jueves, 6 de marzo de 2014

CAZÁNDOSE Y CASÁNDOSE









Del Libro ‘De mujeres y de hombres’.
¿Agustín García Calvo? 12 Mayo '99



Suelo rehuir eso de hacer jueguecitos de palabras (como si la coincidencia combinatoria de fonemas tuviese algo que ver con la relación entre significados), así que me fastidia que ése del título (que a mis amigos andaluces, encima, se les va a quedar reducido a un juego de ojos y de letras) se me haya impuesto tan tozudamente que no he sabido ya cómo desenredarme de él. Paciencia.



Pero a lo que íbamos: esa famosa Guerra de los Sexos, que parece regir la Historia toda del Hombre y sus mujeres, o por lo menos enhebrarla de cabo a rabo, y que, según lo que decíamos el otro día, sólo funciona tan divertida- y funestamente como funciona gracias a la confusión, a las ideas que los unos y las otras se hacen (se les dan hechas) acerca del amor y la relación entre uno y otro Sexo, tal vez a alguno se le ocurra que esa guerra es natural (ésa es justamente una idea, de las más falsas y dañinas, la idea de 'naturaleza' en estos micos rabones, monas pelonas, criaturas contranaturales), tan natural como la oposición entre 'cóncavo' y 'convexo': los unos tienen una protuberancia, las otras un agujero, y en consecuencia, todo se reduce a esa asimetría y complementariedad: los unos a metérsela, las otras a que se la metan. Y eso es, por supuesto, tan falso como simple; pero, en cuanto idea, ilusión, pretesto, funciona lo suyo y sirve para el engaño, cada vez que alguno, y hasta quizás alguna, trata de hallar la esplicación última de la guerra, de los avatares del Sexo y el Amor o de sus tragedias.

Es, ciertamente, un trampantojo, como todas las ideas de 'naturaleza humana'; pero por eso mismo importa dejar al descubierto su falsedad. La diferencia y contraposición de las ansias sexuales o amorosas de uno y otro sexo es bien real, pero es real al servicio del Creador de la Realidad, llámesele Dios o Sociedad Humana o Economía o Ley: ¿qué es eso de metérsela a una o a unas cuantas?: está claro que es poseerlas, hacerlas mujer de uno; puede compararse, desde luego, con la caza, que, al hincar en la bestia la flecha o la bala que el cazador emite, la convierte en una pieza cobrada y suya, pero más de cerca aún, con la práctica de señalar, plantando los mojoncitos correspondientes, el territorio y la posesión de uno, o con la de marcar con el hierro candente las reses que son ganado, hacienda, propiedad de uno: el cachirulo señalador de la conquista es al mismo tiempo el representante de uno (no va uno a meterse entero) como posesor (donde lo hinco, eso es mío), y testimonio de la potencia de uno, que es su propio ser y realidad, como hijo y siervo del Poder que es uno.

Y, del otro lado, ¿qué quiere decir (pues no hay cosa entre los hombres que esté libre de significado) el ansia complementaria de que a una se la metan? Es, desde luego, lo primero, un signo de rendición: reconocimiento de la condición de sometida y poseída (no ya cosa, sino dinero) que una tiene desde antes de nacer, desde el comienzo de la Historia; pero es, al mismo tiempo, por debajo y por medio de esa ficción de sumisión y entrega, la táctica propia de las orquídeas atrapamoscas y de los agujeros en general: no tanto que la llenen a una (bien se sabe lo poco que puede llenar o satisfacer esa protuberancia: no más que a la gran araña que después del coito atrapa y devora al minúsculo macho puede éste servirle de alimento), pero sí que, al recibir en sí al representante del Poder, también ella gana, a cambio de su sometimiento, su parte de poder como Señora y Madre. Cuando él la hace suya, ella lo hace suyo, y así lo mete en casa, y así se casan, en esa ceremonia de la confusión, insufrible fingimiento de simetría y correspondencia, que la Historia y el Poder, con sus órganos de embuste y propaganda, han consagrado.

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