sábado, 13 de diciembre de 2014

DIEZ COPLAS DE AMOR Y DESGARRO



Poesía de Carmen Martín Gaite.
  
     Allí dónde estés, Carmencita Carmiña, me queda pendiente para ti agradecerte estas maravillosas coplas tan del pueblo y sacarles la mejor melodía o canción que encuentre, y invitar a los amigos de aquí y demás pa yá a que las hagan, y que suenen aún más y más lejos. Y las hagan honor:  como tú lo conseguiste, cazar sin cazar, a ese imposible que es el Amor tan con mayúsculas. Coplas qué tan tuyas, tan mías a su vez, al viento, se vuelvan al común: coplas y desgarramientos. 





1
 
Al alba, 
me deperté, amor, al alba 
y qué sola me sentía 
mirando cuajarse el día
y aquel poquito de malva
que por naciente venía.


2

No quiero riquezas vanas;
de tu mano donde vayas,
amor, yo quiero saltar
todas las barreras payas
y las hogueras gitanas
que el mundo nos quiera echar.


3

 Charlatán embacuador,
qué me importa si fingías 
con tus palabras de amor.
Para aquellas penas mías 
no hubo bálsamo mejor,
amor, ¡qué bien las decías! 


4

Desde que vino el verano
hay una hoguera apagada.
Toco tu pelo y tus manos
y oigo tu voz, pero en vano
te busco ya la mirada.



5

Escucha lo que te digo,
compañero, dulce amigo
de sinsabores y empeños:
No te dé Dios más castigo
que tener a otra contigo
cuando me llames en sueños.


6

¿Te acuerdas, amor, de cuando
sólo querías mi alegría?
Ya te di cuanta tenía.
¿Para quién estoy llorando?
De poco me serviría 
saber adónde te mando
esta cuenta tan baldía.


7
 
Te invoco desde la ira
y desde la soledad:
ven a mis ojos y mira 
que sólo vendo verdad;
si quieres comprar mentira
¡largo de mi tienda ya,
que solo aquí sobra y se tira!


8

Crees que están tocando al olvido,
sin despedirte te vas,
ninguna cuenta te pido.
Pero no mires atrás,
si quieres no volver más,
que en la fuga vas herido
y un rastro rojo verás. 

9

Si llegara hasta tu oído
por algún extraño acaso 
que publico que te olvido,
amor, tú no hagas ni caso.
Son ganas de meter ruido,
miedo de dormir al raso,
¡qué más hubiera querido! 


10

Del azar ya nada aguardo;
lo dulce con el veneno
me lo echo al hombro en un fardo.
No sé si el camino es bueno,
no sé si tardo o no tardo,
dónde voy, ni por qué peno.

...


Contestaciones de Isabel Escudero al Cuestionario sobre la ¿IZQUIERDA?




     Intentaré esbozar en una sola respuesta algunas de las sugerencias que me despiertan estas preguntas.
 
     A estas alturas de la Realidad (cada vez más sutilmente engañadora) no podemos seguir manteniendo las viejas designaciones de antaño, que apuntaban a la tradicional oposición política ‘Izquierda/Derecha’. Con el Desarrollo y ya desde hace décadas (pero cada vez más consolidado bajo el Régimen del Bienestar), tanto en los Gobiernos de uno u otro signo, como en las Personas de una u otra afiliación, y, salvo algunas señas superficiales que los identifican y sirven para el cacareo electoral o sindical, en el fondo se da igual por el uno que por el otro bando la misma sumisión a los fundamentos de la dominación y condena del pueblo y las gentes. Ejemplos de esta falsa oposición tenemos por doquier. Por ejemplo, la misma veneración al Dinero y sus representantes. ¿Qué gobierno de izquierdas atentaría hoy, por caso eximio, contra el automóvil, aunque fuera un ligero ataque que obligara a reducir sus ventas y su uso? Y eso que se sabe que mata al pueblo más que ningún terrorismo ni enfermedad (valga la redundancia), infecta las ciudades y hace invivible la vida. Pero este despilfarro constante parece que es beneficioso para los Gobiernos y las personas particulares, sean de una u otra idea. La misma aceptación se produce en la gestión de los tratos económicos entre los hombres por Bancos y Consorcios. Idéntica sumisión ante la Autoridad de los que saben; el mismo culto a la Personalidad y a los Personajes.

     Un dato elocuente es que desde las revueltas libertarias anteriores y durante la propia Guerra Civil, ningún Sindicato obrero ha puesto en duda el mito del Dinero y la Producción, y, sin embargo, la gente sabe que el Dinero y el Trabajo es su condena. Es una contradicción sangrienta, pero parece que todo logro social de las llamadas Izquierdas se ve reducido a una reforma numeraria en puntos por ciento destinada a elevar el "nivel de vida", o sea, de adquisición de cosas inútiles, condenada, de hecho, a perfeccionar los instrumentos de opresión y no a intentar derribar el obstáculo. 

     Otro caso llamativo es el de los movimientos “feministas de izquierda”, los de la llamada “Liberación de la mujer” que, lejos de haber supuesto una liberación de la sumisión a los modelos (Masculinos. No hay otros: el modelo Patriarcal es el único que conocemos), ha consistido, en cambio, en la imitación de esos patrones y su asimilación por vía de “igualdad”, una desgraciada igualdad.  

       Otro ejemplo más sería esa evidente y nefasta indiferenciación en la actuación tanto de izquierdas como de derechas en contra del llamado “terrorismo” y sus muertos nuestros de cada día. ¿Qué es lo que pasa para que esto no termine nunca? ¿A quién sirve tanta sangre, tanta y tanta barbarie? Porque sin duda debe de servir a una mecánica muy poderosa que, sin duda, debe también alimentarse de las “buenas intenciones” de los unos y de los otros. Por encima, hay un discurso general de la lamentación, amplificado a bombo y platillo tanto desde los gobernantes como desde sus propias poblaciones, plagado constantemente de declaraciones y de efigies de los políticos de una y otra afiliación en la pequeña pantalla y en los diarios. Pero debe haber otro plano más hondo, una inercia letal que vela porque la maquinaria no se pare, que siga promoviendo noticias, afirmando identidades, Estado contra estados, barbarie contra barbaries. Nadie parece darse cuenta de que en esta pelea sin fin hay una “ganancia” para unos y para otros, y no cesa la muerte para la gente.

    Actualmente, la equiparación de las llamadas izquierdas, (estén en el Poder o en alternativa real de estarlo), con las derechas, en cuanto se refiere a las cuestiones que afectan de verdad a la vida de las gentes, es cada vez mayor, y puede decirse que están en proporción directa al alboroto que montan unos y otros para explicar sus pequeñas diferencias y crear la necesaria apariencia de enfrentamiento.

    Es imposible, en tan corto espacio, entrar a razonar más detalladamente sobre estos mecanismos de equiparación, de falsa oposición y aparente enfrentamiento. Una izquierda de verdad (la que no hay), tendría como rasgo básico una acción negativa que consistiría, en primer lugar, en decir ‘no’ a la Realidad, a ésta, la que actualmente padecemos. En cuanto acepte una negociación más o menos reformista y entre a considerar los argumentos y el propio lenguaje del enemigo, está perdida. Su acción fundamental sería la de dar voz a un sentido común, a algo que surja desde abajo, desde  el pueblo, que sufre y vive sometido a las instancias superiores del Poder y las Instituciones que lo representan. 

    Por tanto, no entendemos que pueda mantenerse la oposición ‘Izquierda / Derecha’, aunque sólo sea por mero desengaño, y, sí, en cambio, sería razonable plantear una topología política más verdadera, en el sentido de una lucha a muerte entre un Arriba (tanto de la persona, como de los estados), y  un abajo donde está el pueblo, que no existe pero que lo hay.   

     Para concluir, traigo aquí una copla que hace años me salió y que dedico aquí y ahora a la memoria de Jesús Ibáñez, que gustaba de utilizarla en aquellas diatribas tan certeras y sensatas que sobre este tema solía lanzar.


Ni derechas, ni izquierdas:
Entre arriba y abajo
Está la pelea.


jueves, 6 de noviembre de 2014

LA CULPA ES DE LOS VIRUS / y 2 Agustín García Calvo

Individuos y causas 
ENFERMEDAD Y PROGRESO / 2
El País.- 14 de Marzo de 1989

Sir John Everett Millais, Bt, The Foolish Virgins, 1864
En su último progreso, los virus han tenido que hacerse esencialmente técnicos informáticos: así, en la vulgarización B les esplicarán cómo es que el virus, una vez que logra que la célula lo acoja en su interior, se entromete en su ADN de tal modo que, cuando ese centro emita las oportunas instrucciones de reproducción de la célula, ellas incluyan los datos introducidos de contrabando, que son los del propio virus; así que, cuando la célula se reproduce, ya sus copias sucesivas llevan en sí la reproducción del virus; que él de por sí no sabe reproducirse a la manera tradicional, porque los científicos ni siquiera acaban de decidir si se trata o no propiamente de un ser vivo; pero ni aun eso atenta a su realidad. Y con esas habilidades informáticas de los virus, ya no les extraña a ustedes lo que les contaban en la noticia C de cómo al joven que había introducido información subrepticia en la red informática del Pentágono se le identificó enseguida como virus; ni las fascinantes teorías, de que la vulgarización B les informa, de que, además de para causar enfermedades, los virus pueden servir para organizar la vida toda del Planeta y que "todas las bacterias están interconectadas por organismos semejantes a los virus en una sola asociación genética de escala mundial".
Pero esa lógica condición informática de los virus, que los tiempos les imponen (contra los cuales tiempos estamos aquí tratando de hacer un poco de contrainformación), no quita para que se les vea (ésa es la única prueba definitiva de realidad), aunque haya de ser por el electrónico. Pues bien, ¿qué vemos? Vemos extensiones de sustancia, más o menos accidentadas o fluctuantes, en las que se destacan unos puntitos, coloreados en rubí o en esmeralda, según la onda que al electrónico le pongamos. Muy bien. Pero lo que no podemos ver es que esos puntitos sean los causantes, y no, por ejemplo, deformaciones concomitantes que a los tejidos les aparecen cuando sufren la alteración que sea, así como a la leche, cuando se corta, le salen unos puntitos amarillos, sin que a nadie se le ocurra que ahí están los culpables del accidente. Eso no puede verse con microscopio de Dios que valga: porque la diferencia entre 'causa' y 'circunstancia concomitante' no se ve, sino que se decide en virtud de otros intereses superiores. Los cuales necesitan que los culpables sean individuos, y mejor cuanto más individuales.
De ahí que el progreso de la noción de 'causa' o de 'culpable' haya sido a lo largo de toda la Historia en el sentido de la individuación, así en el campo de la Justicia como en el de la Medicina.
Para ello puede ser ilustrativa la historia de la palabra misma. Porque ¿se han fijado ustedes lo difícil que es poner en Plural esa palabra, para así poderle deducir un verdadero Singular?: el inglés ha tenido que inventar viruses, y aquí, si no acudimos a los Artículos, no sabremos si hablamos de los virus o de un virus o simplemente de lo virus. Y es que esa vieja palabra indoeuropea, latín vi:rus, griego (w)i:ós, indio vi:sás, nunca tuvo propiamente Plural ni Singular, ya que lo único que significaba eran cosas como 'flujo espeso', 'viscosidad', 'flúido ponzoñoso' (los romanos lo usan a veces para hablar del licor seminal, que entonces, naturalmente, no contenía aún espermatozoides causantes de nada) y sustancias por el estilo, generalmente con una nota de 'capacidad de insinuación o penetración por los tejidos'. Quiere decirse que esa situación del virus corresponde a un mundo en que la culpa es algo como un gas o flujo pestilente, un miasma, que le entra a la ciudad o cae sobre los campos, y en cuanto a la causa (la noción de 'causa' física se inventa, como suele suceder, a partir de la jurídica de 'culpa'), no se había inventado todavía.
Pero ya desde el comienzo de nuestros recuerdos históricos ha sido preciso que esa culpa indistinta y flúida se concentrara para buen orden, en un chivo expiatorio, un pharmakós humano entre los griegos (¡donde estaban las raíces de nuestra Farmacia!) al que ejecutar o expulsar de los muros para librar a la ciudad del mal. Y así, tirando la Medicina y la Ciencia por la vía que el Derecho y la Política les indicaba, han tenido que hacer que aquello, lo virus, adquiriendo el estatuto de microbio, y por ende el de bicho y por ende el de persona, venga a ser víruses, y cada uno de los víruses un virus, que, individual como usted y como yo, se cuele por las paredes de las células, organice en sus centros un lío informático, o funcione de telefonista entre las bacterias del Universo, y venga cada vez más a ser responsable personal de lo que pasa.
No sé si con esto, para efectos de medicina y de remedio, queda lo bastante claro que no es nada seguro que el buen método sea el de buscar con cada vez más potentes microscopios puntitos cada vez más diminutos y centrar en virus individuados la causa de nuestros males, o si no sería más eficaz que volviéramos a concebirlos como un miasma o flujo indistinto del que hubiera que intentar limpiarse con chorros de las aguas más frescas o contrainfórmáticas que se pudiera. Pero, lo que es en cuanto a política y desgobierno, pienso que tal vez se va entendiendo un poco mejor ahora cómo es que, al paso que el Señor, Estado y Capital, necesita cada vez más imperiosamente convertir las poblaciones en Masas, espesas y solidarias, al mismo tiempo necesita que esas Masas estén cada vez más estrictamente compuestas de Individuos, cada vez más individuales y personales, cada vez más responsables y causantes, cada uno y en conjunto, hasta el día del Ideal, en que, en una votación perfecta y sin abstenciones, la suma de las voluntades y causas individuales venga a ser lo mismo que el Poder Constituido que gobierna las Masas de Individuos.

Disculpad el retraso de esta segunda parte tan maravillosa y os recuerdo también que algo de unión tienen estos artículos con aquel Programa de Pensamiento 3 - Radio 3, en donde el mismo Agustín hace mención de estas publicaciones...!Qué lo disfruten bien! ;)


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¡ADIÓS, VIRUS! DESMIÉNTETE Y MUERE!
Adioses al Mundo. Número 10
Agustín García Calvo
The Lost Piece of Silver. John Everett Millais
Que ya está bien, ¡vive Dios!, que ya no aguanto más tu pesadez blanduzca cayéndome a la menor encima y hundiéndome en la miseria; que ya estoy harto da tomarme como cosa natural y fatalita esto de que, cuando más sano y ligero y lúcido anda uno danzando por entre autos y disquetes y red universal de papamoscas, de pronto, zas, por el hecho de que te has colado entre los prójimos y cualquiera, en un descuido, te me vehicula, pues ahí está uno otra vez tosiendo, moqueando como un imbécil, tomando conciencia de sus bofes y entresijos y hasta del cómputo por cm3 de sus globulitos, y si se le hincha esto o lo otro (nada bueno, no) y, en fin, hecho un guiñapo, sin ganas de amor ni razón que valga, que tú te aprovechas para hacerle sorber vahos y meterse pócimas o jeringazos, para nada, para seguir aguantando hasta que a tí se te antoje empezar a refluír y cande divertirte con nosotros.
Tan harto - aquí te lo digo, virus - que, igual si eres tú mismo el que al fin me matas que si es un atropello de auto u otra causa natural por el estilo, gran consuelo me da el pensar que nunca más vas a tu capricho a convertirme la vida en un chapoteo y aterrarme con la amenaza de tu plasta bulbosa en los carraspeos o lloriqueos de cualquier prójimo, ni a meterme vacunas o drogas profilácticas, para que tú les busques las vueltas y te me metas en las entretelas y me dejes hecho un residuo de la sombra de burro que al menos era antes, cuando no te tenía a tí. Nunca más estadísticas de gripes ni de SIDAS ni de pestes: ¡gracias, mamá muerte, por liberarme al menos de todo eso!
Que es que tú eras el fantasma de la enfermedad informe, sin figura cierta ni síndromes ni procesos regulares, ni crisis ni convalecencias, como las que tenían aquellos males que sabía la Medicina; y me hacían reír amargamente cuando aún distinguían entre ‘catarro’, ‘gripe’, ‘flu’, ‘neumonía atípica’, ‘SIDA de Dios latente’, o tumores de 43% de malignidad o chapuzas iatrogénicas, como si todo no fuesen disfraces gelatinosos de tí mismo: tú eras la peste indefinida, que no se sabía ni por qué ni con qué derivaciones o secuelas ni en qué momento acababas de veras nunca.
Y eras también la peste pública (esto es, estadística), pero metiéndote en los órganos privados de cada quisque. Sí, porque eres el mismo que ha venido al acecho acompañando (seguro que no por casualidad) a esta triste Sociedad del Progreso desde que la conocemos: eras la peste de Atenas de hace más de 24 siglos, con el embrollo de síntomas típico tuyo que Tucídides y Lucrecio nos refieren; eras el miasma que debió asolar el Imperio, y encenagar la idea de ‘Imperio’, más que bárbaros ni cristianos, y el que despobló la florida Europa del S. XV, y el que se arrojó, andando el primer tercio de éste, a repetir lo mismo, cuando estaba a trompicones consolidándose, en falso, la idea de ‘gripe’ y la de ‘progreso’.
Y eres tú, oh peste, oh miasma amorfo, el que nos visitas dos o tres veces al año, si te da por ahí, y dejas tiritando y con la cabeza mas ilusa todavía a los millones de acólitos del Régimen, que nada pueden contra tí, sino, eso sí, seguir moviendo por gracia tuya capital en farmacias y laboratorios.
Y el que seas tú el gran fracaso de la Medicina puede ser, sí, justicia del Señor, pero se debe también a la Teoría, a la Fe en que la Causa son agentes individuales; que así te descomponían en virusillos, y los buscaban uno a uno en las placas de los microscopios. ¡Cómo te reías tú de ellos!, que no se dan cuenta de que tú eres el virus, miasma informe y amalgama pegajosa, y que el microscopio no puede distinguir entre ‘agentes causales’ y ‘proliferaciones concomitantes’; y, lo mismo que en el caso notorio del SIDA, la fe en el virus causante, H.I.V. o como la Teoría oficial lo llame, lo que ha hecho es estorbar un posible ataque contra tu miasma, así con la gripe o flu o cualquier cosa que te titulen: que, mientras sigan creyendo en las Causas y los Individuos, nada podrán hacer de veras, y tú seguirás, oh peste, campando por los ámbitos del Bienestar.
Pues ahí te dejo con ellos, oh miasma sin nombre; que, lo que es a mí, aunque me cueste pasar el trance de mi muerte, ya no me atrapas más ni me entonteces. Sigue haciendo de las tuyas, a ver si ayudas al menos que se hunda el Régimen y sus ilusiones; que yo, con lo poco de sentido y gracia que me dejes, lo que haré será decirte esto que te digo, la verdad que hace reventar a los fantasmas.

martes, 21 de octubre de 2014

LA CULPA ES DE LOS VIRUS. Agustín García Calvo.

La culpa es de los virus
ENFERMEDAD Y PRORESO / 1
El País.- 13 de Marzo de 1989 




Louis Edouard Fournier,  ”The Funeral of Shelley” (ca.1889) 




Apenas habrá estos años causantes más vulgarizados que esos serecillos que se llaman como usted sabe, virus. Hace tiempo que han dejado chicos a los masones, los judíos, los gamberros, los etarras, los drogotas. Se ve pues que son de primera importancia, política, y a por ellos vamos.De la vulgarización tomo unos ejemplos que me aportan amables amigos que leen Prensa: A) EL PAÍS 25 Febr.'87 p. 6 de 'Futuro'; B) MUY nº 90, Nov. '88, pp. 93 ss.; y añado, para el caso de la identificación como virus de un sujeto que estropeó las redes informáticas de conexión entre el Pentágono y las Universidades durante unos días, C) EL PAÍS 5 Nov. '88 p. 7. Pues bien: "Conocidos desde hace tiempo de ser causantes de la viruela, la fiebre amarilla, la poliomielitis, la gripe y el resfriado común, los virus son los culpables del 80% de las enfermedades agudas que afectan cada año a la población de los -países desarrollados" (A); más modestamente: "Los virus contribuyen a que contraigamos hepatitis, gripe, sarampión, polio, rabia, fiebre amarilla, SIDA y muchos otros trastornos más" (B). Pero lo peor es que también "se hallan involucrados en algunos cánceres y leucemias y en numerosas enfermedades autoinmunes, entre ellas la esclerosis múltiple y la diabetes" (B); y "Recientemente, los científicos han empezado a sospechar que los virus tienen mucho que ver en las cardiopatías, defectos de nacimiento, diabetes, síndrome de Alzheinier, esclerosis múltiple y casi la cuarta parte de los cánceres humanos" (A).
Ahora bien, eso de que contribuyan, estén involucrados o tengan mucho que ver ¿no les parece a ustedes que estropea un poco la idea de que sean causantes o culpables? Y eso de que tengan que ver en casi lacuarta parte de los cánceres... ¿No van con eso a perder los virus el crédito y prestigio de ser los causantes verdaderos? ¿No quedarán amenazados de que se les confunda y degrade a la condición de circunstancias, de factores coadyuvantes, todo lo más de cómplices o colaboradores? Pero la causa, señores, como la madre, es una, y no debe nunca la noción de 'causa' confundirse con la de 'circunstancia`: si no, ¿adónde iríamos a parar? El policía debe descubrir quién es el asesino de la Marquesa, y se acabó; y es preciso que se sepa quién, personalmente, mató al Comendador. Sólo así la justicia y el Gobierno de los pueblos tendrán un fulcro en que apoyarse; sólo así se curarán las enfermedades sociales y las personales; sólo así, eliminada la persona culpable de haber introducido instrucciones indebi.das en la red informática del organismo de los Estados Unidos, podrá el Pantágono regir corno Dios manda los procesos constitucionales y reproductivos del Gran Cuerpo; y descubierto asimismo el culpable puntual de la gripe fantasmática, podrá el Pequeño Cuerpo acudir cada día sin falta a la Oficina y evitarse el enorme dispendio de Horas de Trabajo que al Capital y Estado les cuesta el mantenerse indefinida, informe y sin causa individual la tal pliaga.Cosa que, por cierto, deja en, entredicho el nombre mismo, influenza, o flu para abreviar y no acatarrarse mientras se pronuncia, o grippe o trancazo o cualquiera otro de los que se han ensayado desde que empezó a reinar, desde comienzos de siglo, la enfermedad informe: pues ¿cómo puede decentemente tener nombre una cosa que es casi cualquier cosa y se manifiesta casi de cualquier forma, hasta el punto de que, sólo con que te encuentres mal o raro, a falta de otra interpretación más precisa, ya estás sospechando que te La has mangao? Hace sonreír que todavía, en la vulgarización A, se distinga entre "gripe y resfriado común"; y las historias que dos veces al año sacan los Medios de Formación de Masas acerca de las varias y mutantes cepas o generaciones de virus de la gripe hacen sonreír también, por lo menos mientras no La ha atrapado uno.
Claro que las cuentas no son tan simples: si se pudiera individuar el causante verdadero y fijo de Eso, y en consecuencia apresarlo, juzgarlo y condenarlo a muerte, no parece que, en cambio, el fijar de paso y apresar al virus causante de esa institución más reciente que bajo la sigla S.I.D.A. condena como espada justiciera del Señor a los prójimos y deudos que atentan un poquito contra Sus leyes fuera a ser tan buen negocio: porque ahí, si un virus definido se fija en la pantallita y se individúa como culpable, ¿no se perderá con ello una ocasión preciosa de que a los Indivíduos personales les hiera la flecha de su culpa personal, de que la mísera jodienda de los mortales vuelva a los miedos tenebrosos y urinarios del tiempo de los Escolapios y de que renazcan esplendorosas las fábricas de preservativos?
Hay su DEBE y su HABER con esto en el libro del Señor. Pero se ve que la necesidad más alta y siempre más urgente que Él padece es ésa de la individuación de la Culpa, y por tanto, la de que cada vez los virus se hagan más individuales, más definidos y precisos como seres y causantes.
Y el motivo que el Señor y su Ciencia ofrecen para esa millonaria campaña de persecución del Virus, a saber, que es para la cura de nuestras plagas y enfermedades, se vuelve un tanto dudoso como motivo cuando consideramos que precisamente algunas de las plagas virales más arcaicas que en las vulgarizaciones A y B se citan, la rabia la primera, Pasteur y sus secuaces acertaron a curarlas sin tener la menor idea de que hubiera cosas tales como virus personales en el mundo, sino tratándolas como si fueran flujos infecciosos. Algo más importante y transcendente que la cura de los mortales debe ser lo que promueve el proceso de individuación progresiva de los virus.Más sospechoso aún, porcierto, resulta eso de que el desarrollo progresivo de los virus se haya producido tan exactamente según los cánones que rigen en general el Progreso Progresado, que son según la proporción aritmética siguiente: así como la noción de 'bichos' (piojos, lombrices, sarna) vino con el Progreso de nuestros abuelos a dar en la de 'microbios' (con la noción de más éxito, la de'bacterias', incluída), que exigía ya pasar del ojo desnudo al microscopio, inventado a punto, para ver a los microbios, esto es, incluírlos en la Realidad, así también análogamente la noción arcaica de 'microbios' ha dado el paso, apoyado como por casualidad en el microscopio electrónico que se requiere para verlos, a la noción de 'virus' (bichos: microbios:: microbios x), el mismo proceso por el que, una vez inventado el ferrocarril con el Progreso, hubo- que inventar el automóvil para el Progreso Progresado, y una vez que la radio, la televisión: es decir, pasar de los chismes ideados por fuerza de necesidades previas a los chismes ideados por deducción de los ideados previamente. De un microbiólogo ilustre cita la vulgarización B p. 102: "Estamos ahora, respecto a los virus, donde los bacteriólogos del siglo XUX estaban respecto a las bacterias".
Hagamos aquí un alto, no vayan a caer ustedes en la trampa que su lenguaje culto les tiene preparada para estos trances y a preguntarse si lo que estaré aquí insinuando es que "Los virus no existen"; una tontería semejante a la de aquéllas que concluyen que "El Amor no existe", sin darse cuenta de que con la sola admisión del verbo 'existir', aunque sea para decir "No", ya están domesticando su rebeldía y cayendo en el engaño. Existir, sólo existe Dios, y lo demás son malas imitaciones. Pero aquí no estamos tratando asuntos metafisicos, sino cuestiones prácticas, de política y de salud. Sigamos pués un poco examinando cómo son los virus.


sábado, 18 de octubre de 2014

INFORMACIÓN Y CÁNCER. Agustín García Calvo

Información y cáncer.
ENFERMEDAD Y POLÍTICA 
El País.- 27 ENERO DE 1989




Esta entrada quiere, además de lo propio de presentarles estos artículos del maestro, ser una comunión. Comunión entre los corazones de Lixo Solera, hermano de mi amigo el Príncipe Galín, y del maestro Agustín, que ahora nos enteramos que esta semana cumplía ochenta y ocho años. Como allí se habían juntado, en aquellas sesiones en Santiago de Compostela, ahora vuelven a juntarse aquí con nosotros. Salud!

Carmen


                           Edouard John Mentha | Maid Reading in a Library Late 19th - early 20th century


Gracias, Carmen, por traerlo aquí de de nuevo. Previo a este articulo, la primera andanada que el maestro dio contra la Información y su relación con el cáncer fue en la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela a los médicos y alumnos . Facilitó esta sesión facultativa nuestro buen amigo, y médico también, Lixo Solera, fallecido el pasado año.

Isabel Escudero Ríos

Pasemos hoy del cuerpo social al cuerpo personal. No será tan grande el salto: no nos saldremos con ello del campo de la política. Pues ¿no es el separar la vida privada de la pública el primer truco del Poder, que crea cada uno que tiene una vida privada suya, con la que puede hacer lo que le dé la gana, a fin de que Capital y Estado puedan hacer con el conjunto de las vidas privadas lo que Ellos quieran, o sea que cada uno en su casa, para que Dios en la de todos? Pues entonces, cuando a la gente se le hace creer que la enfermedad de cada uno es cosa privada y suya (ejemplo eximio: porque la enfermedad de uno es lo que le hace ser propiamente uno y le da su personalidad privada: sanos y hermosos, todos somos iguales), se está con ello haciendo política, infundiendo ideas falsas, que es el arma primera del Poder; así que aquí nosotros, cuando entremos a averiguar qué pasa con las enfermedades y a descubrir sus mecanismos, estaremos haciendo también política; la contraria, naturalmente. A mí de pequeño me había comprado mi padre un libro de aquellos que sacaban para ayudarles a los niños a tragar amenamente las amargas píldoras de las Ciencias; y ése tenía el plan, apoyado en muchas hábiles ilustraciones, de explicar los órganos y fisiología del cuerpo humano por medio de una constante comparación con la organización y funcionamiento de una nación constituida; de manera que las fases de la digestión aparecían como un transporte fluvial de bienes pasando por esclusas y compuertas, distribuyéndose por canales y diversas factorías; el sistema nervioso era un sistema de centrales eléctricas y tendidos telefónicos que recorrían el territorio; en fin, las infecciones eran un asalto de ejércitos invasores que querían apoderarse del Estado y alterar su buena Constitución, mientras que allí acudían los leucocitos, soldados leales de la Nación, que aun a costa de sus propias vidas detenían, apresaban y aniquilaban a los microbios enemigos. 

Voy a seguir un poco por esa vía tradicional de poner en relación de analogía la economía y política del cuerpo de uno con el organismo y fisiología de los estados, generalmente usada en el sentido inverso, como en el caso ejemplar de Menenio Agripa convenciendo a los plebeyos rebeldes para venir a trato con los patricios por el simple medio de contarles la fábula de los miembros, que ("no estando antaño en el consenso de todos que ahora rige, sino teniendo cada cual su acuerdo, cada uno su discurso", según Livio lo refiere) se habían rebelado contra el vientre ocioso y glotón y decidido no proporcionarle y prepararle los alimentos. 

Pero aquí, claro, nos guardaremos de saber cuál seguimos de los dos sentidos de la analogía, el que quiere socializar los hechos fisiológicos o el que pretende hacer pasar los estados por hechos naturales, ni cuál de las dos cosas es la que debe explicar la otra, o si mutuamente. O más bien, es que no vamos a usar la cosa como mera comparación, sino con un sentido de práctica eficacia, que sirva para revelar y, por ende, curar (puesto que la revelación de la verdadera cara de los males es ya su cura, dado que la fuerza de los males está en ocultarse bajo caras falsas), revelar y curar -digo- las plagas más terribles de nuestro mundo y nuestro cuerpo. 

Ya un primer paso daremos por esa vía sólo con preguntarnos a la vez "¿Cuál es la enfermedad que en el mundo actual amenaza más tétrica y aciagamente nuestras vidas?" y a la vez "¿Cuál es la plaga más conspicua y notoria que caracteriza a las urbes (y aun a los desiertos intermedios) de este nuestro mundo progresado?". 

Pues la respuesta a la primera pregunta apenas podrá ser otra que "Eso que llaman cáncer", y cuya condición más notable, así visto por fuera, es que lleva ya un siglo estando tétricamente de moda y eludiendo los millonarios esfuerzos de la Ciencia para descubrir sus mecanismos; lo cual, aunque parezca mentira, no ha traído hasta ahora consigo la consecuencia de descubrir que hay algo en los supuestos mismos de la Ciencia que no marcha. 

En cuanto a la segunda pregunta, si la respuesta no se les presenta tan inmediata a los lectores, bastará con que se coloquen, como la ficción científica les enseña desde pequeños, en la situación de un extraterrestre (pero que fuera extra- de verdad, no como esos que se van con una nave espacial a meter por un Agujero Negro, a fin de repetir allí las mismas tonterías que en su pueblo) que echase una mirada por encima a las urbes y desiertos del mundo progresado: nada más notable le chocaría que el que están plagadas de información, esto es, de signos visuales y auditivos, no agotados en un uso inmediato, ni tampoco ornamentales, sino dando a troche moche instrucciones y noticias: letreros de tráfico y comerciales, amén de pintadas personales, vehículos transportando cien marcas y cifras, y hasta peatones con camisa de letrero, completando los datos de la cartulina que llevan contra la piel, pantallas y altavoces emitiendo constantemente mensajes políticos, comerciales y culturales, señoras repitiéndoselos una a otra a las dos puntas de un cable telefónico, hojas impresas volando por doquiera cargadas de información, pitidos de guardias y guiños de semáforos, quilómetros de rayas luminosas para guía de aviones, centros escolares atestados de gráficos, mapas y chismes audiovisuales para guía de los niños; en fin, una cuantía de información que se come literalmente los muros, calles, pieles, aires, ojos.

 Pues bien, ¿cómo no poner enseguida en relación lo uno con lo otro? 

Vamos, para el cáncer, a seguir la imaginería más avanzada que para el funcionamiento del organismo la Ciencia nos ofrece. ¿Cuál es ella? Como por casualidad, consiste en aplicarle al cuerpo el mismo artilugio que rige el gobierno y tráfico del mundo: hay unos dispositivos informáticos en los centros cerebrales (más bien del cerebelo o cerebro primitivo, oculto bajo el superior: porque éstos son procesos de información secretos, que mejor que pasen desapercibidos para mí o mis facultades superiores), los cuales están constantemente transmitiendo a todos los órganos y regiones más alejadas del cuerpo humano, por medio mismo del flujo de la sangre, y por el código más sencillo, el binario o de SI/NO, como el de un ordenador cualquiera, mensajes o instrucciones de comportamiento, y a cada célula en especial instrucciones sobre los ritmos y maneras en que debe reproducirse.

 Pues bien, aceptada esa imaginería, tan verdadera para nuestra época como cualquiera otra para la suya, preguntémonos ahora en qué consiste el cáncer. Dentro de lo incierto y resbaladizo de lo que sabe de ese mal la Ciencia, una cosa parece clara y constante para los varios tipos que se comprenden bajo el nombre: a saber, que consiste en una proliferación desordenada de ciertas células del organismo.

 Buscando entonces la culpa donde se debe, es decir, en los centros de información, deduciremos que el mal viene de que se ha producido alguna alteración o confusión en alguno de los dispositivos informáticos del cerebro o sub-cerebro que estaban encargados de mantener el buen orden de los procesos reproductivos. 

Ya sólo nos falta renunciar a la convicción de que el cerebro elemental, en donde se sitúan esos mecanismos, esté absolutamente separado, esté inconexo con el cerebro superior, donde se asientan mis facultades superiores y el mecanismo de los procesos voluntarios y conscientes, entre ellos la ingestión y procesamiento de las informaciones que por vía consciente, y aun subliminar, se me transmiten; pues nada parece en principio oponerse a que se supongan conexiones entre los unos centros y los otros, y a que se investiguen con más precisión de lo que, a mi noticia, se ha venido haciendo. 

Porque, si esas conexiones se establecen, entonces parece que la causa del cáncer está clara: el exceso evidente de información a que la organización de nuestro mundo somete los centros superiores de cada uno de los individuos de sus masas, y sobre todo, la condición de inútil (esto es, no demandada por necesidad ni deseo y que no se emplea ni agota inmediatamente en algo a lo que servir) de la gran mayoría de esa información, es un hecho que debe producir algún trastorno y malfuncionamiento de esos centros; que eso no encuentre un cauce de repulsión ni de protesta, sino que, desapercibidamente, se acumule y asimile, es justamente la condición para que ese trastorno se contamine o repercuta en los centros informáticos inferiores, que así, alterados y confundidos en sus procesos propios, transmitan a las células de algún sitio instrucciones excesivas y malreguladas, que son las que se manifiestan como cáncer.

 Esto abre una clara vía para el estudio de biólogos y médicos. Ya la propuse el año pasado entre estudiantes de Medicina en Santiago de Compostela; pero, aunque hasta algún ilustre Profesor presente de Fisiología me hizo la gracia de no echar a broma el planteamiento, no parece que hasta ahora se haya hecho mucho caso de este posible modo de ataque de la cuestión y el mal. Por lo cual insisto. 

Que no es, al fin y al cabo, una investigación tan difícil, aun dentro del estilo de investigaciones de mero tanteo y estadísticas que se vienen haciendo sobre el cáncer: lo mismo que se investigan, por ejemplo, las relaciones con el consumo de tabaco, nada parece impedir que se calcule al menos la relación de la ingestión per cápita de información inútil (ya que el cómputo de BITS de información puede hacerse muy formalmente y hasta es fácil determinar criterios para separar la información redundante o no utilizada) con el cáncer. No sería seguramente más caro que las otras investigaciones millonarias que se hacen con tan escaso y dudoso resultado. 

Ésa es la vía de revelación de las causas ocultas y la vía, por ende, de salud que les propongo. ¿Que habría que contar con factores de predisposición y herencia, que explicaran que dos individuos sometidos al mismo flujo de información inútil no contraigan el cáncer igualmente? Por supuesto; pero eso pasa con cualesquiera causas de enfermedades que se propongan. 

¿Me advierten que, como es sabido, una cuarta parte de los cánceres más o menos se explican ya por intervención de virus? Ta ta tá: ahí tocan ustedes a la noción de 'virus' misma y con ella al replanteamiento de la noción de 'causa': una cuestión tan rica y apasionante que habrá que reservarle, si la salud en tanto no nos desfallece, otra entrada en este Rotativo.

jueves, 28 de agosto de 2014

SILENCIO Y SOSIEGO Por Carmen Martín Gaite



SILENCIO Y SOSIEGO 

Por Carmen Martín Gaite
30 de diciembre de 1963




Como rebelión al papel pasivo e inmanente que la historia ha venido asignado a la mujer, se asiste en nuestros días al espectáculo de una rebelión indiscriminada. Nadie, al menos que yo sepa, se ha parado a preguntarse por qué la mujer –dado que en otros tiempos no lo ha hecho por razones que se pretenden ver tan claras de sujeción al varón, etc...– no empieza a aprovechar ahora con cierto equilibrio esa    << l i b e r t a d >>    que se dice a todas horas estar conquistando.

La situación social de la mujer no es en sí misma inferior ni superior a la del varón. Muchas incomodidades y motivos de inquietud les son comunes como a todo ser nacido y dotado de conciencia. Más bien, hablando de un modo imparcial, puede decirse que para el libre ejercicio de las facultades de observación y experimentación de la realidad, tiene una mujer campo más propicio y podría alcanzar mayor sosiego.

Pero el decir esta palabra he nombrado un tabú naciente: precisamente contra ese sosiego, único camino cabal para el conocimiento, es contra el viejo ídolo que dispara su pólvora en ciega algarabía los insurrectos, y no se acercan una vez derribado sino para pisotearlo, sin verlo siquiera, igual que pasa en todas las revoluciones donde nada se salva ni se analiza, donde salvajemente se confunde y destruye todo lo que antes regía, sin separar lo idóneo de lo vicioso.

Y de esta forma como quiera que el sosiego, el silencio y el recogimiento –circunstancias como he dicho totalmente imprescindibles para cualquier atinado razonar– hayan venido siendo usadas por la mujer a lo largo de su desventurada historia como meros adornos refulgentes prendidos en su atavío, cofres sin abrir nunca bajo su tocador, se ha dado en confundir sosiego con inmanencia, la pasividad, la cerrilidad, la pereza mental y demás actitudes viciosas y descarriadas que han ido tarando su posible inteligencia, pero en las que el sosiego y el silencio han tenido una parte meramente accidental.

Ya en M a d a me B o b a r y asistimos a una reacción escalofriante de la protagonista. Nunca en mayor aberración y egoísmo ha venido a parar un deseo en su raíz noble de extender su vida, de hacerla menos mezquina. A un bovarismo desenfrenado están avocadas hoy la mayoría de las mujeres.

La falsa actividad engaña hoy a hombres y mujeres alentados por la propaganda, por la prisa de las ciudades, por los héroes del cine –triunfantes seres a imitar–, por el espejuelo del bienestar duradero, de estadios materiales a escalar, por la consecución del futuro.

Pero la diferencia entre hombre y mujeres actuales estriba en que ellos no estrenan nada. Siempre han ambicionado honor y gloria los varones, siempre han hecho ellos la guerra, han regido los estados, han inventado las constituciones, se han agitado por la consecución de lo que creían mejor. Cuando a la postre les parecía vanos o ilusorios sus afanes, de entre todos, unos pocos se apartaban a reflexionar sobre las contradicciones existentes, es decir elegían el silencio y el sosiego, que a las mujeres por no poderlo elegir, por sufrirlo como una condena desde la infancia, no les valía para nada. Ésta y no otra es la diferencia esencial.

Hoy la mujer que se dice <<e m a n c i p a d a>>, que estrena su libertad, está más lejos del sosiego que nunca. Tiene demasiado cerca la imagen de haberlo descastado como al peor enemigo y tardará mucho tiempo en pararse a pensar sobre este pretendido enemigo, embriagada como está por su primera victoria aún vacilante y poco afirmada de poder entrar y salir, de ser tenida en consideración, de agitarse , y hormiguear entre los varones, de hacer ruido como ellos. No sabe aún de lo que quiere hablar, se goza simplemente en poseer el derecho de hacerlo y todas sus energías las consume en seguirse rebelando cada día con mayor encono contra las trabas que aún encuentra para su total realización. Sin embargo pocas veces se pregunta dónde está ni en qué consiste esta realización.

En el centro queda (con peligro de ser ahogado para siempre) el problema de los hijos (¿por qué una mujer no contribuye de verdad a cambiar la petrificación de las costumbres?), de la convivencia (histerismo, reeducación), del no–egoísmo, del recuperado y elegido ensimismamiento.

La mujer emancipada rechaza y sufre la soledad más que nunca, perdida en la confusión de letreros que la circundan. Al aburrimiento de la mujer que hacía media ha sucedido la angustia de la soledad. No sabe combatir, sino en medio de algarabía y la alteración que todo lo confunden, esta angustia que le viene de un mundo que sabe puesto en crisis pero no tiene la lucidez de afrontar.

Porque la lucidez es fruto arrancado a la tiniebla a fuerza de silencio y sosiego. Y pocas mujeres todavía conocen el tesoro que se encerraba en aquellos cofres que les sirvieron antaño de adorno y que hoy han tirado sin abrirlos. Aún tendrá que pasar algún tiempo para que con la libertad recién estrenada lleguen a elegir y hagan suyo de verdad ese sosiego que les perteneció inertemente durante siglos y que por ignorar que no era la fuente de los males de ese mundo del cual han abjurado, rechazan sin discriminación
todavía.





(No tenía este hermoso texto níngun titulo. Yo me animé a éste, que parecía pedirlo. El cuadro es de Paul Gustave Fischer, que desagradecida de mí nunca añado el autor de estos hermosos cuadros,
 pero es porque en realidad les he mandado siempre para mi página de Pinteres adónde hago una recompilación de muchos autores. Salú!)  http://www.pinterest.com/carmenhbella/


¡COSAS DE FRANCESES! Miguel de Unamuno.

¡COSAS  DE   FRANCESES!
-Un cuento disparatado-




    Es cosa sabida que nuestros vecinos los franceses son incorregibles cuando en nosotros se ocupan, pues lo mismo es de ellos meterse a hablar de España que meter la pata.

    A las innumerables pruebas de este aserto añada el lector el siguiente cuento que da un francés por muy característico de las cosas de España, y que, traducido al pie de letra, dice así:

    Don Pérez era un hidalgo castellano dedicado en cuerpo y alma a la ciencia y a quién tenían por modestísimo sus compatriotas.

    Pasábase las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, enfrascado en el estudio de un importante problema de química, que para provecho y gloria de su España con honra había que conducirle al descubrimiento de un nuevo explosivo que dejara inservibles cuantos hasta hoy se han inventado.
    El lector que se figure que nuestro Don Pérez no salía del laboratorio manipulando en él retortas, alambiques, reactivos, crisoles, y precipitados dará muestras de no conocer las cosas de España.
Un hidalgo Español no puede descender a manejos de droguería y entender de tan rastrero modo la excelsitud de la ciencia, que por algo ha sido España plantel de teólogos.
    Don Pérez se pasaba las horas muertas, como dicen los españoles, delante de un encerado devanándose los sesos y trazando fórmulas y más fórmulas para dar con al deseada. De ningún modo quería manchar sus investigaciones con las impurezas de la realidad; recordaba el paso aquel en que los villanos galeotes apedrearon a Don Quijote y no quería que hicieran lo mismo con él los hechos. Dejaba a los Sancho Panzas de la ciencia el mandil y el laboratorio, reservándose la exploración de la cima de Montesinos.

     Quede el proceder por tanteos para los que viven en tinieblas y no han nacido, como la inmensa mayoría de los españoles, en posesión de la verdad absoluta o la han dejado perder por su soberbia.

     Al cabo de tanta brega dio don Pérez con la deseada fórmula, y el día en que ésta se hizo pública fue el regocijo para toda España. Hubo colgaduras, cohetes, y gigantones y sobre todo combates de toros. Las charangas alegraban las calles de las ciudades tocando el himno de Riego.

     Las Cortes decretaron coronar de laurel en el Capitolio de Madrid a don Pérez, así que hiciera volar el Peñón de Gibraltar con todos sus ingleses, o cuando menos la gran montaña del Retiro, de Madrid.

     Adornando las paredes de zapaterías y barberías de los pueblos y en no pocos hogares aparecía entre números de La Lidia, el retrato de don Pérez, junto al de Ruiz Zorrilla unas veces y al de el pretendiente don Carlos otras. A un nuevo aguardiente anisado le bautizaron con el nombre de “Anisado explosivo Pérez”.

      No faltaron, sin embargo, Sanchos y socarrones bachilleres que trataban de echar jarros de agua fría al popular entusiasmo; pero desde que aparecieron en los periódicos escritos del eminente geómetra don López y del no menos eminente teólogo don Rodríguez, rompieron lanzas a favor del nuevo explosivo Pérez, los descontentos se redujeron al silencio público y a la lima sorda.

Llegó el día de la prueba. Todo estaba dispuesto para hacer volar una colinilla, situada en las llanuras de la Mancha,  y no faltaron animosos creyentes que se comprometieron a dar fuego a la mecha en compañía de don Pérez.

Cuando la mecha empezó a arder, estalló un formidable “-¡Olé!, ¡olé!...”, de la multitud, que desde lejos contemplaban la prueba y algunos palidecieron.

     Y cuando el fuego llegó al explosivo se oyó un ruido semejante a un trueno, se levantó una gran polvareda, y al disiparse ésta apareció la figura de don Pérez radiante de esplendor. La multitud le aclamó frenética, dio vivas a su madre y a su gracia, y le llevaron en brazos como sacan a don Frascuelo de la plaza cuando mata a un toro según las reglas de la metafísica tauromáquica. Y por todas partes no se oía más que: ¡Olé! ¡Viva España con honra!

Los periódicos hicieron su agosto.

     Unos aseguraban que el cerro se había hecho polvo, otros mostraban cicatrices que recibieron de los pedazos en que se deshizo; pero algunos días después se aseguraba que unos pastores habían visto el cerro en el mismo lugar que antes, y cuando se confirmó esta noticia se levantó esa gran polvareda de indignación popular.

    Era imposible el caso; el cerro tenía que haber volado, porque eran infalibles las fórmulas del encerado de don Pérez.

    Era una mano aleve que había mojado el explosivo, la mano del un maligno encantador de don Pérez y envidioso de su fama.

    Este encantador, sucediendo el caso en España, ya se sabe cuál tenía que ser: el Gobierno.

    La opinión pública se pronunció contra éste en los cafés y las tertulias, y los periódicos hicieron resaltar la desatentada conducta  del maligno encantador que se empeñaba en vivir divorciado de la opinión pública, tan perita en Química como es en España, sobre todo después de ilustrada por el eminente geómetra don López y no el no menos teólogo don Rodríguez.

    En aquella campaña se recordó a Colón, a Cisneros, a Miguel Servet, a los tercios de Flandes, el Salado, Lepanto, Otumba, y Wad-Ras, los teólogos de Trento y el valor de la infantería española, que con él hizo vana la ciencia del gran capitán del siglo. Con tal motivo se insistió una vez más en la falta de patriotismo de aquellos que no querían más que lo extranjero, habiendo mejor en casa, y se recordó al pobre don Fernández, cuyos libros en España  tenían que tomarlos las corporaciones mientras eran traducidos a todos los idiomas cultos incluidos el japonés y bajo bretón.

    El pobre don Pérez, perseguido por malandrines, trató de vindicar la honra de España, y como se proponía demostrar la eficacia del explosivo, con el que había de volar hasta Gibraltar y desenmascarar al Gobierno, le presentaron candidato a la Diputación a Cortes. Las Cortes son la academia en que se reúnen a discutir todos los sabios de España, asamblea que, siguiendo las gloriosas tradiciones de los Concilios de Toledo, hace a pluma y a pelo, ya de Congreso político, ya de Concilio, en que se dilucidan problemas teológicos, como sucedió allá por el 69.

    En cuanto los administradores de don Pérez presentaron su candidatura, el inminente toreador don Señorito, viviente ejemplo del consorcio de las armas con las letras, sintió arde su sangre, y al salir de un combate de toros en que arrebató al público estoqueando seis colombinos con la más castiza filosofía, se fue a un mitin y volvió a arrebatarle con un discurso en favor de la candidatura de don Pérez.
    Solo en la pintoresca España se ven cosas semejantes.  Después de brindar por la patria, desplegó don Señorito el trapo, dio un pase a España con honra, otro de pecho a Gibraltar y sus ingleses, uno de mérito a don Pérez, sostuvo una lucidísima brega, aunque algo bailada, acerca de la importancia y carácter de la química, y, por fin, remató la suerte dando al Gobierno una estocada hasta los gavilanes.
   El público gritó ¡olé tu salero!, y pedía que dieran al tribuno la oreja del bicho, uniendo en sus vítores los nombres de don Pérez y de don Señorito.
    Allí estaba también el gran organizador de las ovaciones, el Barnum español, el popularísimo empresario don Carrascal, que se proponía llevar en una   t o u r n é e    por España al sabio don Pérez, como se había llevado ya al gran poeta nacional.
    El buen don Pérez se dejaba hacer, traído y llevado por sus admiradores, sin saber en qué había de acabar todo aquello.
    Pero ni la elocuencia tribunicia del toreador don Señorito, ni la actividad del popularísimo don Carrascal, ni la protección del gran político don Encinas, movieron al gobierno español, que siguió comiendo el turrón a dos carillos, y sordo a las voces del pueblo, según es su costumbre.

    ¡Y todavía sigue en pie el Peñón de Gibraltar con sus ingleses!

     Convengamos en que solo un francés es capaz, después de ensartar tal cúmulo de disparates, sobre todo el de presentarnos a un torero de tribuno a favor de la candidatura a diputado de un sabio, solo un francés, decimos, es capaz de dar tal cuento por característico de las cosas de España. ¡Cosas de franceses!

      Pero, señor, ¿cuándo aprenderán a conocernos nuestros vecinos,  por lo menos tanto como nosotros nos conocemos?




(Un cuento muy verídico, si es que quedan pocas diferencias entre  la literatura y la vida real. Así pues, Don Pérez fue Isaac Peral, http://es.wikipedia.org/wiki/Isaac_Peral
y don López fue José de Echegaray, http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_de_Echegaray y hasta  el torero era Luis Mazzantini. Y más real fue la foto de este Submarino Peral torpedero que hace las veces de la bomba explosiva en el cuento y su inventor Don Pérez en este cuento de don  Miguel de  Unamuno. Y más y más y más aún, los franceses...

Un cuento que nos trae recuerdos y sones de otra época, que no es tan otra época, y lo más importante, es que al contarse puede sentirse  "la cara de la eternidad” que nunca cambia: la problemática, ahora, de cualesquier Gobierno en cualquier época, no como cuento sublimado, como hace la Historia, sino como parodia o descreencia siempreviva y necesaria, aquí y ahora.  Con la diferencia solo de que la algarabía de la gente en la calle se ha sustituido hoy por la algarabía de la necesidad de saber y estar al tanto de las noticias que Dios, o lo que es lo mismo, la Información, reparte a través de los medios de Comunicación de Masas; y los caballeros y militares y sus larguísimos submarinos hoy  recuerdan a cualesquiera edificios altísimos y a sus más altísimos grandes movimientos empresariales o de Dinero. Poco ha cambiado y tiene su gracia entender el cuento, no como algo acontecido hace mil años o a modo de información de la Historia, sino como algo de ayer mismo, sobre todo para que no les aburra, acostumbrados como estarán a sentir la importancia de sus vidas y de sus grandes curiosidades sobre los nuevos Nombres Propios que puedan darse ahora tanto en política como en Ciencia y en cualquiera  de sus publicaciones formativas científicas o filosóficas. Sí. Sí. Con todo eso con lo que les tienen a ustedes tan entretenidos).


Del Libro "Cuadernos de Todo", de Carmen Martín Gaite






Del Libro "Cuadernos de Todo", de Carmen Martín Gaite, que me anda acompañando en las olas serenas de este verano. Espero y gusten del mismo placer de estas lecturas...Salú! 



La casa como tiranía. 



La casa como nido. La casa supongo que en un principio sería funcional, sitio dónde recogerse. Pero nadie ve la posibilidad de rehabilitarla como tal refugio del frío, de la intemperie y basta. ¿Porqué se debe fidelidad a la casa como un santuario? “Ahora tienes ganas de irte de casa” , le reprochaban las mujeres a sus maridos. Y es por el simple pecado de abjurar de la casa como religión. Les obliga a ser hipócritas, a esconder esta legítima apetencia de todo hombre a salir y relacionarse. No hay ningún hombre en quien se haya muerto del todo, pero abjuran de ella, la esconden, tratan de justificarla suciamente, con razones falsas. Pocas veces se pide al familiar que permanezca en casa por razones positivas –una conversación, un quehacer- sino para encanallecerle en la pura inmanencia, para abortar en él todo balbuceante deseo de relación (desmayado por la falta de uso, casi agonizante.)



Las relaciones públicas.


¡Claro que le gusta a un hombre irse al café! A toda persona le gusta estar con personas, fuera, al aire, en terreno neutral. La tertulia.

Y todo el remedio que se les ocurre a las mujeres que se dicen más inteligentes es convertir estas relaciones públicas en privadas, privatizar más, al servicio de lo único que le interesa: cortar juego, encerrar. Algunas se engañan y creen estar siendo generosas. Creen que todo consiste en la cantidad. A una casa dónde viene cincuenta amigos, ¿Cómo se la va a llamar mezquina, cerrada? Pero la cuestión está en para qué vienen esos cincuenta amigos. Si la razón primera es la de evitar que el otro se relacione directamente, sin una mediatización o fiscalización, ¡valiente generosidad! Es agrandar la jaula, hacerla de oro, adornarla y reafirmarla  cada vez más en su carácter de jaula: consagrarse, pues, definitivamente a la vida privada e íntima, a la vida en jaula. Esos amigos acaban siendo propios, se ejerce sobre ellos el mismo derecho de propiedad –en otro grado- que sobre las personas de la familia. Deja de existir una posible relación, porque se les acerca, se le hace cosa privada, se le familiariza. Y la falta de distancia –la justa para ver más que su letrero y otras cuantas particularidades personales: sus piernas, si nariz- convierte también en cosa a esa persona, en instrumento guardado en la vaina, podado de su peligrosidad, de su palabra.

Las mujeres, como los padres, casi nunca dan gratis. Llevan su mira, más o menos inconscientemente: la de cobrarse más tarde o más temprano. Al libre hay que traerlo a vereda, meterlo en cintura, encerrarlo, y para esto se emplean los métodos más maquiaveélicos y refinados que quepa imaginar. Se arma el tinglado más aparatado de pregonada generosidad. Pero el tema sigue siendo: Traer al hombre a casa, o salir con él, pero mientras no haya interés, ¿para qué? No se podrá fingir tal compañía.

Acabo de ver una obra de teatro repugnante: La bella malmaridada que llena a diario el teatro María Guerrero. Casi toda la gente sale compadeciendo a la pobre imbécil de Lisbella y enalteciendo su resignación ejemplar. Al caer el telón parece que se ha logrado algo (al menos momentáneamente) porque se a logrado cerrar de nuevo al marido en casa. En el caso de Lope –que no veía otro problema más allá de las relaciones sexuales- los motivos del marido para salir eran tan mezquinos que no voy a defenderlos; pero una mujer como ésa, que nos presenta Lope como ideal, hartaría a golpes de <<dueño mío>> al más recoleto varón. ¿Qué vanidad masculina no va surgir ante tan rendido vasallaje y permanente incienso?

No sé qué idea ha movido a la dirección del María Herrero a poner en escena una obra así. Supongo que pretende demostrar el avance que se ha producido con los años, pero todas las mujeres del teatro se solidarizaban más o menos con la repugnante Lisbella, que era ella misma la merecedora de trato tan indigno.

Para mi modo de ver no han cambiado tanto las cosas y la risa irónica no procede, más bien la melancolía. Porque ha sido solamente el aspecto de la cuestión lo que ha variado. Es decir han variado las técnicas usadas para encerrar al marido en casa; pero persiste idéntico deseo, en el que coinciden un noventa y cinco por ciento de las mujeres <<enamoradas>> de un marido. Colgadas, cachipegadas, inseguras de sí. Que no se vaya, que vuelva, Dios bendito. Lisbella salía a buscarle. Las de ahora salen con él. Lisbella rezaba. Las de ahora arman fiestas en casa, preparan –llegado un caso extremo- programas de celos. Pero mientras el interés siga centrado en la propia relación, no se ha dado ni un solo paso adelante.

Y son diez minutos. Dar noticia de los asuntos cotidianos –incluidas consultas, ayudas, etc.- puede llegar a una o dos horas. Luego hay que inventar cosas, escenas, gestos que justifiquen la salida en común, ya que no hay una relación activa, verdadera, que justifica esa compañía.

Las mujeres que salen al café y bostezan se llevan la casa a cuestas, la cama a cuestas, la están esgrimiendo como en esa nubecilla de los tebeos cada vez que le miran, que suspiran, que le dicen <<yo tengo sueño>>, no dejan al hombre libre, independiente. No le dejan su tiempo, el ciclo de tiempo propio que le pida su lectura, su quehacer o su conversación. Llaman continuamente la atención sobre su mísera, insegura persona.

Se me dirá: <<Es que el hombre que quiere estar libre, que se quede soltero>> . Así se contesta con la inercia, la cerrazón de quien no quiere contribuir a arreglar nada. ¿Por qué se va a quedar soltero si quiere mujer, y ella hombre? ¿Por qué no se le va a dar sin condiciones lo que se le da lleno de peros, que son para él un continuo criadero de remordimiento? <<Es que si a un hombre se le deja solo en un mundo cuajado de peligros...>> Y yo digo ¡mentira! Un hombre acaba yendo siempre a donde quiere. Y el incentivo de lo prohibido le hará ver con un espejismo de verdad esa mezquinas evasiones sexuales, que en la mayoría de los casos podrían no existir si se les permitiera un completo desarrollo intelectual. Las mujeres tienen celos de todo lo que no son ellas y su casa. Eso es lo grave. De todo lo que es relación pública, posibilidad de libertad.

¿Quién ha dicho que una mujer sólo tenga celos de otra mujer? Tienen tantos y aun más de los amigos, de los libros, de todo lo que al hombre le llama a una salida al ancho mundo de la comunicación con los otros.