miércoles, 2 de enero de 2019

Pensar el tiempo, pensar a tiempo. Por Luis Castro Nogueira. Revista Archipiélago



Acaso aún estemos a tiempo. Por abrigarnos del tiempo (meteorológico) nos construimos un tiempo (cronológico) que se ha convertido en nuestra morada, morada insustancial donde las haya. No es el nuestro un tiempo cualitativo, tiempo -tiempos- de vida, tiempos propios de las cosas, gentes y ocasiones, sino cuantitativo, abstracto, separado, expropiado a las cosas, las gentes. No tiempo de esto o de lo otro, sino tiempo en el que ocurre esto o lo otro. No ese tiempo que puede ser bueno o malo, sino tiempo a secas, que se mide y pasa, fracturado en unidades homogéneas que se intercambian con las correspondientes en trabajo, dinero o espacio recorrido. No tiempo de vida sino tiempo debido, no tiempo propio sino enajenado. Tiempo de muerte.
Mary Cassat

La búsqueda del tiempo perdido que hoy proponemos no pretende, sin embargo, ninguna nostálgica -e imposible- recuperación de unidades de tiempo que midieron días ya idos para siempre, sino explorar esos otros tiempos que laten en el fondo de lo aún no medido, sondear su espesura, aventurar tiempos desmesurados. Epimeteo, el titán mudable, era -como el tiempo climático- imprevisible. La menor variación en las condiciones iniciales -que diría la dinámica de sistemas alejados del equilibrio- alteraba estrepitosamente sus reacciones. Y no perdía ocasión para dejarse seducir por ella, se llamase o no Pandora. Él repartió a cada animal su cualidad propia. Su tiempo es de la naturaleza: apasionado, caótico, denso, interno, intenso. A su esforzado hermano Prometeo, se le ve venir. Su tiempo es el de la pre-meditación y el pro-yecto, tiempo del pasado reiterado y del futuro prefabricado. Un no tiempo que, desde fuera, se impone a la multitud de los tiempos que palpitan en lo vivo. Su tiempo es el de la pre-visión y la obstinación, el de la idea encarnada, el de la ciencia y la técnica: imperturbable, lineal, superficial, externo, extenso. Su destino no podía ser otro que la muerte permanente: tiempo encadenado, tiempo de condena.

ILYA PRIGOGINE (El redescubrimiento del Tiempo/1) se revuelve a pensar estas dos concepciones del tiempo, en el que sin duda es uno de sus más sugestivos artículos. La física clásica optó por el segundo de ellos: mecánico, reversible/indiferente, soporte de previsiones, determinista, medida de un orden tan perfecto que sólo podía existir como imposición y distorsión de los fenómenos: un tiempo que es un no-tiempo. Las ciencias humanas, tan faltas de imaginación como ávidas de servir al orden dominante, no dudaron en adoptarlo como modelo. ¿Cómo pedirles perdón ahora? ¿Cómo explicarles que la misma física recupera el tiempo narrativo, no ya el de la historia sino el de las historias, ese tiempo que nace del acontecimiento en vez de sobrevolarlo, impertérrito? La historia es hija del tiempo, pero el tiempo también tiene su historia. Así, J.T. FRASER (El muro de cristal. Ideas representativas sobre el tiempo en el pensamiento occidental) articula su escrito a través de las distintas formulaciones temporales: Zenón, Platón, los teóricos de la Edad Media y los neoplatónicos, que configurarán las corrientes humanistas. contrapondrán dos modelos de tiempo, cada vez más individualizado (Kant, Hegel) dentro de una civilización occidental que se ha convertido en el emblema del devenir y la fugacidad. ENRIQUE OCAÑA (Del reloj de arena al reloj del "trabajador": Ernst Jünger y la vivencia de tiempo) la rastrea también, de la mano de E. Jünger, a través de la evolución de los relojes. En los primeros, el pulso del tiempo se sentía vibrar en el corazón de la materia con que se construían: relojes de arena, de agua, de sol, de fuego. Con los relojes mecánicos el tiempo se tritura en sus fracciones: molinos de tiempo. ¿Anuncian los nuevos relojes (de cuarzo, de radiaciones atómicas, eléctricos) un rebrotar del pulso material del tiempo?

El tiempo de los modernos, como observa PAZ MORENO (Del tiempo como actividad), no es, con todo, sino un islote entre los tiempos de las restantes culturas, que nunca lo separan de las actividades vitales y sociales. Así, como apunta EMMÁNUEL LIZCANO (El tiempo en el imaginario social chino) en la antigua China el tiempo no se lanza hacia ningún futuro sino que se anuda, y se reanuda -como la propia serie numérica en sus cuadrados mágicos-, en torno a sí mismo, al espacio, y al observador, prestándole espesor y singularidad al momento. En el entramado de la muchedumbre de figuras del tiempo que así se van abriendo busca UMBERTO GALIMBERTI (Las metamorfosis de Crono) el sentido que hoy pueda tener para nosotros eso que llamamos tiempo. LUIS CASTRO NOGUEIRA (Contra el tiempo, espacio. Del frenesí virílico a los territorios de E.W. Soja) se hace fuerte en el espacio frente al tiempo de la modernidad. La Ilustración nos ha dejado sin lugar, literalmente des-fondados, al instalarnos en el frenesí del tiempo: un frenesí que tiene en P. Virilio un exasperante cumplimiento. Porque esa imperiosa pujanza del tiempo le ha llevado a entrometerse, al pensar de AGUSTÍN GARCÍA CALVO (El tiempo del cálculo en el cálculo), hasta en el reino del que parecía más ajeno, el de las matemáticas, donde el tiempo de la realidad viene así a interferir con ese otro tiempo que les es propio: el tiempo interno del cálculo. Acaso haya llegado el momento de reclamar, como hace J.A. GONZÁLEZ SAINZ (Una modesta reclamación de tiempo muerto) a imitación de lo que suele en los deportes, un tiempo muerto: la muerte del tiempo. Nada parece más urgente. Acaso aún estemos a tiempo.

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