jueves, 10 de julio de 2014

ADVERTENCIA SOBRE LA PREGUNTA «¿QUÉ ES?»





¿Agustín García Calvo? Del librillo "¿Qué es el Estado?" que se publicó en Barcelona en 1977


Cuando se pregunta, como en esta colección se ha venido haciendo acerca de muchos temas políticos, «¿Qué es tal cosa?», lo que se está haciendo es tomar una idea que la gente sabe más o menos lo que es, puesto que funciona y domina en el terreno, por ejemplo, de la política, y hacer con ella, al ponerla entre interrogantes, como si no se supiera bastante bien lo que es o lo que significa. Con ello se están produciendo dos resultados contrarios uno al otro: por un lado se intenta llegar a saber bien el significado de esa idea, cerrar o completar su definición; pero por el otro lado, el hecho mismo de ponerse a preguntar por ella corre el peligro de revelar que no era tan claro su significado, que no se sabía tan de fijo qué es lo que era tal cosa, Por lo primero se quiere hacer de esa idea un arma más segura y más perfecta en la lucha de las ideas, por ejemplo de las políticas; con lo segundo se arriesga el preguntador a debilitar o entorpecer el manejo y dominio de la idea.

Así, «estado» es una idea dominante: se usa a cada paso en el lenguaje político y hasta en el vulgar: se usa como sabiendo lo que significa. Entonces, al preguntarnos qué es, pueden pasar dos cosas: si de verdad eso era una idea definida, si se sabía lo que era, no estaríamos haciendo más que decir lo que estaba ya dicho, explicar lo que estaba ya sabido; pero si no era así, si acaso el dominio de esta idea entre la gente se fundaba en parte en que no se supiera bien lo que era «estado», entonces la labor de la pregunta puede ser perturbadora, creativa,- esto es destructiva.
Porque es que, SI HABLAS DE UNA COSA, HABLAS CONTRA ELLA: sólo se habla de aquello contra lo que se habla: hablar de una idea —quiéralo o no lo quiera el que está hablando— es ponerla en tela de juicio y por tanto hacerla peligrar de algún modo como idea.


Pero esto tendrá dos sentidos opuestos según la condición de la palabra sobre la que hablemos: si su poder consistía en creerse una idea definida, en creerse que significaba una cosa determinada, entonces el hablar denunciará esa pretensión y puede que con ello la reduzca a una cierta inseguridad o impotencia relativa; si por el contrario la gracia de la palabra parecía estar en que fuera todavía relativamente libre, vaga, indefinida, entonces el hablar de ella habrá reducido esa relativa indefinición o libertad a una forma cerrada y manejable y habrá convertido lo que la palabra vagamente sugería en una verdadera idea, dispuesta para usarse como arma en el campo de las ideas: habrá metido en una especie de prisión aquello que quizá estaba todavía fuera del Sistema o por lo menos mal encajado en él.


Si hablas de una cosa definida, puede que estés luchando por su indefinición; si hablas de algo indefinido, seguramente estás contribuyendo a definirlo y darle muerte.
Por eso es por lo que el enamorado sensible y cuidadoso no habla de su amor; por eso nunca se atrevería uno, si pudiera ser inteligente u honrado, a hablar de palabras tales como libertad, vida, placer, amor...: el hablar de vida, por ejemplo, lo reduciría a ser «la vida», o sea una idea de la que puede sin grave exageración decirse que es la muerte de aquella vida desconocida: pues la idea de la vida la reduce a tiempo, que es la muerte de la vida. Y ya se ve en qué trampa caen, movidos por buena intención y pasión santa, aquellos militantes de oposición, izquierda, revolución, o como quiera que ello se llame, que se dedican por escrito y por oral a hablar justamente de cosas como ésas, que a lo mejor no se sabía todavía lo que eran y ofrecían así alguna incierta promesa de poder actuar como perturbadoras del dominio ideológico, que es (se me había olvidado decirlo, por parecerme harto evidente; pero por si acaso) lo mismo que el político.

En cambio, uno, movido por un deseo quizá que no sabe de dónde le viene, se arrojaría sin más a hablar de palabras de ésas que le parecen ser como los nuevos nombres o epifanías del Señor y que con gusto se escriben por tanto, como el Suyo, con mayúscula; nombres que le parece que representan en este mundo ideas bien costituidas y dominantes; y así, al hablar de ellas, es decir contra ellas, le dejan abierta alguna posibilidad —no asegurada, desde luego, por nadie ni por nada— de que el hablar acerca de ellas pudiera ser en algún sentido liberador.
Por ejemplo, el mismo aproximadamente que suscribe se ha venido dedicando estos últimos tiempos a hablar, en diferentes asambleas o concilios, acerca de palabras como Orden, Poder, Dinero, amén de otras como Progreso, Trabajo, Enseñanza, de las que pensaba que representaban los conceptos, bien costituidos y sabidos (puesto que la gente y la Prensa los usan a cad
a paso), de «el orden», «el poder», «el dinero», y también «el progreso», «el trabajo» y «la enseñanza».

Pues bien, de esos conceptos, en el campo político, es seguramente el de «Estado» el caso más perfecto en cuanto a costitución ideal (casi como una suma de los otros que he mentado) y por tanto en cuanto a éxito, así en el lenguaje como en la práctica política, que vienen a ser, según lo dicho, la misma cosa.
En efecto, ¿qué es el Estado?

La Huella. Recitado por ¿Agustín García Calvo?




La Huella.

 Gabriela Mistral


Recitado
 por Agustín García Calvo


Del hombre fugitivo
sólo tengo la huella,
el peso de su cuerpo,
el viento que lo lleva.
Ni señales ni nombre,
ni el país ni la aldea;
solamente la concha
húmeda de su huella;

solamente esta sílaba
que recogió la arena
¡y la Tierra -Verónica
que me lo balbucea!



Solamente la angustia
que apura su carrera;
los pulsos que lo rompen,
el soplo que jadea,
el sudor que lo luce,
la encía con dentera,
¡y el viento seco y duro
que el lomo le golpea!


Y el espinal que salta,
la marisma que vuela,
la mata que lo esconde,
y el sol que lo confiesa,
la duna que lo ayuda,
la otra que lo entrega,
¡y el pino que lo tumba
y el Dios que lo endereza!


Y su hija, la sangre,
que tras él lo vocea:
la huella, Dios mío,
la pintada huella:
el grito sin boca,
la huella la huella!


Su señal la coman
las santas arenas.
Su huella tápenla
los perros de niebla.
Le tome de un salto
la noche que llega
su marca de hombre
dulce y tremenda.
Yo veo, yo cuento
las dos mil huellas.

¡Voy corriendo, corriendo
la vieja Tierra,
rompiendo con la mía
su pobre huella!
¡O me paro y la borran
mis locas trenzas,
o de bruces mi boca
lame la huella!

Pero la Tierra blanca
se vuelve eterna;
se alarga inacabable
igual que la cadena;
se estira en una cobra
que el Dios Santo no quiebra
¡y sigue hasta el término
del mundo la huella!





Isabel Escudero. Del libro: Coser y cantar, y otros...






Tú dispara al aire

que Dios está 

en todas partes.





Por debajo del sueño
sonámbula pasa
pasa dormida,
dormida el agua.



Se abrió como el almendro,
pálida y desparramada,
cuando le llegó febrero.




Chupa el abejorro
con impaciencia,
antes de que se acorace
la almendra.







El trajín de tu corazón
tan verdadero y tan falso
como el reló.


Entreabierto mi corazón,
para el curioso,
para el ladrón.






Color y sabor del dinero ¿Agustín García Calvo?

Casos 44
22 Mayo 12 





         Es hoy otra vecina la que, al escaparme a la calle, me agarra por un brazo y me susurra: «-¿Adónde vas ahora, Armando? ¡Cuidado con lo que dices por ahí de que las cosas no son más que dinero todas, o sea todas muerte! -Bueno, Crista, sin ponernos trágicos, pero, por irnos guardando  de  desilusiones, ¿no es así como nos tienen a cada uno vendido a su futuro, y que eso es muy triste? -Todo lo triste que usted quiera; pero si ya nos han hecho a cada cual un creyente en su muerte o futuro, ¿qué más pedradas tirar a los escaparates de la fe que cada vez relucen de más letras y monigotes?-Con eso bastaría para no dejarnos sentir de veras nada y no saber a qué saben las cosas. Pero algo podría escurrirse que hiciera ser más triste todavía el Régimen del Dinero o del Futuro. -¿Cómo? -Que, aunque todas las cosas hayan quedado reducidas a dinero y que el dinero no pueda ser cosa ninguna, sin embargo, se nos haga luego creer que también el Dinero es una cosa entre las cosas. -¿Sí?, ¿que se pueda comprar el dinero y competir con otras cosas? ¿que unas sean más ricas que el dinero, otras peores?  -O el dinero peor que otras cosas, o quizá mejor y hasta más barato que otras ¿no?   -Pero, Armando, si el dinero vuelve a hacerse cosa, entonces el dinero, que no puede ser de ninguna clase de color, queriendo ser todas las cosas, «cosa», cobrará nuevos colores y sabores, y estará otra vez lleno el mundo de diferentes tipos y sabores de dinero. -Que puedan ya competir entre sí, y que por tanto ya no servirán para nada como dinero. -¿Qué?, ¿y ya el mundo lleno de clases, colores y sabores de dinero? - Eso es más que nada de lo que por ahí se habla, ¿no?, y aquello de lo que se habla, eso son cosas. -No dinero. -Y ya el invento del Bienestar se habrá hundido en su propia negación. -Y ¿para qué habrá servido el Régimen?   -Para llenar el Tiempo vacío. -¿No oyes, al cabo de un año, a qué suenan las voces que se levantaban antaño contra el Régimen? -Las oigo: más valdrá olvidarlas y dejarlas que sigan jugando con los colores del dinero».



jueves, 6 de marzo de 2014

Con Sabela García Ballesteros en la obra "Pasión", de Agustín García Calvo, representada en Zamora.


Con Sabela Garcia Ballesteros en la obra "Pasión" de Agustín García Calvo, representada en Zamora.


MA. ¿Qué es esto que me han dejado caer
sobre las rodillas? ¿Acaso
quieren que lo acune y lo arrulle otra vez
y lo vuelva a meter en mi vientre?
¿Quién eres tú? Hijo te quiero llamar,
y no puedo: muñeco tan grande,
roto, descosido, unos ojos sin luz,
una lengua sin voz que farfulla
babeando y no sé qué me quiere decir,
¿cómo quieren que llame yo a esto
hijo mío? Mi hijo era un grano de anís
que se hinchó hasta volverme redonda,
que como un retoño de fresno creció,
que de mes en mes le tenía
que alargar las camisas, que ya con oír
crujir sus zapatos de hombre
por la escalera o la sala, sin más
se llenaba la casa vacía;
y que fuera grande quería yo, sí:
nadie diga que yo entre las faldas
quisiera guardarlo: que fuera el mayor
de la clase y la ronda; y te juro,
títere infeliz, que a mí, cada vez
que te daban un premio en la cancha
o el centro, orgullo me entraba por tí,
y hasta, cuando veía las chicas
como moscas al palo pegándose a tí
y enviándote esquelas en rosa,
mi orgullo era más que los celos y más
que cualquier temor de perderte;
hasta que se alzó la cucaña de Dios
en mitad de la plaza del pueblo
y en el seso la idea se te hubo de hincar
de llegar el primero a la punta:
¡maldito el que te hizo creer que tu fin
era el oro del triunfo y ascenso,
y te trajo a caer a este mísero fin,
este monigote de gloria!
¡Maldito, quien fuera, el que inventó
deporte ni competiciones,
el que vació tu vida y tu amor,
para que lo llenaras con esta
estúpida hazaña! ¡Maldito tú, Dios,
en mitad de la plaza del pueblo
y en el seso la idea se te hubo de hincar
de llegar el primero a la punta:
¡maldito el que te hizo creer que tu fin
era el oro del triunfo y ascenso,
y te trajo a caer a este mísero fin,
este monigote de gloria!
¡Maldito, quien fuera, el que inventó
deporte ni competiciones,
el que vació tu vida y tu amor,
para que lo llenaras con esta
estúpida hazaña! ¡Maldito tú, Dios,
y mil veces te escupo a lo alto,
que mandaste que fuese una madre yo,
para hacerme ser madre de esto!





ABRAZANDO A LAS DRÍADES





Registro de recuerdos. 2 (19/7/00)


¿Qué querrá decirme este fleco de vida, que me lleva en volandas, como una onda de aire o de agua mansa, y también con ese punto dulcinegro en el centro? Era por la orilla de acá del Duero, y veníamos la cuadrilla de los muchachos (yo también entre ellos, claro, aunque ahora no me veo), veníamos de las islas de río arriba, entre marchando y danzando, por el senderillo medio ahogado de juncos y malezas del estío, y traemos, medio desnudos, sudorosos (no puedo contar si 9 o 10 o alguno más), traemos tremolando por lo alto, al cielo que vira de tarde a noche entre las ramas, algunos de nosotros los huesos del cordero que nos hemos merendado, asado, escurriendo de sebo, a muerdos de grandes dientes, en la isla, otros las garrafas vacías del vino que hemos trasegado, y que, al golpeteo de palos o herramientas, venimos o gritando o cantando a descompás, y veo a uno por el medio, paticorto, fornido (¿Eduardo es?) ¿Va a ser el mismo que 20 años más tarde nos acogía en su alto despacho de Correos, cuando andábamos por la Cibeles huyendo de policías? ¿El mismo que no está ahora en ningún sitio? Pero no importa), que va voceando ''¡vamos a fecundar la tierra! ¡vamos a...!'', y algunos por allá nos abrazamos a los árboles que nos salen al paso (chicas o mujeres parece que están ausentes todas, ¡y tanto!), y nos restregamos con la corteza áspera de un olmo, y mordisqueamos la más lisa de un álamo o chopo, en una rabia de amor desesperado y dulce. ¿Qué me quiere decir este sueño de la vida que me revive ahora? ¿Me quiere hacer sentir, ahora, al cabo de tantos años a cuestas, la fuerza y juventud aquella de los brazos y bocas, para darme envidia y que las eche de menos y me lamente de la pérdida? No, seguro que eso no: ¿cómo va a querer que lamente la pérdida de lo que no es mío ni lo fué nunca? ¿Voy a tener envidia de esa rosa con su gota de rocío entre los labios?, ¿de las amapolas por los campos de Mayo derrochándose a millones? ¿O si será un sueño amañado por acólitos de Dionisio, para que reconozca, descreído de mí, las glorias juveniles del vino? Pero ¡bah, qué tontería!: embriaguez gloriosa de veras no es aquella que recuerdo: es ésta, esta embriaguez que me arrebata ahora al recordarla. Quizá deba fijarme más en ese voceo fanfarrón de ''¡vamos a fecundar la tierra!'': ¿sería acaso como en aquel rito antiguo del hierós gámos que leíamos, cuando en el campo recién arado el oficiante se arrojaba a la tierra, y se la hincaba entre las negras glebas? Otro sueño, éste de los antiguos olvidados, que viene a llevarme entre sus ondas ahora, que, rebullendo de la Historia muerta, se me vuelve recuerdo vivo. Ellos tenían en sus encinares y bosques y sotos a las dríades, las hadas o genios hembras de los árboles, que vivían de su leño, de su savia, de sus hojas; o más aún, las que llamaban hamadríades, diosecillas tan amables como salvajes, de sentido común maravilloso, que, dejándose de inmortalidad y los líos lógicos que ella trae consigo, vivían sencillamente la vida del árbol que les tocara: duraban los años o siglos o milenios que él durara en vida, y de la muerte de su árbol moría ella. ¿Era para revolverme del polvo de los papeles esas gracias para lo que vino ese recuerdo a rozarme las sienes con su onda fluvial y su negro cabozo? ¡Como si los recuerdos vinieran para algo y tuvieran un propósito: Tal vez sólo ha sido porque estuve estos días hablando mucho del agua, de lo buena que es ella, y su corriente la contraria a la corriente del dinero, y que por eso es ella la mejor del mundo; y, de tanto hablar del agua, la lengua se me había quedado algo seca; y la sed es un buen manantial de sueños de agua, de recuerdos vivos de la vida muerta.


¿Agustín García Calvo?

¿Mi ignorancia era sabiduría? Isabel Escudero Ríos









Número especial sobre la obra poética de Claudio Rodríguez. Revista "Archipiélago". 

En poesía, la poca poesía que acierta a decir verdad, el reconocimiento no es más que descubrimiento de lo desconocido en lo conocido. Y eso desconocido -y no otra cosa- es lo sagrado. La realidad pretende ser todo lo que hay, y esa pretensión de totalidad es su falsedad constitucional: que no haya nada más allá ni afuera de ella. El descubrimiento de esa falsedad actúa en poesía como vislumbre de verdad. Y ese descubrimiento singular y único, lo es al mismo tiempo tanto del poeta como de cualquiera.

Pero el único camino para la sabiduría del hallazgo es el de no saber, no saber de antemano, estar dispuesto a ver por primera vez lo nunca visto, ofrecerse ignorante. Dice nuestro poeta: “¿Mi ignorancia era sabiduría?”

Y dice verdad porque esa sospecha no le pasa sólo a él. Esta pregunta la está haciendo el poeta desde el propio lenguaje, a ese misterio del hablar. Porque nosotros sabemos hablar así de bien como hablamos a condición de que no sepamos que lo sabemos. Si tuviéramos conciencia de los mecanismos del habla no sabríamos hablar. Sucede a la manera de un “olvido técnico” que relega lo aprendido (¿de conciencia?) a una especie de subconsciente que funciona automáticamente.

Ese es el milagro que trae al mundo cada niño: la encarnación del Verbo. Un niño al venir al mundo trae de alguna manera su gramática o dispositivo, una gramática común, que le permite aprender a hablar cualquier idioma, el de la tribu en la que haya nacido. Ese don del lenguaje (el primero de los dones no naturales,
ese complicado artificio del lenguaje) es gratuito. Es lo único que no
cuesta dinero, y aunque sólo fuera por eso, ya nos hace sentirlo como cosa de otro mundo, algo tan paradójico y contradictorio, porque aunque el lenguaje nombra y así fabrica la Realidad, a su vez se escapa de ella, se rebela contra ella y la desmiente. Y esa es la acción primera de la poesía cuando acierta a decir verdad, como aciertan tantos versos de Claudio. Ese juego del lenguaje, ese don de todos y de nadie, esa acción constante de hacer y deshacer el mundo, ese don humano ya lleva en sí el don de la ebriedad.

Pero para que ese juego pueda darse limpiamente, para que se de el milagro hay que despojarse de lo sabido. El motor de esa acción negativa no es otra cosa que desnudamiento y olvido, despojamiento de lo sabido. El lenguaje es el que sabe, él poeta solo tiene que dejarse hablar, dejarse cantar. Pero esa inocencia de la entrega no es pasiva, paradójicamente es atención. Es un estar atento, despierto. Es velar.

Esa ignorancia es, al mismo tiempo, inocencia, niñez: “Haceos como niños y entraréis en el reino de los cielos” y es también astucia y habilidad técnica. No basta con el mero desprendimiento; bien por el contrario, las artes, y en este caso las artes del lenguaje, el hacer de los versos, se aprenden por vía consciente y voluntaria, y a través de destrezas muy particulares. De la repetición de estos intentos conscientes y voluntarios, - y después, también, de mucho leer y olvidar- se puede acceder a automatismos que parecen funcionar sin intervención de la conciencia ni la voluntad. Sólo a través de un paciente aprendizaje de conciencia y una vez culminado el aprendizaje puede la bailarina soltarse a bailar olvidando los pasos del baile. Y no menos exactos y medidos que los pasos de una danza complicada, más aún que la notas musicales, son los signos y mañas de una lengua, desde la perennidad del aparato gramatical a las mudanzas y azares de la sintaxis y los nombres.

De esa doble actitud, a la par ingenua y vigilante, de trance y atención, parece haber dado buenas muestras la obra de Claudio Rodríguez: Porque, si bien sus versos parecen sonar como recién brotados de un cauce oculto, como dictados por una voz más alta, o más honda, -esa es la primera impresión a nuestros oídos y ojos-, pronto nos damos cuenta, -y más si nos aproximamos a la compleja tejeduría de sus manuscritos-, que son versos minuciosos, laboriosos no trabajosos, tejidos con la repetida laboriosidad del encaje. El apasionamiento y la ebriedad de Claudio es a la par atención y desvelamiento: es una ebriedad atenta.

Porque nombrar eso de afuera adentro, contar lo que de verdad pasa, no como noticias sino como un acontecer puro y sin sucesos, temblorosamente, con exaltado recogimiento, aún con palabras de una lengua ya idiomática, o sea cargada de realidad y resabios de la tribu particular, es tarea limpia y compleja, y ese es el logrado empeño de los versos de Claudio Rodríguez. Esa tarea de aventar el lenguaje, de separar el grano de la paja, es tarea de manos antiguas, de saberes intemporales, dones de sabia tradición campesina y artesana, que a Claudio debían de venirle de antaño, pero avivados por una observación admirada y constante de eso desconocido que hemos dado en llamar Naturaleza, o movido como por una atenta piedad hacia las penas y trabajos de los prójimos: “Dichoso el que un buen día sale humilde/ y se va por la calle, como tantos/ días más de su vida, y no lo espera/ y de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto/ y ve, pone el oído al mundo y oye,/....”.



CAZÁNDOSE Y CASÁNDOSE









Del Libro ‘De mujeres y de hombres’.
¿Agustín García Calvo? 12 Mayo '99



Suelo rehuir eso de hacer jueguecitos de palabras (como si la coincidencia combinatoria de fonemas tuviese algo que ver con la relación entre significados), así que me fastidia que ése del título (que a mis amigos andaluces, encima, se les va a quedar reducido a un juego de ojos y de letras) se me haya impuesto tan tozudamente que no he sabido ya cómo desenredarme de él. Paciencia.



Pero a lo que íbamos: esa famosa Guerra de los Sexos, que parece regir la Historia toda del Hombre y sus mujeres, o por lo menos enhebrarla de cabo a rabo, y que, según lo que decíamos el otro día, sólo funciona tan divertida- y funestamente como funciona gracias a la confusión, a las ideas que los unos y las otras se hacen (se les dan hechas) acerca del amor y la relación entre uno y otro Sexo, tal vez a alguno se le ocurra que esa guerra es natural (ésa es justamente una idea, de las más falsas y dañinas, la idea de 'naturaleza' en estos micos rabones, monas pelonas, criaturas contranaturales), tan natural como la oposición entre 'cóncavo' y 'convexo': los unos tienen una protuberancia, las otras un agujero, y en consecuencia, todo se reduce a esa asimetría y complementariedad: los unos a metérsela, las otras a que se la metan. Y eso es, por supuesto, tan falso como simple; pero, en cuanto idea, ilusión, pretesto, funciona lo suyo y sirve para el engaño, cada vez que alguno, y hasta quizás alguna, trata de hallar la esplicación última de la guerra, de los avatares del Sexo y el Amor o de sus tragedias.

Es, ciertamente, un trampantojo, como todas las ideas de 'naturaleza humana'; pero por eso mismo importa dejar al descubierto su falsedad. La diferencia y contraposición de las ansias sexuales o amorosas de uno y otro sexo es bien real, pero es real al servicio del Creador de la Realidad, llámesele Dios o Sociedad Humana o Economía o Ley: ¿qué es eso de metérsela a una o a unas cuantas?: está claro que es poseerlas, hacerlas mujer de uno; puede compararse, desde luego, con la caza, que, al hincar en la bestia la flecha o la bala que el cazador emite, la convierte en una pieza cobrada y suya, pero más de cerca aún, con la práctica de señalar, plantando los mojoncitos correspondientes, el territorio y la posesión de uno, o con la de marcar con el hierro candente las reses que son ganado, hacienda, propiedad de uno: el cachirulo señalador de la conquista es al mismo tiempo el representante de uno (no va uno a meterse entero) como posesor (donde lo hinco, eso es mío), y testimonio de la potencia de uno, que es su propio ser y realidad, como hijo y siervo del Poder que es uno.

Y, del otro lado, ¿qué quiere decir (pues no hay cosa entre los hombres que esté libre de significado) el ansia complementaria de que a una se la metan? Es, desde luego, lo primero, un signo de rendición: reconocimiento de la condición de sometida y poseída (no ya cosa, sino dinero) que una tiene desde antes de nacer, desde el comienzo de la Historia; pero es, al mismo tiempo, por debajo y por medio de esa ficción de sumisión y entrega, la táctica propia de las orquídeas atrapamoscas y de los agujeros en general: no tanto que la llenen a una (bien se sabe lo poco que puede llenar o satisfacer esa protuberancia: no más que a la gran araña que después del coito atrapa y devora al minúsculo macho puede éste servirle de alimento), pero sí que, al recibir en sí al representante del Poder, también ella gana, a cambio de su sometimiento, su parte de poder como Señora y Madre. Cuando él la hace suya, ella lo hace suyo, y así lo mete en casa, y así se casan, en esa ceremonia de la confusión, insufrible fingimiento de simetría y correspondencia, que la Historia y el Poder, con sus órganos de embuste y propaganda, han consagrado.

De Horacio CARMINA I 11

Aquella famosa del viejo Horacio, traducida por Agustín G. C.

De Horacio
CARMINA I 11

Tú no indagues (es ley
nunca saber)
qué fecha el cielo a mí,
cuál a ti te marcó,
Cándida, y no
andes a consultar
carta y número astral.
¡Cuánto mejor
lo que se dé pasar!
Que otro invierno a tu haber
ponga el Señor,
que último sea ya
éste que áspera hoy
contra el cantil
hace romper la mar
Tusca, trata de ser
cuerda, colar
vino, y a breve fin
la esperanza abreviar.
Sólo en hablar
ídose el tiempo habrá
falso. Pilla del hoy;
mínima pon
en su mañana fe.




B I E N E S T A R




Mentiras principales 24.


Echemos cuentas: bienestar es el estado en que nos hallamos la mayoría del Primer Mundo desde hace casi 50 años que el Régimen del B. se estableció en firme, tras la última Gran Guerra y la derrota de otras maneras de estar posibles: es el Régimen al que aspiran todos los que están aún escluídos de nuestra mayoría y que por tanto se encuentran mal; que se lo pasen así de mal debido a que el Rég. del B. por sus propias leyes económicas no puede consentir que se las arreglen con otras viejas maneras de ir tirando es una sospecha que se oculta bajo el esplendor.


¿Qué es lo que nos da a nosotros el R. del B. y qué es lo que por ello le pagamos? No nos va a dar el ser felices, porque eso ni Dios sabe qué es y pasa cuando ello quiere o no pasa bajo cualquier Régimen indiferentemente: nos da una cierta despreocupación de las desgracias futuras, no por el procedimiento del sermón de la montaña, “el día de mañana cuidará de sí mismo”, sino por el contrario, asegurándonos el porvenir de nuestra economía y programas de vida; y, como esa seguridad nunca acaba de alcanzarse, toda la maquinaria se mueve a esa procura interminable, y a nosotros nos suministra diversiones para entretenernos en la espera.

Lo que a cambio le pagamos es la sumisión al Régimen, el desentendernos de lo que de veras esté pasando, la conformidad con la Realidad que el R. del B. y su Ciencia nos imponen: en una palabra la idiocia, la identidad de la persona con el Capital y con su Estado: cuando esa idiocia de las mayorías alcance a ser la de todos y en todo el mundo, el Régimen reposará tranquilo para siempre. Menos mal que no.

Tales son, así a bulto, las cuentas que nos tocan. Te encontrarás todavía con muchos de la mayoría democrática que, no habiendo reconocido que esta realidad es una ilusión impuesta desde Arriba, te dirán que el hacer algo o que pase algo en contra de este Régimen de Dios Todopoderoso es una ilusión, una locura: en fin, que es imposible. Cuando alguno, lector, te diga eso, vuelve el hombro y responde sencillamente: “ Eso es lo que usted se cree”.

Sr. G.