Eduard León López
DE CUERPO PRESENTE
Agustín García Calvo
Esto
que ha dicho en alabanza inmerecida de mi Pilar Pedraza tal vez pueda
interpretarse de otra manera: tengo la costumbre de que cuando me mandan hablar
de algo, pues lo que hago es que hablo de eso, y esto es una cosa inusitada. Me
he dado cuenta de que eso no sucede nunca, sino que lo normal es que la gente
cuando se pone a hablar de algo pues se ponga a hablar de la literatura acerca
de la cuestión, de la filosofía anterior acerca de la cuestión, de tal forma
que se evita cuidadosamente el peligro de llegar nunca a tocar el asunto mismo.
Entonces, bueno, pues tal vez esto sí que es una costumbre que pueda reconocer
como mía, y cuando bajo este título un poco superferolítico que liga el cuerpo
con la posmodernidad se me ha mandado hablar de algo, pues me he decidido a
hablar verdaderamente de eso, y el título que le he puesto a la intervención
“De cuerpo presente”, como veis, tiene motivaciones: no sólo una, más de una
motivación.
Lo primero que quiero hacer costar con la claridad
que me sea dado es cómo eso del cuerpo, la presencia del cuerpo, es una
derivación de la previa aparición del alma, de una u otra manera. De tal forma
que sin esta previa aparición del alma, de ninguna manera podría haberse desarrollado una cosa como ‘el
cuerpo’, que hoy tanta importancia tiene entre nosotros en la posmodernidad o
en la contemporaneidad y que tanta ha tenido a lo largo de toda la historia. La
historia en verdad es una cosa bastante corta, a penas tiene 7000 u 8000 años
desde que tenemos algún registro escrito, si lo comparamos con todo aquello a lo que los historiadores mismos
aluden como ‘prehistoria’, donde esos 7 o 8000 años se pierden casi como en una
infinidad, esos por lo menos 500.000 años desde que se habla en este mundo. Al
lado de eso la Historia es corta y los escritos que caracterizan a la Historia
nos permiten, si queremos, recordarla bastante bien, tener una memoria fresca
de cómo es eso de la creación del cuerpo, a consecuencia y por derivación de la
creación del Alma.
Me voy a limitar a recordároslo con respecto a
Homero, que es lo que estos días me traigo más entre manos (estos meses)
tratando de rematar una especie de versión rítmica de la Iliada, de nuestro
arranque de toda literatura. Pues bien, allí no está el cuerpo ciertamente. Y
que coste que Homero ya, dentro de esos 7 o 8000 años es una cosa muy avanzada,
es casi ayer: pues todavía no está el cuerpo. Hay palabras que os voy a
recordar, que alguno tendría la tentación de traducir así. Hay una palabra como
‘démas’
que quiere decir algo así como “trazo” o la traza de una persona, y hay
palabras como ‘chrōs’
y otras derivadas que quieren decir algo como el color, la color y por tanto la
piel, y que muchas veces parece que tenemos, la una como la otra, que traducir
por ‘cuerpo’, pero indebidamente, porque no son más que eso. La palabra ‘sōma’,
que es la que habría de tener más éxito, esa prácticamente no aparece en los
poemas homéricos, y desde luego tampoco tiene el sentido del cuerpo humano ni
mucho menos. ‘Sōma’ es en todo caso
algo parecido a cuerpo o a masa de una cosa cualquiera, viva o no viva, tal
como nosotros decimos “cuerpo” hablando de que el papel tiene mucho cuerpo y
cosas así. Es esta palabra, por cierto, aquella con la que mucho más tarde los
filosofantes hicieron el juego de palabras que seguramente habréis oído alguna
vez. Era hacerle jugar con la palabra ‘sēma’,
que quiere decir en general ‘signo’, pero en concreto también ‘monumento sepulcral’, ‘estela’, ‘muerto’, cosa que para
mi propósito tiene mucho que ver. No es que tengan nada que ver las dos
palabras de verdad, históricamente: es un juego de palabras de los
filosofantes. Podía haberlo hecho el profesor Lacan en nuestros días de una
manera muy parecida. En cambio, aparecen las almas como algo en principio que
se contrapone a lo que nosotros diríamos “la persona”, “el sujeto”. Esto es un poco difícil de entender porque
el curso de la historia ha hecho que para nosotros el alma haya tenido que
evolucionar en el sentido de venir a ser “el Yo”, “el sujeto”. Por tanto, es
muy sorprendente encontrar que la Iliada justamente empieza diciendo eso:
“… y a muchas [hablando de la ira de Aquiles] almas valientes de semidioses las
mandó al Hades … y a ellos los dejó para presa o cebo de todos los
perros y los pájaros” Esto nada más abrirse la Iliada. De manera que apenas se
puede encontrar un lugar mejor para notar la ausencia de esta cosa que nosotros
llamamos ‘cuerpo’. Está claro que las almas, psychás / psyché,
están inventadas antes, pero inventadas justamente como ahí, como almas que se
van al otro mundo, generalmente concebido como sombrío y subterráneo. A veces
en el trance de ir para allá (las conduce Hermés
psychopompós, Hermes conductor-de-almas) y por tanto está claro lo que os
quería decir: las primeras almas que aparecen son, como es razón, las de los
muertos. Son, como dice nuestra gente, las “ánimas de difuntos”, y son estas
almas de muertos que aparecen las que evidentemente van a condicionar, ya desde
antes de Homero, aunque en Homero apenas todavía aparece, la creación de eso a
lo que nosotros llamamos por contraste ‘cuerpo’, que empezará como es natural
siendo cuerpo en el sentido de cadáver igualmente. Hay palabras para ‘cadaver’
en Homero: hay nekús y hay nekrós, pero muchas veces eso es lo
único que podríamos traducir por ‘cuerpo’ en el sentido en que nosotros lo
empleamos: “el campo de batalla estaba cubierto de cuerpos”, y ya se sabe qué
cuerpos. Los cuerpos de los muertos, que
surgen por contraste con esas psuchaí, con
esas creaciones de las “ánimas de difuntos”, son cuerpos en el sentido al que
también la locución que he tomado para mi título alude, de una manera muy
curiosa: “De cuerpo presente”, como si se quisiera hacer costar que es esa la
situación (la de la muerte) en que por fin, con certidumbre, el cuerpo se ha
hecho presente, ha aparecido. Como si se hubiera renunciado a todas las
demás fantasías de los cuerpos vivos y la locución popular reconociera ahí, por
fin, la presencia del cuerpo. Fielmente, según os iba exponiendo, a los
orígenes.
Por supuesto que de Homero para acá la historia ha
ido muy deprisa y además en general cada vez más deprisa y ya en el mundo
antiguo todos los horrores que hoy voy a someter a crítica ya estaban bastante
desarrollados. Entre los romanos y griegos del Imperio, entre los Santos Padres
de la Iglesia ya había aparecido todo aquello de “el cuerpo” de los vivos, pero
tomado como decía el filosofante, como séma,
como tumba para esa cosa, para ellos viva y sumamente apreciable que era el
espíritu o el alma o como se le quisiera llamar. Se le insultaba también
llamándola sárx, ‘carne’ (sárx, en griego, caro-carnis, en latín), y con estos nombres que inevitablemente
recuerdan a la carnicería y al degüello de los animales, los Padres cristianos
en especial se complacían en hacernos bien patente la evidencia de que ya el
cuerpo se había creado y desarrollado y, al mismo tiempo, que se le condenaba,
evidentemente, porque entre tanto el alma había pasado de ser aquella alma de
difuntos a ser el verdadero principio de la vida, la espiritualidad, y, en
definitiva, la salvación eterna. Todo ello de una manera sumamente lógica (esta
lógica me hubiera gustado tener más tiempo para seguirla paso a paso, pero os
la tengo que dar así, a grandes trazos, y si después queréis que se vuelva en
el coloquio sobre alguno de estos pasos, ya me lo diréis).
Tenéis que reconocer las enormes ventajas de un
cuerpo muerto, de un cuerpo de cuerpo presente, enormes ventajas para tratarlo,
para, incluso, denominarlo. Fijaos bien que, si no, un cuerpo vivo es una cosa
fugitiva, huidiza, que se escurre entre los dedos, que incluso puede llegar a
la desfachatez de cambiar de nombre: ¿por qué no? Puede cambiarse de identidad.
No es un caso demasiado estraño en la historia de nuestro mundo: el cuerpo ha
cambiado de identidad. Hay muchos malhechores especialistas en cambiar de
nombre. Se supone que su cuerpo sigue por debajo fluctuando, mientras va
sometiéndose a estos cambios de identidad. En definitiva es algo sospechoso,
poco de fiar, algo que está dispuesto a escapársenos y a no podérsele tratar,
denominar con seriedad, manejar desde arriba. ‘Desde arriba’, que, como veréis
a lo largo de toda esta exposición, quiere decir lo mismo: el alma (para
decirlo con el nombre viejo. “El yo”, por decirlo con uno más moderno), las
altas regiones de la espiritualidad, que al mismo tiempo quiere decir también
esas mismas altas regiones en lo público, es decir, el Estado y el Capital.
Difícilmente podrían tratar con otra cosa que no fueran cuerpos muertos.
No tiene por tanto nada que estrañarnos que en
esta dialéctica todo el intento sea que los cuerpos vivos, fugitivos,
inasibles, sospechosos, se parezcan por lo menos todo lo posible a cuerpos “de
cuerpo presente”, a cuerpos muertos, y la mayor parte de los horrores que hoy
os voy a sacar a luz, os voy a rememorar, pues vienen a ser muestras de este
proceso de administración de muerte que nos caracteriza.
Un cuerpo vivo es sobre todo un cuerpo que no es
de nadie (ya he aludido incluso a cómo puede cambiar de nombre). Es un cuerpo
que no es de nadie, que no está sujeto a la ley de la propiedad, que no tiene,
por tanto, un estatuto jurídico determinado. ¿Por dónde se agarra eso entonces?
He ahí la gran dificultad y el gran peligro. Es preciso que el cuerpo, para
podérsele manejar desde arriba, sea de alguien, esté sujeto a la propiedad,
cumpla las condiciones de un verdadero estatuto jurídico. ¿Qué os estoy
diciendo? Pues una cosa que en muchos otros sitios comprobamos: que la natura secunda de los escolásticos se ha
convertido en la natura prima. No hay
otra. La naturaleza segunda, es decir, la jurídica, la legal, la fundada en la
relación de propiedad, en el “de quién”, se ha convertido en la verdadera
naturaleza. Y lo otro que pudiera haber por debajo, la natura prima, aquello a lo que la prehistoria o el paraíso aluden
de diversos modos, eso ha quedado reducido a un mero pretesto para la verdadera
naturaleza dominante, que es la jurídica, la legal, la que era secunda y se ha hecho prima.
De los horrores que comporta la sujeción del
cuerpo a la propiedad no voy a daros más que dos recordatorios, aparentemente
muy separados, pero que espero que dentro de la rapidez de esto se pueda ver
cómo están enlazados. Uno es en nuestros tiempos mismos (a lo mejor son “la
posmodernidad”. Yo nunca he sabido qué diablos es eso, se manera que a lo mejor
estos tiempos que no son tiempo ninguno en los que os estoy hablando son la
posmodernidad. Vaya usté a saber). En nuestros tiempos mismos se oye mucho a
las mujeres, y muchas veces a las más ilustradas y revolucionarias proclamar:
“soy dueña de mi cuerpo”, o “yo con mi cuerpo hago lo que quiero”. Uno se
queda, más que perplejo, triste. Profundamente triste, ya que, evidentemente,
cuando estas barbaridades se dicen, pero se dicen con tristeza y pesadumbre,
todavía pasa, pero cuando se dicen con alegría y con tono revolucionario,
entonces, verdaderamente uno se hunde en la desesperación más profunda. Se
proclama la sujeción de eso que podía quedar vivo, justamente al Alma o el Yo o
la Persona, que, claro, a las mujeres, el sexo dominado a lo largo de la
Historia, en la mayor parte de los casos, no se les ha ocurrido mejor camino
que imitar al sexo dominante, a los hombres, y llegar a tener una personalidad,
y, claro, desde el momento en que ellas ya tienen una personalidad, que tienen
un alma, que algunos rigurosos poderes de algunas iglesias de otros tiempos les
negaban… pues… ¡pobre cuerpo! Se acabó. Entonces, es mío; hago con él lo que
quiero, es decir, lo declaro sometido a las potencias, a las facultades superiores, que es lo mismo –os recuerdo-
que sometido a las potencias superiores públicas, al Capital y al Estado. No
hay diferencia alguna. Se le declara sometido a esto, y en este honor de tener
un cuerpo, de que el cuerpo sea mío, es donde teneís que ver la esencia de todo
lo que estoy denunciando. La enorme cantidad de putadas que con ese pretesto,
con ese fundamento jurídico se le hacen al cuerpo, serían una lista de nunca
acabar. Todos las conocéis más o menos: como el cuerpo es mío, por ejemplo,
puedo, ahora que llega el verano, puedo si me da la gana torrefactarlo en una
playa. Es mío. ¿Quién me lo impide? Como el cuerpo es mío, pues puedo hacerle
tener un niño. No porque mi cuerpo tenga el pobre a lo mejor ninguna necesidad
de natura prima, sino porque yo,
señora Fulana de Tal, necesito o quiero, o me parece que debo tener un niño y
entonces, pues para eso está el cuerpo. Se le manda … y ¡a tener un niño!, a
parir sea como sea en honor del más alto siempre, o de la más alta, que es lo
mismo.
Bueno. Todas las demás putadas que se le hacen al
cuerpo fundadas en que es mío serían
lista interminable. Podéis seguir vosotros con la serie. Por ejemplo, al cuerpo se le hace hacer
gimnasia. ¿Por qué? No porque tenga el cuerpo en un momento dado ganas de
triscar por las praderas, ni de saltar, ni de nadar. No: porque efectivamente
hay un señor, en lo alto, que ha decidido que para él, para su identidad, su
desarrollo y su progreso es conveniente hacer gimnasia y también porque por ese
procedimiento puede llenar un tiempo vacío que amenaza con tragarlo. Entonces,
¡Pobre cuerpo!, pues a hacer futin y a gimnasia y a batir marcas, que son
marcas de Fulano y de Fulana, marcas particulares, en que es, por supuesto,
siempre el Alma la que llega la primera. Utilizando para ello el cuerpo, pero
la que bate la marca es, evidentemente, el Alma.
En resumen: no hace falta que, como se nos
recuerda de otros tiempos de la historia, haya una esclavitud en el sentido
literal de que uno, el señor, el rico, puede comprar el cuerpo de otro. Esto
era la forma, digamos, histórica ya, pero tosca, del desarrollo que os estoy
denunciando. Cuando en la antigüedad misma todavía, efectivamente, se podía
comprar un hombre o una mujer, si eran
un hombre fuerte o una mujer hermosa, se podían comprar pues, que se yo, a lo
mejor por un equivalente de 140 o 150 millones de pesetas en la antigüedad, en
los tiempos de la Comedia Antigua. Esto era, efectivamente, una muestra
violenta, tosca, del sometimiento del cuerpo, esa cosa problemática, viva, al
derecho de propiedad, a lo jurídico; pero con el desarrollo, estas formas
toscas han progresado y ya no es necesario que haya esclavos literalmente,
porque cada uno y cada una se encarga de tratar a su cuerpo como una propiedad
y por tanto hacerlo su esclavo y hacerle las putadas que acabo de recordaros
entre otras miles que os podría seguir recordando. Así es como se interioriza
la esclavitud y la relación de propiedad en general.
Esta aparición de la cosa quería relacionarla con
el desarrollo de la religión en forma de Ciencia. Antes os he recordado la
manera vehemente y encarnizada, sañuda con que los viejos Padres de la Iglesia
trataban la aparición del cuerpo: lo ligaban con el demonio, con el mundo, como
sabéis por los catecismos. Bueno, hoy la única religión verdadera es la
Ciencia, como todo el mundo sabe. Las demás quedan en un estado de restos,
simplemente, para hacer contraste y ratificar el poder de la verdadera religión
que es la Ciencia. Pues esta ciencia,
en dos palabras, es una religión que,
como todas las otras, pero de una manera al mismo tiempo más perfecta y más
disimulada, pretende saber la naturaleza. Es decir, saber aquello que está
detrás del lenguaje como olvidándose de que ella misma, la ciencia, es un caso
de lenguaje. Pretende saber lo que hay detrás, saber la naturaleza. Con esto se
crea, se costituye la Realidad. Esto que se nos vende y que se nos hace sentir
como realidad. Gracias a esta pretensión de la ciencia de no ser ningún juego
lingüístico, sino de saber lo que hay detrás, saber lo que hay más allá. Bueno,
pues no creo que deba de insistir mucho para que relacionéis unas apariciones,
las del tipo de “yo soy dueña de mi cuerpo” con esta pretensión de la Ciencia.
Están íntimamente ligadas: saber de la naturaleza quiere decir necesariamente
ocultar la infinitud y, por lo tanto, la contradicción, crear una realidad
aparentemente cerrada y manejable y por tanto darnos el mismo cambiazo:
sustituir algo desconocido, sin fin, por algo conocido, sabido y por tanto
sometido. Si esto no os queda lo bastante claro, luego me lo diréis. Quiero
decir la conexión entre las apariciones científicas y las otras en este
proceso. Entre las ciencias, la más a ras de tierra de todas, la medicina, me
va a ocupar también por un momento por la especial relación que tiene con este
proceso. Tenemos muy rápidamente que darnos cuenta o recordar, si ya otras
veces nos la hemos dado, que esto que tratamos y cada vez más y más
insaciablemente como enfermedad, no consiste en otra cosa que en la conciencia
de eso a lo que llamamos cuerpo. Es
decir, no consiste en otra cosa que esto que estoy denunciando todo el rato
como sometimiento a idea, a concienciación, de algo que al principio o por
debajo podía estar libre de ello, ser indefinido, vivo, a lo cual ligo el
proceso de administración de muerte. Esta conciencia, este saber del propio
cuerpo (“propio cuerpo”, es decir un cuerpo ya sometido a las relaciones de
propiedad), como la Ciencia en general pretende saber de la naturaleza (la
pobre, convertida ya en mera realidad), esta conciencia es sin más la
enfermedad. No es otra cosa.
NOTA:
Este texto corresponde a una parte a la trascripción de una Charla dada por
Agustín en la Facultad de Filosofía, puede que por el año 94. La charla no está
completa, pero ya se puede disfrutar así... Damos las gracias a Roberto por
ello, y por siempre más, porque sin su ayuda, poco por aquí hacemos.
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