto es que el movimiento, a la manera eleática,
tiene que pensar un ser inmutable, al cual se le atribuye. Y concluye el maestro «Si todo, pues, se mueve nada cambia». «Si algo cambia, no se
mueve». «Si todo cambiase, nada se movería».
Pero
parece que no vale tampoco hacer demasiados distingos entre transformación y
movimiento. Ante la observación del alumno sobre la distinción entre cambio de lugar o movimiento y cambios
cualitativos, ya sabéis lo que le respondió Mairena: «Dejémonos de
monsergas... Los cambios cualitativos, si son meras apariencias que sólo
contienen cambios de lugar o movimientos, están en el caso que ya antes hemos
analizado (arriba); si son otra cosa, escapan al movimiento y son,
necesariamente inmóviles. Siempre vendremos a parar a lo mismo: el movimiento
es inmutable y el cambio es inmóvil». Y añade que si se estiman estas
diferencias pasaría que: «si el cambio es una realidad y el movimiento es
otra, la realidad absoluta sería absolutamente heterogénea».
Ya
mucho antes de Mairena y su maestro Abel Martín, la aporía de Zenón planteaba
con desparpajo la contradicción suma en la que se basa toda Física en cuento la
roza el lenguaje: «Un móvil ni se mueve donde está ni donde no
está»... porque si está no se mueve, y si no está ni se mueve ni puede
hacer cosa alguna.
Así
que, dado ese vínculo constitutivo recíproco entre 'movimiento' e 'identidad',
no nos debe extrañar que en el Progreso de la Historia -en el Progreso del
Progreso- cuando la constitución de la identidad individual refinada por el
culto al Humanismo, amenaza con la suprema perfección de esa entelequia del
Hombre (mayúsculo y civilizado) una de las notas o rasgos sustantivos y
definitorios de 'Individuo' (idéntico a sí mismo) será el de su movimiento
libre y continuo de tal manera que precisamente su índice de identidad
individual será su motilidad y
disponibilidad de movimiento: él es el que
se mueve. Su capacidad de movimiento debe ser ilimitada y metafísicamente
perfecta: «si estoy volando en avión a Amsterdam es que soy Pepito» o «si es martes estamos en Bélgica».
No es
de extrañar, pues, el éxito desmedido del automóvil particular -del coche
individual- fenómeno coincidente con el auge de las democracias y paradigmático
de esta constitución individual progresada vía movimiento. Los pies del Régimen
demotecnocrático de los Países Desarrollados del llamado Estado del Bienestar,
tienen que estar siempre moviéndose. Los mismos mensajes publicitarios de los
anuncios de coches establecen bien claramente la similitud y simultaneidad de
los términos velocidad y persona, sin separar velocidad del
objeto y personalidad del objeto, ya que en el caso del automóvil propio
particular (máxima perfección de la mónada individual democrática) más bien el
sujeto es el artefacto y el conductor un implemento cada vez más secundarios.
El éxito, pues, en todo el Mundo Desarrollado demuestra bien a las claras las
ondas conexiones entre la constitución del Individuo moderno típico del
tecnohumanismo democrático y su vana constitución con movimiento uniformemente
acelerado, el desplazamiento sin fin de un sitio a otro como señal de
"libertad personal" (nótese que esta tan cacareada libertad personal
consiste en la práctica -en el caso ejemplar del automóvil en ir donde va todo
el mundo a la misma hora y por la misma autopista, pero eso sí: con la ilusión
democrática de hacerlo por gusto y libertad personal.
Y sin
duda, otro fenómeno actual parejo y tan paradigmático como el del automóvil
sobre la sustentación recíproca de 'movimiento' e 'identidad', es el del
Turismo colectivo. Esas grandes oledas de turistas movidos de la Zeca a la
Meca, traidos y llevados de acá para allá, también al parecer, por decisión y gusto personal. ¿Es ese afán
desmedido de constitución individual, de individualismo cada vez más autista el
que hace moverse y removerse sin parar a las gentes de todos los Países
Desarrollados? ¿Es la fiera necesidad de una Historia ya vieja y cansina que no
tiene guerras donde mover y morir a sus peones? ¿son los espasmos automáticos
de una Realidad demasiado hecha y maniática, amenazada de su propia fe, que
entra en impaciencia motora en demencia senil y agita a sus átomos (individuos)
y a sus moléculas (grupos) de acá para allá sin cesar hasta la tercera, cuarta
o quinta edad si es preciso? ¿o es que el mundo ya papel de dinero
(desaparecidas las cosas ya todas dinero) necesita batirse al mismo ritmo frenético
del dinero, otra mentira que vive sólo de su movimiento.
Sea lo
que sea, parece ser signo de los tiempos ese movimiento desquiciado y
constante, esa fe incansable, esa seguridad de saber a donde se va y por lo tanto ir (olvidando la sabia conseja del poeta: «caminante no hay
camino...»). Los zapatones del Régimen del Desarrollo no pueden pararse
como aquéllas zapatillas rojas del cuento.
Pero,
veamos, y con esto enlazo con aquellas estrellas fugaces de mis noches
sevillanas con que iniciamos estas cavilaciones; ya hemos visto (con la ayuda
de Mairena de Zenón y del sentido común) como, al menos por aquí abajo sólo lo
inmutable se mueve, y lo cambiante está quieto; y que por Allá Arriba parece
que correr/se es perderse, que moverse implica destrucción y negación
instantánea de lo que se es: dejar de ser el/la/lo que se es. Y que estas
razonables imposibilidades y paradojas desdicen el ilusorio trajín de los
turistas (sin que ellos lo sepan, claro está).
Y en
estos difíciles casamientos andaba yo cuando me llegó una copla que brotaba de
algún patio fresquito: «Como la luna y la tierra/Eva se hizo redonda/por
arte de la paciencia». Y
mira por donde yo que creía que empezaba a tener algo más claro aquélla
pregunta del principio: ¿Algo se mueve?, me volví a liar de
nuevo. Y con la letrilla de la copla, me vino aquella distinción enciclopédica
que nos hacían de chicos en la escuela: rotación
y traslación. Y mira por donde, parece que Eva en la guasa de la copla,
había decidido, como la luna y la tierra, hacer ambas cosas a un tiempo -como la que no quiere la cosa- para ser y no ser la misma al mismo tiempo;
(revolución femenina: rota/rota sobre sí misma). Claro que Eva está del lado de
la clarividente diosa (Parménides) y la diosa del lado de Eva, y quizá ese su
saber de una vez, que entra por los ojos en un golpe de vista, a lo mejor no
está tan reñido con eso otro del decir, calcular, razonar (Heráclito).
Isabel Escudero Ríos, a 30
Septiembre de 1994, publicado en la Revista Archipiélago,
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