miércoles, 18 de diciembre de 2013

Cuatro canciones de amor perdido.




Cuatro canciones de amor perdido. 

20 de septiembre de 2013 a la(s) 13:39
(ÉL)

¡Qué viento nos arrastra, rufilla,
arriba abajo
de este globo de las rosas, qué viento
loco y arrebatado,
a tí para un rumbo,
a mí al contrario,
tus trenzas aventando como oro de pajas,
barriendo mis tufos canos?
De dónde no se sabe que sople,
ah viento vano,
que de ráfagas de horas, que días
en balumba, que años,
a ti vida arriba,
a mi bajando;
y vuelas como rosa a traición deshojada,
y vuelo como vilanos,
y apenas al pasar si podemos
tender las manos
y rozarnos un momento las yemas
de los dedos, mirarnos
en solo un vislumbre
desesperado,
y luego, cada cual a su rosa de vientos
perdiéndonos, olvidándonos.

¿Adónde te me llevan, almita?,
¿adonde vamos?     
¿Quien arranca las mil hojas de aquella
rosa del calendario?
¿Ya huyes?
¡Tus ojos!
¿Te vas?
¡Tus labios!
¿Quien eres, armocita que pasa? ¿Quien eras?
¿Quién soy, que te quiero y paso?


(ELLA)


¡Ah, cuánto Abril
tan sin aviso de venir!
¡Cuánta fiebre
temblando en el aire verde!
Una nueva tristeza
me crece por las venas.
¡Para qué sirven
los pámpanos y las adelfas?
¡Tanto suspiro
que me sube de los abismos!
¡Qué desmayo
del vuelco de mi y del año!
En los ojos las nubes
de blancas se me aburren.
¿Quién me destempla
las cuerdas de la pesadumbre?
No, no eres tú
la causa de esta lasitud.
No es tu falta
la falta que me anonada.
¿No eras tú el que decías
que causas son mentiras?
¿Voy a tí a echarte 
la culpa de mi fatiguilla?

No, tú no eres
Abril ni el vaho que me vence.
No te quiero
ni llamo 'tú' a mi veneno:
es que duele mas esto
cuando hace dulce el tiempo,
y amor de nadie, 
y sola que de amor me muero.


(ÉL)

Quisiera saber hacer
un conjuro de veras,
con unas gotas de miel,
un chorrito de arena,
para que del fondo de tu lejanía
aquí de pronto
te aparecieras.
Me faltas, mi niña, tanto,
que ya palpo tu ausencia,
tus pestañitas de miel,
tu cintura de arena,
que, de tanto casi que te echo de menos,
mas, mas te siento
que si estuvieras.
Y sin embargo (ya ves),
aunque tanto te sienta,
no se que falta, que no
es la cosa que era,
que el recuerdo hambre de tu masa tiene,
y pide, el loco,
que estés de veras.
Haré un hechizo por ti,
aunque hechizos no sepa,
con ramo de avena loca,
con dos hojas de menta,
con el humo blanco de gamona y malvas,
para olvidarte,        
para que vuelvas.


(ELLA)


Cuando era yo pequeñita
(y estaba, sin nombre ni culpa,
de tí enamorada),
recuerdo una vez que te puse
por lobo de burlas:

que entraste al piso una tarde
de invierno de pronto, que estaba
yo sola con madre,
y, al verte, me dio por meterme
por entre sus faldas,

chillando «¡Ay mama, mamita,
el lobo feroz, que me come!»;
conque ella me daba
de azotes, y tú te reías
con dientes de hombre:

que yo por entre sus ropas
espiaba tu risa,y  del mundo
la rosa tú eras,
y yo con mi miedo jugaba
porque es que era tuyo.

No, amor, no eras el lobo,
ni yo la niñita del cuento:
del bosque sabía
yo más, sin saber, que supiera
el lobo, sabiendo.
Ni lobo tú ni más eres
que tú; y, con todo, mi burla
de miedo y tu risa
de mí, de mi miedo de veras
tampoco me curan:

que aquí, ya sola y sin madre,
por siempre lo siento acechando
detrás de la puerta
un lobo que sea no tú
ni lobo que sea.


   A.G.C



"Soy legión"








"Soy legión"


‘Este dominio de las poblaciones plurales, numerosas -pero pretendidamente contadas en número de almas en cada uno de los Estados, en cada una de las Ciudades-, el dominio de eso está fundado en que ‘cá uno es cá uno’, es decir, absolutamente diferente de todos los demás. La pluralidad implica eso: cada uno es absolutamente diferente de todos los demás; así se hacen los conjuntos de las poblaciones humanas, sin que se haga caso, dejando de lado esa paradoja que he dicho de que como lo que le pasa a cada uno es que es distinto de todos los demás, resulta que todos serían iguales precisamente en eso. A ese grado de abstracción generalmente no se llega, y lo que importa es la diferencia que todos conocéis y que a cada uno de vosotros se os atribuye: ser diferente; ser diferente.

Desde luego, no puede estar en el mismo sitio, al mismo tiempo, uno que otro, pero eso traduciéndose en diferencia cualitativa, en rasgos definitorios, pretendidamente definitorios de cada uno, que le hacen ser distinto de todos los demás.

Así dominó la Democracia, así en lo Alto el Señor dice "Divide y vencerás", nada más elemental. Ésa es la forma suprema del dominio. El dominio que padecemos en un Régimen como éste no consiste en otra cosa más que justamente... más que justamente en eso que acabo de describiros (como si hiciera falta) a pesar de que todos lo sabéis, porque lo padecéis todos los días. Pero consiste en eso, y en muchas otras cuestiones podríais encontrar la misma estrategia: el "Divide y vencerás".

Pues ahí tenéis una descripción del dominio que trato de presentaros como una necesidad de la Realidad, una necesidad venida de lo Alto, que se puede presentar en planos de la Realidad cualesquiera en que lo busquéis, y que de alguna manera se contrapone con la otra frase que mi querido loco sacaba del enemigo de Dios tradicional, amigo... el amigo de la gente, dice "Soy legión", cuando le preguntan "¿Quién soy?".’.

Parecen cosas que se matan la una a la otra, y efectivamente se matan la una a la otra. En realidad, con alguien que dijera "Soy legión", una Democracia no tendría nada que hacer. Uno tiene que ser... uno tiene que ser... cada uno tiene que ser el que es. Ésa es condición para que formen las pluralidades más o menos ordenadas, Realidades más o menos costituidas en cualesquiera... en cualesquiera órdenes'.

De los otros papeles de José Requejo






De los otros papeles de José Requejo 
Agustín García Calvo



NOTA DEL EDITOR. Después de la 3.a edición de las Cartas de negocios de José Requejo, «Lucina» 1981, donde daba cuenta, en apéndice, de los últimos avatares del autor y su locura (que, por cierto, no ha terminado todavía con él en estos trece años, y por el contrario, los nuevos tratamientos parecen haberla vuelto más normal y conforme con su persona: ya lo explicaré algún día), sigo sin encontrar vagar, entre mis propios ajetreos, para dar a luz algunos al menos de los escritos que, por obra de las graciosas manos de sus hermanas y de su amiga Roselyne, según allí contaba, yacen en mi custodia. A la espera de mejores tiempos, adelanto la publicación de algún papel que otro, según me llegan demandas de aficionados al estilo de Requejo; y, como hace tres años hice con la «Carta a Celsito» en la revista Un ángel más, así ahora aquí, en Compás de Letras, cediendo a la amable petición que doña Ana Vian me hace, saco este par de notas a propósito de las clases tradicionales de la sociedad. Téngase presente que estos escritos datan de por el año '60, y por tanto de los últimos en que esa clasificación social tenía una real vigencia o por lo menos, en la disputa de las ideas, podía con buena razón escitar el interés de José Requejo, apenas rebasados sus veinte años, y hacerse motivo de sus debates y reflexiones. Es cierto que, de entonces para acá, esa clasificación ha perdido en la Sociedad del Bienestar su vigencia y su sentido, remplazada por mejores trucos para el …? la gente; pero pienso que, con todo, hay en las actualidades pasajeras un vislumbre de la eternidad, y que así puede que estas notas del infeliz Requejo sigan teniendo algo que decir a los lectores.



POR CIERTO que uno es un burgués, hijo de burgués (por más campesino que mi padre fuese) y burgués hasta la punta del rabo, si se empeñan.
Ahora bien, la verdad es que uno sólo tiene conciencia de ser burgués en cuanto se da cuenta de que no es un proletario y de que no es un aristócrata: escluido de esos dos cerrados y definidos recintos del ser, uno se queda por ahí errando, vago, indeciso y vacilante, sin saber muy bien lo que uno es; y, como le dicen que eso es justamente lo que es ser burgués, acaba por decirse «Bueno, pues seremos un burgués: ¿qué remedio nos queda, si se tiene que ser algo?».
El ser proletario consiste en la condición social y económica. El ser aristócrata, más aún: en la nacencia. Son cosas las dos que o se son o no se son, que o se tienen o no se tienen: se nace y no se hace: se es por fuerza (fuerza del dinero o fuerza de la sangre), y no hay fuerza humana que lo gane ni lo uno ni lo otro. Ni aquéllos de mis amigos y cofrades de burguesía que se afiliaron al comunismo o se dieron a trabajar en obras sociales hasta el agotamiento conquistan por ello la pertenencia a la clase ascendente, que sólo la miseria y la pasión involuntaria de la esplotación otorgan, ni los nuevos ricos pueden con todo su dinero y el pago de los mejores colegios para sus hijos comprar esa elegancia no buscada, ese natural señorío, que de la gracia de Dios y no de la humana voluntad depende.
Qué me separa del proletario, creo que lo comprendo aceptablemente: es, sobre todo, mi libertad, esto es, mi incapacidad para la acción: mi posibilidad de elegir, de dudar, de ver el pro y el contra, de tirar por la izquierda o por la derecha: toda esta ilusión de libertad, toda esta indefinición, todo este no ser nada fijo, que al proletario le son negados implacablemente, una implacable negativa que pone en sus manos el arma de la revolución.
Lo que me separa, a su vez, del noble, y hasta del hijodalgo, y me hace ser, sin embargo, un hijo de nadie, un hideputa, puede que no sea tan claro a primera vista, pero, escarbando un poco en la esencia de este no ser nada que es el ser burgués, creo que podemos también hallarle una breve formulación que lo revele: es, pues, esencialmente esta capacidad para el arrepentimiento, que al aristócrata le está formalmente denegada: «Procure siempre acertalla / el honrado y principal; pero, si la acierta mal, / defendella y no emendalla». Esto, en cambio, de andar siempre con el temor de haber metido la pata, o casi de estarla metiendo en el momento, esta facilidad para dar la razón a cualquier cliente, que al hortera se le recomienda, para cantar el mea culpa en todas las esquinas, para reconocer todo lo que no se ha conocido nunca, para pedir perdón a troche-moche (¿se ha visto conde ni albañil alguno que sepan pedir perdón a nadie?), este andar queriendo escribir la vida con una goma de borrar tras de la oreja, ¿no es la esencia misma del ser burgués?
Sí, pues que ello es otra manera de no ser nada, en cuanto a cada momento se está dispuesto a dejar de ser lo que se es y a ser otra cosa cualquiera, ¿no?
La inseguridad respecto al futuro, que de la clase ascendente me separa, se equipara felizmente con esta inseguridad respecto al pasado, respecto a mis orígenes y fundamentos, que me hace ser un hijo de nadie, un Don Nadie yo mismo; que es lo que se llama ser burgués, porque los otros así lo llaman.

* * *

Otro día tendré que esplicarme cómo todo esto se compadece con la cualidad de testarudez o tenacidad, que suele serme tenazmente atribuida, y cómo no sólo se compadece con ello, sino que viene a ser el envés de la misma moneda: pues ¿quién sino quien tiene pocos escrúpulos de fidelidad a sí mismo puede probar a ser fiel a alguna otra cosa?

* * *

La virtud o areté del caballero estriba en el portarse como tal: que lo que da la sangre, cada gesto lo confirme. La virtud del proletario es, de modo análogo, la conciencia de sí mismo, de su clase, y la acción consecuente con tal conciencia. ¿Cuál podrá ser la virtud del burgués, si es que tiene que tener alguna? .
Pero sí, efectivamente: el burgués tiene también la pretensión de una forma de virtud peculiar suya, que consista precisamente en la absoluta infidelidad a sí mismo.
Podría describirse así: la aproximación progresivamente acelerada de la penitencia a su pecado.
Esto es: si me arrepiento de un pecado cometido antaño, podré tal vez todavía hogaño reparar en parte sus consecuencias, borrar, indemnizar y hacerme perdonar en lo posible; si, por una metódica ejercitación del arrepentimiento, llego a tener la agilidad de volverme contra mí mismo al día siguiente de mi mala acción, probablemente el mal podrá ser mucho más eficazmente aminorado y borrarse por ende la mancha del pecado más impecablemente; si todavía progreso más en mis ejercicios y adquiero la costumbre de arrepentirme de todo lo que cometo inmediatamente después de cometerlo, ni que decir tiene que casi siempre mis pecados serán inocuos y casi desapercibidos.
Y, pasando al límite, cuando el arrepentimiento llegue a coincidir con el momento mismo de la comisión de mi pecado, está claro que ni siquiera cometeré pecado alguno; es decir, que no haré nada. Esa será la forma de mi virtud.
Tales consideraciones se hace un burgués acerca de sus posibilidades de areté, olvidado de que lo que es relativo por esencia ¿cómo diablos podrá hacerse absoluto nunca?
Que la operación de «paso al límite» es un invento esencial de la ciencia burguesa; o de la Ciencia sin más: pues esa rectificación interminable que la Ciencia es, es burguesa por esencia.

ROSALÍA


ROSALÍA








"Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:

—Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.


—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.


Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?"




Rosalía!

SONETOS. William Shakespeare





Transcribí en la mañana estos versos de William Shakespeare traducidos por Agustín García Calvo, sin tener el libro a mano, oyéndolos... en la grabación... Aviso pues, sobre la puntuación, de que a lo mejor le faltara algo.


XXX 

Cuando a sesión de dulce mudo pensamiento 
convoco los recuerdos de lo que se ha ido, 
la falta de mil cosas que busqué lamento, 
renuevo el viejo llanto del tiempo perdido; 

anegan mi ojo seco amigos como un oro 
hundidos de la muerte en la noche sin fecha; 
duelos de amor ya rancios frescamente lloro, 
plaño el gasto de tanta y tanta faz deshecha; 

y aun de pasados tuertos sé sentir afrenta 
y con pasar de duelo en duelo calcular 
de los llorados llantos la penosa cuenta, 

que, como no pagada, vuélvola a pagar. 
Pero si en esto, amigo, pienso en ti, por buenas 
las pérdidas se enjugan y se van las penas.

243





243



Como un pobre pescador, que siente algo en que el anzuelo
ha mordido y que le tira del sedal el río abajo,
lo primero, de que ve que no le cede a embobinar y que la caña
se le comba como un ocho, va largando hilo y más hilo, y por la orilla
va corriéndole a la par a pies descalzos,
por chinarro y por cañones de mimbreras,


mientras pinta en el magín la pingüe presa mildorada,
sea acaso viejo lucio carnicero de una arroba
o salmón descomunal que hasta saltara río arriba el dique nuevo,
sea anguila de tres varas que le dé bajo la negra piel abasto
de ricura para el guiso o el ahume,
que del ansia ya los ojos le destellan

y le vive el corazón en esperanza, hasta que, al cabo,
tiene ya que entrarse al agua y, atollando por el grollo,
va acercándose a la presa, que ha quedado al fin varada en las raíces
de los sauces, y ni flota ni se hunde, y ya la ve, y lo reconoce,
que era un tronco malpodrido que entre aguas
arrastrara la corriente traicionera,


y, al saberlo, de la rabia, arroja caña y aparejos
contra el falso pez, y se echa derrengado en grava y cieno,
y las horas del afán y de esperanza se le cuajan en el pecho,
como de algas repodridas, grumo hediondo, y la miseria de su vida
para siempre, igual que siempre, ya los bofes
y los vidrios de los ojos le amortaja

como a verde moscardón la telaraña, que le falla
y al fin vive, y que ya dejan de agitársele las patas,
así yo te perseguía por la yerba de los años, niña blanca,
y la charca de las horas, y a mis manos te sentía ya viniendo
en un giro de tus piernas, en un vuelo
de las alas que en los hombros te nacieran,

presa tú maravillosa del amor, la nunca vista,
la de masa la más rica, la de pulpa suculenta
que viniera a apaciguar los largos dientes de mi hambre y redimiera
la miseria de mi vida con almíbar de los higos de tu cuenco,
que quizá tus ojos claros en un tiemblo
de tus párpados de lilas prometían,

y así, ahora que te has hecho una mujer de las mujeres,
que he dejado de quererte y que conozco lo que eras,
me he quedado en esta orilla con el ciego corazón enratijado
en viscosa fría gasa de una doble perdición, la tuya y mía,
y las horas y los años que he gastado
en tu acecho y a tu caza vanamente


se me arrojan en tropel a las espaldas y me gritan
como ánimas de niños que dejó morir de hambre
mal cuidado de sus guardas, y sin tí que no eres tú y sin la mentira
del amor que negramente me abrasaba, se me abre sola al frente
la miseria de mi invierno y el amago
de la basca malvacía de la muerte.




¿Agustín García Calvo?

DE LOS PAPELES INÉDITOS DE JOSÉ REQUEJO




Agustín García Calvo




DE LOS PAPELES 
INÉDITOS DE JOSÉ REQUEJO 
CARTA A CELSITO
Puebla de Sanabria, 27 de julio de 1966


Querido Celsito,
esta carta a ti no va a servirte de nada y a mi tam¬poco. Deseo, sin embargo, escribirte, para dejar las cosas, dentro de lo posible, claras. Lamento que el comienzo tenga que tener un cierto tono de disculpa: es lo cierto que me di perfectamente cuenta en el mismo momento de suceder (pero sólo más tarde he reflexio¬nado sobre ello debidamente) de que tu ángel guardián (lo llamaremos así, pues tú rehuyes, seguramente con razón, distinguir en ti varios yoes, el bueno y el malo por ejemplo: pero es igual: se trata —ya sabes— de «ese tú complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario»), me di cuenta, pues, de que tu ángel guardián me pidió ayuda por dos o tres veces durante tu estancia aquí, en el sentido de que te trajo a mi lado contra tu voluntad (la voluntad de tu yo propiamente dicho), poniéndote en una situación de peligro para TI, favorable en cambio para él, al menos por dos veces que yo recuerde con precisión (me refiero a las dos veces, y especialmente la última, en que viniste a casa con media hora de anticipación sobre los demás, debiendo saber que ellos venían a las 8 y media, pues así se había dicho), y en esas ocasiones fallé yo lamentablemente a la llamada, bien porque realmente estaba distraído con cosillas (y esa distracción mía debió de ser un pasto suculento para tu YO ansioso de vencer escrúpulos), o bien porque no me había llegado a percatar de hasta qué punto la situación se había precipitado en el tiempo que no nos veíamos, o bien... Pero no quiero disculparme más: al fin y al cabo, ¿quién me ha dado a mí el cargo de tener que ser tu hada madrina, quiero decir el hada madrina de tu ángel? Sin embargo…
En fin, lo cierto es eso: que de momento olvidé en tu caso que los hombres trepan muy despacito en contra de la corriente, pero que a favor se los lleva muy de prisa; yo te seguía imaginando siempre con un esfuerzo un poco tozudo para no dejarte arrastrar al menos, si no muy entusiasmado con la idea de avanzar en contra. Y al engaño contribuyó no poco el hecho de que de tiempo atrás me había acostumbrado a oírte dar escape a las sugerencias de tu yo propiamente dicho en forma de enunciación cínica de la opinión corriente y mundanal bajo cobertura pudorosa de una sonrisa que se burlaba de lo propio que estabas diciendo, todo lo cual me parecía bueno, pues no hay cosa peor que olvidarse de repetirse cuáles son las opiniones habituales de los hombres, y porque además confiaba en que tu sonrisa, que te había de guardar siempre, gracias a Dios, de cualquier dogma¬tismo positivo, seria siempre tan implacable como para guardarle de todo dogmatismo negativo (que es lo mismo con otro nombre: al dogma SI no se opone el dogma NO, que a bien mirar son idénticos, sino el no-dogma), y con aquella costumbre adquirida respecto a ti, tuve dificulta¬des para comprobar hasta qué punto te habías ido poco a poco, allá en tu soledad, convenciendo a ti mismo de que ¿por qué no tomarse en serio aquellas cosas que se decían medio en broma? ¿Qué motivo había para creer en las fútiles virguerías que se oponen a la evidencia real y cotidiana de las cosas?
Bien, Celsito: ¿qué sucede contigo entonces? ¿Sería posible pensar de ti que, después de algunos años de prevenirte con toda la claridad posible y de repetirte a ti mismo mil veces cómo funciona el mecanismo de la justificación, por el que el hombre se muestra incapaz de seguir sin tener un asiento en que ponerse mínima¬mente cómodo, y se ve empujado a encontrar un sistema que le permita tranquilamente creer que él está en su sitio, que cumple su función, y que aquello de la juventud eran charlas «que no iban a ninguna parte, ahora...»? No: la cosa no puede ser tan simple contigo; porque tú entre otras cosas eres un hombre de excelente memoria, y en ella tienes un vigilante implacable, que no te permitirá olvidarte del contrarrazonamiento que, como sabes, todo razonamiento tiene, y que por tanto te impedirá siempre engañarte piadosamente. Por eso, gracias a Dios, si no me engaño, debes andar en estos momentos tan jodido contigo mismo y tan jodido conmigo al mismo tiempo, cosas hermosamente contradictorias y que presentan toda esperanza de salvación... para tu ángel guardián, naturalmente.
Antes de analizar algunos aspectos de tu enferme¬dad, quiero sin embargo prevenirte de algo tocante a tu relación conmigo. ¿Por qué me pongo yo tan fatuamente de la parte de lo bueno y me constituyo en aliado de tu ángel, a quien él te trae cuando te ve en peligro por el engordamiento de tu yo? ¿Con qué derecho? Es muy sencillo: yo soy, efectivamente, tu bien (quiero decir, el de tu ángel), no en cuanto yo soy yo, en cuanto soy el yo de mí, sino en cuanto soy el tú de ti. Y, como a buen entendedor pocas palabras bastan, no es preciso que desarrolle mucho esta fórmula. Tú, naturalmente, tienes muchos otros túes además de mí: algunos incluso pueden ser tan buenos aliados de tu ángel como yo lo soy; pero no la mayoría. ¿Por qué?; porque la mayoría están sometidos a tu yo, te los has asimilado, forman en realidad parte de él, son muy poco túes, mientras que me parece que yo sigo siendo una de las cosas que más están enfrente de ti, que más objetivas te son, a pesar de tus últimos esfuerzos para la asimilación (me refiero a aquel convencimiento a que tu yo te había llevado en tu soledad acerca de que ya sabías cómo yo pensaba, lo que yo podía dar de mi, a dónde tendrían que ir a parar mis conclusiones...).
Muy significativa es también a este propósito tu actitud frente al libro de Kafka: ¿qué es lo que te hacía leer en él exclusivamente la carta al padre, que es probablemente de lo más trivial que Kafka haya escrito nunca, aunque no deje de tener interés como documento, mientras te desentendías de lo demás con el pretexto de que era fragmentario y propio por tanto sólo de un interés erudito? Me parece que, si los cuentos de Kafka son realmente excepcionales, es porque son en un grado poco común de aquellas combinaciones de palabras capaces de despertar el sentido del misterio del mundo, del misterio en que estamos, en cualquiera que las lee con un poco de atención. Ahora bien, pienso que tú te encontrabas en un estado en que te era conveniente (¡no a tu ángel!) olvidar que el mundo es esencialmente misterioso y desconocido.
Porque —tú lo sabes, Celsito— la actitud adecuada ante los vicios de uno mismo (ante el vicio que uno mismo es) no puede ser nunca razonablemente la de la lucha (¿cómo puede hacerse uno la ilusión de que lucha contra sí mismo?; y conste que, mientras el yo dura, dura constantemente identificándose con sus vicios: en el momento que se lograra la desidentificación, vicio y yo desaparecerían al mismo tiempo); no debemos pues hacernos la ilusión de que luchamos contra nuestros vicios, contra nosotros mismos, porque esa ilusión de lucha, la ilusión misma, no es en verdad más que desde el comienzo una victoria perpetua (del yo se entiende): ¿se cura con las riñas el amor de los novios?: pues ¿cómo el amor de ti mismo podría curarse con esas fútiles parodias de lucha interior? No lucha pues, sino otra cosa: ¿cuál?: la huida. ¿Así que no puede lucharse con uno mismo y se puede huir de uno mismo? Perfectamente razonable, si lo miras atentamente: pues la lucha contra uno mismo no consiste sino en un estrechamiento más fuerte, en un aumento de la íntima cohesión y compactitud del yo (por eso decíamos que no era sino una victoria desde el comienzo para el yo); la huida de uno mismo, por el contrario, movimiento centrífugo, ha de traer consigo que o bien el yo se descentrará y se irá por ahí a hacer puñetas todo entero o, si a pesar de todo resulta ser fragmentable, se partirá en dos, de las que una se irá por ahí mientras la otra queda aferrada a su centro.
Pero no vale fijarse mucho en aquello de que se huye, porque huir con los ojos vueltos (llenos de ira o asco, si quieres) hacia aquello de que se huye no seria en realidad más que una forma de lucha. Se trata de huir con los ojos para fuera. ¿Hacia dónde? ¿Huir hacia dónde? Pero eso tampoco importa mucho: como el jinete del cuento de Kafka: «Señor, ¿cuál es tu meta?.— Ya lo he dicho: fuera-de-aquí, lejos-de-aqui: ésa es mi meta». Ahora bien, para esta huida es precisa una condición previa: diría que más previa que el odio de sí mismo, si no temiera que fuese idéntica con éste, un nombre más verdadero para éste: quiero decir, la fe en que hay ese Fuera, esto es, la fe: pues en realidad la fe no tiene más que este articulo.
Mas como sé que este nombre de 'fe' te es especial¬mente antipático (y con razón), no quiero herirte inútilmente, y prefiero que le demos a la cosa otro nombre. Y éste no es otro que el que arriba le daba: sentido o sensación del misterio en que estamos. Si esta sensación se da, el misterio, que es el no-yo (pues el yo es seguridad), te atraerá irresisteblemente hacia fuera, y el mecanismo de la huida u olvido de ti mismo estará inevitablemente desatado. Así, cualquier estudio será rectamente entendido no como algo que te lleva de la vaciedad a la asimilación, a la aprehensión de conoci¬mientos que fundamenten tu seguridad, esto es, que engorden tu yo, sino como algo que te lleva de relativas seguridades, a través de conceptos relativamente mane¬jables, a desembocar en el misterio una vez más. Y este estudio es inacabable; porque, apenas una sesión de estudio ha cesado, la reincorporación necesaria a la vida práctica te retrotrae a ti mismo, te vuelve a meter en tus casillas, y se hace preciso volver a empezar lo antes posible. Y lo mismo que del estudio te digo, poco a poco, con algo más de esfuerzo, también de las experiencias vitales: no enriquecimiento de tu experiencia y seguridad para andar por la vida, y que en virtud de tales experiencias puedas desdeñar las dudas o sensaciones que recuerdas del que ayer fuiste, sino ejemplos ilustra¬tivos de lo absurdo en que habitamos. Y, del mismo modo, acerca de la discusión: no medio para tener razón (¿qué especie de razón puede ser una razón tenida, poseída por tí?: pobrecilla de ella), no medio para engordar tu seguridad, sino actividad en que la razón os posee, os absorbe o —lo que es lo mismo: pues ella está fuera— os arroja de vosotros mismos. ¿Cómo puedes tú haber intentado siquiera volver en serio a la creencia (dogma negativo) de que sea la conversación no más que una lid de a ver quién puede más? ¿Cómo puedes haber cedido a la tentación de olvidar que en una discusión decente no puede haber nunca un vencedor, sino dos derrotados? ¿Y que si otra cosa se produce, eso es simplemente una prueba de que aquella discusión se ha hecho mal, y un motivo más para recomenzarla?
¿Te parece que me he desviado con todo esto del caso clínico que traíamos entre manos, de tu caso actual y palpitante? Te equivocas: tu caso consiste precisa¬mente en un aumento de la seguridad en ti mismo (no bastante, por fortuna, para haber descalabrado seria¬mente al ángel que te acompaña) o —lo que es lo mismo— una disminución del misterio del mundo. ¿Por qué? Pues en tu caso no basta el natural cansancio de la edad (esos peligrosos 30 años a que te vas aproximando, cuando se dice que alcanzan su ápice, durante varios, las tentaciones de hacerte por fin un hombre, de no malgastar el tiempo, y de sentar por fin la cabeza, como si la cabeza fuera un culo), ni basta tampoco para explicarlo el engordamiento del yo que suelen producir los prójimos nombrándote y titulándote y alabándote, ya de viva voz, ya en letra impresa o manuscrita. «Señor Don Tal, Señor Juez de Tal», confabulados para que cedas a lo que ellos ceden.
Pero tú sabias ante esas cosas la prevención segura: la huida, como en esta carta lo he llamado: seguir intensamente, continuamente, la investigación, el estu¬dio, la discusión, la observación objetiva de tus propias experiencias. ¿Por qué te has querido olvidar? Creo que en esto tu carrera de buen estudiante y tus oposiciones no han tenido poca culpa (que un hombre que saca unas oposiciones huya de sí mismo parece casi tan difícil como el que entre un rico en el reino de los cielos en el supuesto de que no haya reino de los cielos): pues, en efecto, te has dejado arraigar muy adentro la costumbre de concebir tus estudios como algo con un principio y un fin, a lo que se destina un plazo limitado, que se ordena y planea debidamente, que, por supuesto, tiene una meta definida. Me temo que, cuando intentaste hace meses ponerte a estudiar, por la cosa misma, Economía, caíste en el error de planteártelo de la misma manera que tus estudios oficiales: que eso había de llevarte al desánimo, ya era de prever. ¿Cómo entonces?: pues claro está: estudiando al azar, de cualquier cosa, de lo primero que te interese, de todo lo que tenga capacidad de absorberte, pero de continuo, siempre, todas las horas del día (¿no vas a tener ahora incluso una profesión ideal para eso?), y sin prisa, porque no hay ninguna página final a la que tengas que llegar, ningún conocimiento que adquirir, ningunas conclusiones que sacar. ¿Qué más da por tanto?
¡Cómo te aburrías estos días, Celsito! Y sobre todo (esto era verdaderamente lo doloroso para tu ángel y para mí), ¡qué mal soportaba tu aburrimiento! No ya sólo el cine o el dominó, sino esa exacerbación, por la que pasas, de tus preocupaciones sexuales: ¡cuánto más frecuentes y cuánto más turbias que otras veces! Si tu ángel se cansa, pronto tendrás que acudir a remedios heroicos para matar tu aburrimiento: casarte y cosas por el estilo. Huye, Celsito. Si no ¿qué haremos con tu ángel? ¿Dónde lo enterraremos? Huye, Celsito: el mundo está lleno de misterio.

¿Hasta pronto? Abrazos, y una abrazo imposible para tu ángel, de

JOSÉ REQUEJO

¿Quién manda que se diga Lleida y que se escriba tod@s?










¿Quién manda que se diga Lleida y que se escriba tod@s?
Agustín García Calvo 
Lunes, 12 Abril , 2010


Eso no es nada invisible, como el sentido común o el pueblo-que-no-existe: por el contrario, es bien visible: son unos señores que se creen que pueden mandar en la lengua de la gente como si fuera suya.

Harto triste es ya que tengamos que cargar con una Real Academia de la Lengua Española, por ejemplo, destinada al intento de unificar y determinar lo que es español y lo que no, que, como ve que en la escritura puede mandar y dictar normas, se creen que también puede mandar en la lengua y enseñar a la gente cómo hablar bien en español. Los resultados puede el lector, y aun mero oyente, topárselos por doquiera; unas reglas de ortografía insensatas, que arrastran un lastre de pedanterías desde el siglo XVII hasta el presente, como mandar que se escriba con h ‘hombre’ y los imperfectos en ‘-ba-’con b, porque en latín, nada menos, (no en castellano viejo, cuando h- era un fonema y la oposición ‘b/v’ regía, y así se escribía omre o dava) sabían, los ignorantones de ellos, que en latín se escribía homo o dabat, mientras permite graciosamente la Academia y sin más motivo que algún descuido de viejos cultos consagrado, que escribamos sin h- ‘armonía’ o ‘endecasílabo’. Todas las cuales pejigueras, si se limitaran a la escritura, no serían mayor crimen, pero amenazan con serlo (contra lengua, que no es de nadie, y pueblo, que no es nadie) cuando a partir de ahí, pueden llegar locutores concienciados a obedecer y, en vez de escribir como se habla, hablar como se escribe, soltando cosas como oBstáculos, eXtraños o traNsportes . Y se topan igualmente los lectores con Diccionarios de la Lengua, que intentan esplicarle a la gente, con una culta ignorancia heredada de tres o cuatro siglos o, peor todavía, actualizada, el significado de las palabras, que ya de por sí no puede nunca definirse, pero que, con la inepcia académica, da lugar a una serie de embrollos y de errores que hasta le sonarían al sentido común ridículos, si no fueran los súbditos del poder tan obedientes.

Harto triste y penosa es ya esa carga de sentir cómo la Cultura quiere poner la lengua al servicio de los ideales o necesidades del Estado y el Capital. Pero la cosa se vuelve más triste todavía cuando se encuentra uno encima con feminist@s, o con catalanist@as o galleguist@s, que reproducen la misma inepcia culta y académica, queriendo que la lengua que no es de nadie se ponga al servicio de sus banderas respectivas, y, al hacerlo, demuestran la misma espesa ignorancia de lo que sea lengua o pueblo; que tal vez sea común el no saberlo (la gente habla así de bien como habla gracias a que no sabe a conciencia la gramática de su lengua); pero se vuelve en ellos ignorancia monumental porque creen que sí lo saben.

Sólo por hoy un par de ejemplos. Cuando se empeñan en que al menos todos los españolitos digan , en vez de Lérida, Lleida (que como la mayoría de ellos yeízan, será más bien Yeida) o Girona (con una g- catalana, algo como sy-) o , para no ser menos, Ourense y A Coruña, revelan la insipiencia más elemental en que ni siquiera se dan cuenta de que justamente los Nombres Propios son elementos que no pertenecen a una lengua, de manera que, al poner en ellos su patriotismo lingüístico, destapan lo mal que saben lo que son los mecanismos de su propia lengua; y en su ceguedad, se vuelven así en contra de su propio patriotismo, al no recapacitar siquiera en que eso de que a ciudades se las llamara en el estranjero Londres o Burdeos o Varsovia o Pekín lo que mostraba era el renombre y fama de que gozaban fuera de las fronteras de un Estado y de su idioma oficial.

Asímismo, cuando los feminist@s, se revuelven contra su propia lengua porque, en español, cuando hay en una reunión chicos y chicas haya que decir “todos” y si una familia tiene niñas y niños, se hable en conjunto de sus “niños”, es que se toman a lo sexual la oposición ‘masculino/femenino’, olvidando que cuchillos y cuchillas, ni pozas y pozos, tampoco almendros almendras tienen sexo, y (en inglés no hay tal cosa como Géneros de nombres, pero eso no va a quitarles a los feminist@s de equivocarse también en inglés contra la lengua), lo que hacen con eso es desconocer los mecanismos más elementales de la lengua, como el de las oposiciones privativas, que al tenerse que anular en ciertas situaciones, es el término no-marcado (en este caso el Género Masculino) el que aparece como representante de la oposición anulada ( “son necesarios ollas y pucheros” ); y al echar a la lengua, que no es de nadie, ni sabe nada de sexo ni ordenaciones sociales de uno y otro, la culpa de lo que no le corresponde, están luciendo una confusión desastrosa de la lengua (que no sabe de sexos como no sabe de dinero , siendo la sola cosa humana que se la da a cualquiera gratuitamente) con la Cultura, que ésa sí que es machista, como que el Poder es, desde el principio de la Historia patriarcal y masculino, hasta el punto de que, cuando las mujeres se ponen a ocupar puestos en la escala o cuadros sociales, siendo esos puestos costitutivamente masculinos (presidente, juez, guardia civil, ministro, etc.), no pueden menos de hacer traición a su propio sexo, sometido y sumiso desde el comienzo de estos 10.000 años de Historia más o menos, casi nada al pie de la Lengua, que se hunde más allá de la Prehistoria, y así le echan a la lengua, que no conocen, pero, ¡ay! que se creen que sí, culpas que son de las reglas sociales, de buena y de mala educación, de usos políticamente (in)correctos de la lengua, normas que sí que son con frecuencia machistas o señoriales, como que se establecen y funcionan a nivel cosciente , donde está ordenado que en sitios, al casarse, tomen las mujeres el apellido del marido, o igualmente se prescribe que se les ceda el paso de la puerta a las señoras; todo lo cual no tiene nada que ver con la máquina de la lengua, donde nadie manda más que el pueblo -que-no-existe, el sentido común o subconciencia, y que los señores (o señoras) no sólo no conocen, sino que, al pretender conocerla, no pueden menos de estropearla y hacerla chirriar de esas maneras.

Más les valía a esos malos rebeldes contra Estados o machismos que dirigieran los tiros a donde deben, y dejaran en paz a la lengua, que es el solo sitio donde pueden encontrar algo de común y pueblo sin sexos ni fronteras, que es lo que podría levantarse contra el Poder y desmentir sus falsedades.

SAFO EN MADRID



Agustín García Calvo
Safo en Madrid.


Cada vez que te veo
y por siempre te sigo viendo
encaramada en el taburete de la barra
al lado de uno que se te insinúa
y que le sonríes de media boca
y que le enseñas la punta de la lengua
o cada vez que desde la orilla en el Retiro
te veo sentada en la barquita
frente a un mozo remador en mangas de camisa
y que le hablas con palabritas
que apenas me deja adivinar el vientecillo
y que te alisas demasiado tarde
la falda que te alborotó una ráfaga
hasta mucho más allá de las rodillas
o cada vez de tantas veces que te veo
que con uno de tantos otros te diviertes
en jugar con sus deseos o necesidades
no puedo menos de sentir un puñal ciego
que entre teta y teta se me hinca
y me sume toda la sangre de la cara
y un sudor frío me recorre el espinazo
y un zumbido me aturde los oídos
y me ciega los ojos una púrpura de niebla
y luego cuando vuelves si volvías
no puedo confesártelo siquiera
por no volverme odiosa y porque cómo
te lo podría a tí contar mi niña
que hay también hombres en la tierra sí
ya sé ya sabes y no sólo que los haya
que ellos están encima de nosotras
ellos son los pastores del rebaño
los directivos de los bancos y nosotras
somos sus becerras y sus borreguitas
y tú sábete mi niña que con los que mandan
no se puede jugar en amor ninguno
no vayas a hacer tú como los perritos
que lamen a sus señorías o como las monas
que los imitan en sus aspavientos
mejor tú como yegua cimarrona
que no se deja domar nunca o como leona
que no se olvida de las cadenas que la amarra
mansa tan sólo cuando vuelvas
si volvieras conmigo
a retozar aquí a escondidas
con esta hermana menos agraciada
de tu misma esclavitud.

APRENDER A ATACAR EN ABSTRACTO. ( Continuación del texto 'CONTRA LA PAZ' ).






APRENDER A ATACAR EN ABSTRACTO 
Agustín García Calvo.
( Continuación del texto CONTRA LA PAZ. )


Solamente este mundo desarrollado es el que me importa, puesto que dicen que todos los demás son transiciones hacia este, están condenados a venir a este mundo. Sería inútil que esta charla la estuviera haciendo entre gente marginada, claramente oprimida, entre inmigrantes, entre gentes de esos países, porque ellos mucho más que vosotros, tendrían que estar presos de ese ideal que les han metido. Cualquier cosa que llamaran revolución estaría condenada a ser un medio para advenir a la gloriosa democracia de la que vosotros disfrutáis íntegramente, a la democracia y a la tecnología de este mundo. Sería inútil si tuviera que hablar como tengo que hablar algunas veces entre gente así, pues hablaría de otra manera; pero hablando con vosotros, que pertenecéis como yo a este mundo del desarrollo, puedo tranquilamente tratar contra la paz y contar que por debajo, como os decía, hay en vosotros una protesta sorda contra lo que todo esto tiene de imposición y de engaño sangriento. Por eso os invito a que con esa voz que viene de abajo, estéis hablando y diciendo también las dificultades que encontráis para formular con precisión ese descontento, esa protesta. Lo primero, como habéis visto, ha sido quitaros la idea de que ésta con que se os ha estado amenazando y entreteniendo durante meses, era una verdadera guerra. Todo esto, lo mismo que los peliculones televisivos de la última guerra y lo mismo que las guerritas marginales, eran procedimientos para mantener en vosotros viva la idea de guerra. Este a su vez era el único procedimiento para haceros tragar esto como una paz. De esa manera, no podéis percibir directamente los horrores del mundo desarrollado en que estáis metidos, del que sois parte, que os constituye. Eso es pues lo primero: no hay, no ha habido ni guerra ni amenaza de guerra. No puede haberla. Hace mucho tiempo ya que el mundo desarrollado ha dejado de saber cómo se hace eso siquiera. La última ya lo hicieron muy mal, muy chapuceramente.

Recordáis por la historia cuando los EEUU intervinieron en las cosas de Corea y del Vietnam. Pero esta última ocasión ha sido como la flor, como la flor de todo el proceso. A los informantes les costaba cada día de trabajo sacar de cualquier cadáver de un desgraciado que cayera por allá, de cualquier frase imbécil que dijera un imbécil en el poder, algo como un titular que sirviera de noticia y que siguiera día tras día alimentando la noción de que estaba pasando algo. A esa miseria me refiero y a que la información de la guerra no es más que el espejo de la miseria general que tenéis que reconocer por debajo de la aparente abundancia o más bien despilfarro que caracteriza a este mundo desarrollado. No os engañéis, ni creáis por un momento que yo estoy aquí exaltando la guerra, tal vez por el hecho de que tenga como libro de cabecera La Ilíada y que todos los días me la estoy viendo con la de Troya.

Guerra es una palabra gorda, es una palabra grande que aboca necesariamente a algo grandioso y ahí está la raíz del engaño: muchos de vosotros han clamado, incluso han salido con pancartas estos meses pasados diciendo "NO A LA GUERRA". Por supuesto, en el "NO", no os equivocáis. "NO", es la voz misma de la "razón popular", la voz de la protesta; pero en la otra parte de la pancarta sí os equivocábais al decir "NO A LA GUERRA". Se estaba ratificando la falsedad que os vendían desde arriba, la condición de guerra que os estaban vendiendo; esa equivocación no la cura ningún "NO". Cuando al decir "NO" se emplea como nombre aplicado a la negación, un nombre que de por sí es falso, a pesar de la negación, se está contribuyendo a mantener la falsedad, que es la forma misma del dominio. Es lo mismo que cuando os pasan por delante de los ojos las caras y los nombres de los personajones insignificantes de los que se creen ellos, y que os quieren hacer creer a vosotros que están rigiendo los hilos de la Historia. Todas esas caras de los personajones y esos nombres no son más que un elemento de distracción. Cuando los insultáis y decís: "cabrón fulano". Al decir "cabrón" la cosa va muy bien, pero al decir "fulano" ya no va tan bien, porque con el solo hecho de decir "fulano" estáis a su vez aumentando la importancia del personajón, que era una mera máscara insignificante del poder.

No hay personajes que rijan los hilos de la Historia. En la pirámide de los ejecutivos a que la administración está condenada, cuanto más arriba se sube, más imbécil tiene que ser el ejecutivo correspondiente. Cuando se llega al nivel de los presidentes de EEUU y así, no os quiero decir, hemos llegado a la flor de la culminación.

De forma que hay que aprender, aunque sea un poco más duro, a atacar en abstracto; precisamente lo más apasionado que pueda haber, lo que más despierte el hervor de vuestra sangre, tiene que dirigirse contra las cosas más abstractas. El poder es abstracto, el poder es ideal, el poder es la banca, el estado, el capital. Ese es el poder del mundo desarrollado y las caras bajo las que se presentan no tienen nada que hacer, son perfectamente intercambiables, da igual una que otra, y el intercambio de esas caras no sirve más que para engañarnos, para desviar la atención.
Fijáos bien que cuando esta chapuza pasada querían hacerla pasar como una guerra, hasta el pobre jeque ese que sirvió de pretexto colaborador con el mundo desarrollado para mantener el engaño, lo querían exaltar a niveles de Hitler, a niveles míticos. Eso os debe resultar también significativo. Todo estaba dirigido en el mismo sentido, en el sentido de atribuir a esa chapuza una grandeza que no tenía, porque lo importante era que creyérais que estaba pasando algo importante. ¿Para qué? Para que no os diérais cuenta que mientras tanto en vuestras vidas cotidianas está pasando de verdad algo importante, está pasando esta paz, esta falsa paz que se mantiene con falsas guerras y contra la que estamos hablando aquí.