jueves, 6 de marzo de 2014

ABRAZANDO A LAS DRÍADES





Registro de recuerdos. 2 (19/7/00)


¿Qué querrá decirme este fleco de vida, que me lleva en volandas, como una onda de aire o de agua mansa, y también con ese punto dulcinegro en el centro? Era por la orilla de acá del Duero, y veníamos la cuadrilla de los muchachos (yo también entre ellos, claro, aunque ahora no me veo), veníamos de las islas de río arriba, entre marchando y danzando, por el senderillo medio ahogado de juncos y malezas del estío, y traemos, medio desnudos, sudorosos (no puedo contar si 9 o 10 o alguno más), traemos tremolando por lo alto, al cielo que vira de tarde a noche entre las ramas, algunos de nosotros los huesos del cordero que nos hemos merendado, asado, escurriendo de sebo, a muerdos de grandes dientes, en la isla, otros las garrafas vacías del vino que hemos trasegado, y que, al golpeteo de palos o herramientas, venimos o gritando o cantando a descompás, y veo a uno por el medio, paticorto, fornido (¿Eduardo es?) ¿Va a ser el mismo que 20 años más tarde nos acogía en su alto despacho de Correos, cuando andábamos por la Cibeles huyendo de policías? ¿El mismo que no está ahora en ningún sitio? Pero no importa), que va voceando ''¡vamos a fecundar la tierra! ¡vamos a...!'', y algunos por allá nos abrazamos a los árboles que nos salen al paso (chicas o mujeres parece que están ausentes todas, ¡y tanto!), y nos restregamos con la corteza áspera de un olmo, y mordisqueamos la más lisa de un álamo o chopo, en una rabia de amor desesperado y dulce. ¿Qué me quiere decir este sueño de la vida que me revive ahora? ¿Me quiere hacer sentir, ahora, al cabo de tantos años a cuestas, la fuerza y juventud aquella de los brazos y bocas, para darme envidia y que las eche de menos y me lamente de la pérdida? No, seguro que eso no: ¿cómo va a querer que lamente la pérdida de lo que no es mío ni lo fué nunca? ¿Voy a tener envidia de esa rosa con su gota de rocío entre los labios?, ¿de las amapolas por los campos de Mayo derrochándose a millones? ¿O si será un sueño amañado por acólitos de Dionisio, para que reconozca, descreído de mí, las glorias juveniles del vino? Pero ¡bah, qué tontería!: embriaguez gloriosa de veras no es aquella que recuerdo: es ésta, esta embriaguez que me arrebata ahora al recordarla. Quizá deba fijarme más en ese voceo fanfarrón de ''¡vamos a fecundar la tierra!'': ¿sería acaso como en aquel rito antiguo del hierós gámos que leíamos, cuando en el campo recién arado el oficiante se arrojaba a la tierra, y se la hincaba entre las negras glebas? Otro sueño, éste de los antiguos olvidados, que viene a llevarme entre sus ondas ahora, que, rebullendo de la Historia muerta, se me vuelve recuerdo vivo. Ellos tenían en sus encinares y bosques y sotos a las dríades, las hadas o genios hembras de los árboles, que vivían de su leño, de su savia, de sus hojas; o más aún, las que llamaban hamadríades, diosecillas tan amables como salvajes, de sentido común maravilloso, que, dejándose de inmortalidad y los líos lógicos que ella trae consigo, vivían sencillamente la vida del árbol que les tocara: duraban los años o siglos o milenios que él durara en vida, y de la muerte de su árbol moría ella. ¿Era para revolverme del polvo de los papeles esas gracias para lo que vino ese recuerdo a rozarme las sienes con su onda fluvial y su negro cabozo? ¡Como si los recuerdos vinieran para algo y tuvieran un propósito: Tal vez sólo ha sido porque estuve estos días hablando mucho del agua, de lo buena que es ella, y su corriente la contraria a la corriente del dinero, y que por eso es ella la mejor del mundo; y, de tanto hablar del agua, la lengua se me había quedado algo seca; y la sed es un buen manantial de sueños de agua, de recuerdos vivos de la vida muerta.


¿Agustín García Calvo?

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