domingo, 19 de julio de 2015

DE CUERPO PRESENTE

Eduard León López
 DE CUERPO PRESENTE 
Agustín García Calvo


   Esto que ha dicho en alabanza inmerecida de mi Pilar Pedraza tal vez pueda interpretarse de otra manera: tengo la costumbre de que cuando me mandan hablar de algo, pues lo que hago es que hablo de eso, y esto es una cosa inusitada. Me he dado cuenta de que eso no sucede nunca, sino que lo normal es que la gente cuando se pone a hablar de algo pues se ponga a hablar de la literatura acerca de la cuestión, de la filosofía anterior acerca de la cuestión, de tal forma que se evita cuidadosamente el peligro de llegar nunca a tocar el asunto mismo. Entonces, bueno, pues tal vez esto sí que es una costumbre que pueda reconocer como mía, y cuando bajo este título un poco superferolítico que liga el cuerpo con la posmodernidad se me ha mandado hablar de algo, pues me he decidido a hablar verdaderamente de eso, y el título que le he puesto a la intervención “De cuerpo presente”, como veis, tiene motivaciones: no sólo una, más de una motivación.
    Lo primero que quiero hacer costar con la claridad que me sea dado es cómo eso del cuerpo, la presencia del cuerpo, es una derivación de la previa aparición del alma, de una u otra manera. De tal forma que sin esta previa aparición del alma, de ninguna manera  podría haberse desarrollado una cosa como ‘el cuerpo’, que hoy tanta importancia tiene entre nosotros en la posmodernidad o en la contemporaneidad y que tanta ha tenido a lo largo de toda la historia. La historia en verdad es una cosa bastante corta, a penas tiene 7000 u 8000 años desde que tenemos algún registro escrito, si lo comparamos con todo  aquello a lo que los historiadores mismos aluden como ‘prehistoria’, donde esos 7 o 8000 años se pierden casi como en una infinidad, esos por lo menos 500.000 años desde que se habla en este mundo. Al lado de eso la Historia es corta y los escritos que caracterizan a la Historia nos permiten, si queremos, recordarla bastante bien, tener una memoria fresca de cómo es eso de la creación del cuerpo, a consecuencia y por derivación de la creación del Alma.
Me voy a limitar a recordároslo con respecto a Homero, que es lo que estos días me traigo más entre manos (estos meses) tratando de rematar una especie de versión rítmica de la Iliada, de nuestro arranque de toda literatura. Pues bien, allí no está el cuerpo ciertamente. Y que coste que Homero ya, dentro de esos 7 o 8000 años es una cosa muy avanzada, es casi ayer: pues todavía no está el cuerpo. Hay palabras que os voy a recordar, que alguno tendría la tentación de traducir así. Hay una palabra como ‘démas que quiere decir algo así como “trazo” o la traza de una persona, y hay palabras como ‘chrōs y otras derivadas que quieren decir algo como el color, la color y por tanto la piel, y que muchas veces parece que tenemos, la una como la otra, que traducir por ‘cuerpo’, pero indebidamente, porque no son más que eso. La palabra ‘sōma, que es la que habría de tener más éxito, esa prácticamente no aparece en los poemas homéricos, y desde luego tampoco tiene el sentido del cuerpo humano ni mucho menos. ‘Sōma’ es en todo caso algo parecido a cuerpo o a masa de una cosa cualquiera, viva o no viva, tal como nosotros decimos “cuerpo” hablando de que el papel tiene mucho cuerpo y cosas así. Es esta palabra, por cierto, aquella con la que mucho más tarde los filosofantes hicieron el juego de palabras que seguramente habréis oído alguna vez. Era hacerle jugar con la palabra ‘sēma’, que quiere decir en general ‘signo’, pero en concreto  también ‘monumento sepulcral’, ‘estela’, ‘muerto’, cosa que para mi propósito tiene mucho que ver. No es que tengan nada que ver las dos palabras de verdad, históricamente: es un juego de palabras de los filosofantes. Podía haberlo hecho el profesor Lacan en nuestros días de una manera muy parecida. En cambio, aparecen las almas como algo en principio que se contrapone a lo que nosotros diríamos “la persona”, “el sujeto”.  Esto es un poco difícil de entender porque el curso de la historia ha hecho que para nosotros el alma haya tenido que evolucionar en el sentido de venir a ser “el Yo”, “el sujeto”. Por tanto, es muy sorprendente encontrar que la Iliada justamente empieza diciendo eso: “… y a muchas [hablando de la ira de Aquiles] almas valientes de semidioses las mandó al Hades … y a ellos los dejó para presa o cebo de todos los perros y los pájaros” Esto nada más abrirse la Iliada. De manera que apenas se puede encontrar un lugar mejor para notar la ausencia de esta cosa que nosotros llamamos ‘cuerpo’. Está claro que las almas, psychás / psyché, están inventadas antes, pero inventadas justamente como ahí, como almas que se van al otro mundo, generalmente concebido como sombrío y subterráneo. A veces en el trance de ir para allá (las conduce Hermés psychopompós, Hermes conductor-de-almas) y por tanto está claro lo que os quería decir: las primeras almas que aparecen son, como es razón, las de los muertos. Son, como dice nuestra gente, las “ánimas de difuntos”, y son estas almas de muertos que aparecen las que evidentemente van a condicionar, ya desde antes de Homero, aunque en Homero apenas todavía aparece, la creación de eso a lo que nosotros llamamos por contraste ‘cuerpo’, que empezará como es natural siendo cuerpo en el sentido de cadáver igualmente. Hay palabras para ‘cadaver’ en Homero: hay nekús y hay nekrós, pero muchas veces eso es lo único que podríamos traducir por ‘cuerpo’ en el sentido en que nosotros lo empleamos: “el campo de batalla estaba cubierto de cuerpos”, y ya se sabe qué cuerpos. Los cuerpos de los muertos, que surgen por contraste con esas psuchaí, con esas creaciones de las “ánimas de difuntos”, son cuerpos en el sentido al que también la locución que he tomado para mi título alude, de una manera muy curiosa: “De cuerpo presente”, como si se quisiera hacer costar que es esa la situación (la de la muerte) en que por fin, con certidumbre, el cuerpo se ha hecho presente, ha aparecido. Como si se hubiera renunciado a todas las demás fantasías de los cuerpos vivos y la locución popular reconociera ahí, por fin, la presencia del cuerpo. Fielmente, según os iba exponiendo, a los orígenes.
Por supuesto que de Homero para acá la historia ha ido muy deprisa y además en general cada vez más deprisa y ya en el mundo antiguo todos los horrores que hoy voy a someter a crítica ya estaban bastante desarrollados. Entre los romanos y griegos del Imperio, entre los Santos Padres de la Iglesia ya había aparecido todo aquello de “el cuerpo” de los vivos, pero tomado como decía el filosofante, como séma, como tumba para esa cosa, para ellos viva y sumamente apreciable que era el espíritu o el alma o como se le quisiera llamar. Se le insultaba también llamándola sárx, ‘carne’ (sárx, en griego, caro-carnis, en latín), y con estos nombres que inevitablemente recuerdan a la carnicería y al degüello de los animales, los Padres cristianos en especial se complacían en hacernos bien patente la evidencia de que ya el cuerpo se había creado y desarrollado y, al mismo tiempo, que se le condenaba, evidentemente, porque entre tanto el alma había pasado de ser aquella alma de difuntos a ser el verdadero principio de la vida, la espiritualidad, y, en definitiva, la salvación eterna. Todo ello de una manera sumamente lógica (esta lógica me hubiera gustado tener más tiempo para seguirla paso a paso, pero os la tengo que dar así, a grandes trazos, y si después queréis que se vuelva en el coloquio sobre alguno de estos pasos, ya me lo diréis).
Tenéis que reconocer las enormes ventajas de un cuerpo muerto, de un cuerpo de cuerpo presente, enormes ventajas para tratarlo, para, incluso, denominarlo. Fijaos bien que, si no, un cuerpo vivo es una cosa fugitiva, huidiza, que se escurre entre los dedos, que incluso puede llegar a la desfachatez de cambiar de nombre: ¿por qué no? Puede cambiarse de identidad. No es un caso demasiado estraño en la historia de nuestro mundo: el cuerpo ha cambiado de identidad. Hay muchos malhechores especialistas en cambiar de nombre. Se supone que su cuerpo sigue por debajo fluctuando, mientras va sometiéndose a estos cambios de identidad. En definitiva es algo sospechoso, poco de fiar, algo que está dispuesto a escapársenos y a no podérsele tratar, denominar con seriedad, manejar desde arriba. ‘Desde arriba’, que, como veréis a lo largo de toda esta exposición, quiere decir lo mismo: el alma (para decirlo con el nombre viejo. “El yo”, por decirlo con uno más moderno), las altas regiones de la espiritualidad, que al mismo tiempo quiere decir también esas mismas altas regiones en lo público, es decir, el Estado y el Capital. Difícilmente podrían tratar con otra cosa que no fueran cuerpos muertos.
No tiene por tanto nada que estrañarnos que en esta dialéctica todo el intento sea que los cuerpos vivos, fugitivos, inasibles, sospechosos, se parezcan por lo menos todo lo posible a cuerpos “de cuerpo presente”, a cuerpos muertos, y la mayor parte de los horrores que hoy os voy a sacar a luz, os voy a rememorar, pues vienen a ser muestras de este proceso de administración de muerte que nos caracteriza.
Un cuerpo vivo es sobre todo un cuerpo que no es de nadie (ya he aludido incluso a cómo puede cambiar de nombre). Es un cuerpo que no es de nadie, que no está sujeto a la ley de la propiedad, que no tiene, por tanto, un estatuto jurídico determinado. ¿Por dónde se agarra eso entonces? He ahí la gran dificultad y el gran peligro. Es preciso que el cuerpo, para podérsele manejar desde arriba, sea de alguien, esté sujeto a la propiedad, cumpla las condiciones de un verdadero estatuto jurídico. ¿Qué os estoy diciendo? Pues una cosa que en muchos otros sitios comprobamos: que la natura secunda de los escolásticos se ha convertido en la natura prima. No hay otra. La naturaleza segunda, es decir, la jurídica, la legal, la fundada en la relación de propiedad, en el “de quién”, se ha convertido en la verdadera naturaleza. Y lo otro que pudiera haber por debajo, la natura prima, aquello a lo que la prehistoria o el paraíso aluden de diversos modos, eso ha quedado reducido a un mero pretesto para la verdadera naturaleza dominante, que es la jurídica, la legal, la que era secunda y se ha hecho prima.
De los horrores que comporta la sujeción del cuerpo a la propiedad no voy a daros más que dos recordatorios, aparentemente muy separados, pero que espero que dentro de la rapidez de esto se pueda ver cómo están enlazados. Uno es en nuestros tiempos mismos (a lo mejor son “la posmodernidad”. Yo nunca he sabido qué diablos es eso, se manera que a lo mejor estos tiempos que no son tiempo ninguno en los que os estoy hablando son la posmodernidad. Vaya usté a saber). En nuestros tiempos mismos se oye mucho a las mujeres, y muchas veces a las más ilustradas y revolucionarias proclamar: “soy dueña de mi cuerpo”, o “yo con mi cuerpo hago lo que quiero”. Uno se queda, más que perplejo, triste. Profundamente triste, ya que, evidentemente, cuando estas barbaridades se dicen, pero se dicen con tristeza y pesadumbre, todavía pasa, pero cuando se dicen con alegría y con tono revolucionario, entonces, verdaderamente uno se hunde en la desesperación más profunda. Se proclama la sujeción de eso que podía quedar vivo, justamente al Alma o el Yo o la Persona, que, claro, a las mujeres, el sexo dominado a lo largo de la Historia, en la mayor parte de los casos, no se les ha ocurrido mejor camino que imitar al sexo dominante, a los hombres, y llegar a tener una personalidad, y, claro, desde el momento en que ellas ya tienen una personalidad, que tienen un alma, que algunos rigurosos poderes de algunas iglesias de otros tiempos les negaban… pues… ¡pobre cuerpo! Se acabó. Entonces, es mío; hago con él lo que quiero, es decir, lo declaro sometido a las potencias, a las facultades  superiores, que es lo mismo –os recuerdo- que sometido a las potencias superiores públicas, al Capital y al Estado. No hay diferencia alguna. Se le declara sometido a esto, y en este honor de tener un cuerpo, de que el cuerpo sea mío, es donde teneís que ver la esencia de todo lo que estoy denunciando. La enorme cantidad de putadas que con ese pretesto, con ese fundamento jurídico se le hacen al cuerpo, serían una lista de nunca acabar. Todos las conocéis más o menos: como el cuerpo es mío, por ejemplo, puedo, ahora que llega el verano, puedo si me da la gana torrefactarlo en una playa. Es mío. ¿Quién me lo impide? Como el cuerpo es mío, pues puedo hacerle tener un niño. No porque mi cuerpo tenga el pobre a lo mejor ninguna necesidad de natura prima, sino porque yo, señora Fulana de Tal, necesito o quiero, o me parece que debo tener un niño y entonces, pues para eso está el cuerpo. Se le manda … y ¡a tener un niño!, a parir sea como sea en honor del más alto siempre, o de la más alta, que es lo mismo.
Bueno. Todas las demás putadas que se le hacen al cuerpo fundadas en que es mío  serían lista interminable. Podéis seguir vosotros con la serie.  Por ejemplo, al cuerpo se le hace hacer gimnasia. ¿Por qué? No porque tenga el cuerpo en un momento dado ganas de triscar por las praderas, ni de saltar, ni de nadar. No: porque efectivamente hay un señor, en lo alto, que ha decidido que para él, para su identidad, su desarrollo y su progreso es conveniente hacer gimnasia y también porque por ese procedimiento puede llenar un tiempo vacío que amenaza con tragarlo. Entonces, ¡Pobre cuerpo!, pues a hacer futin y a gimnasia y a batir marcas, que son marcas de Fulano y de Fulana, marcas particulares, en que es, por supuesto, siempre el Alma la que llega la primera. Utilizando para ello el cuerpo, pero la que bate la marca es, evidentemente, el Alma.
En resumen: no hace falta que, como se nos recuerda de otros tiempos de la historia, haya una esclavitud en el sentido literal de que uno, el señor, el rico, puede comprar el cuerpo de otro. Esto era la forma, digamos, histórica ya, pero tosca, del desarrollo que os estoy denunciando. Cuando en la antigüedad misma todavía, efectivamente, se podía comprar  un hombre o una mujer, si eran un hombre fuerte o una mujer hermosa, se podían comprar pues, que se yo, a lo mejor por un equivalente de 140 o 150 millones de pesetas en la antigüedad, en los tiempos de la Comedia Antigua. Esto era, efectivamente, una muestra violenta, tosca, del sometimiento del cuerpo, esa cosa problemática, viva, al derecho de propiedad, a lo jurídico; pero con el desarrollo, estas formas toscas han progresado y ya no es necesario que haya esclavos literalmente, porque cada uno y cada una se encarga de tratar a su cuerpo como una propiedad y por tanto hacerlo su esclavo y hacerle las putadas que acabo de recordaros entre otras miles que os podría seguir recordando. Así es como se interioriza la esclavitud y la relación de propiedad en general.
Esta aparición de la cosa quería relacionarla con el desarrollo de la religión en forma de Ciencia. Antes os he recordado la manera vehemente y encarnizada, sañuda con que los viejos Padres de la Iglesia trataban la aparición del cuerpo: lo ligaban con el demonio, con el mundo, como sabéis por los catecismos. Bueno, hoy la única religión verdadera es la Ciencia, como todo el mundo sabe. Las demás quedan en un estado de restos, simplemente, para hacer contraste y ratificar el poder de la verdadera religión que es la Ciencia.  Pues esta ciencia, en dos palabras,  es una religión que, como todas las otras, pero de una manera al mismo tiempo más perfecta y más disimulada, pretende saber la naturaleza. Es decir, saber aquello que está detrás del lenguaje como olvidándose de que ella misma, la ciencia, es un caso de lenguaje. Pretende saber lo que hay detrás, saber la naturaleza. Con esto se crea, se costituye la Realidad. Esto que se nos vende y que se nos hace sentir como realidad. Gracias a esta pretensión de la ciencia de no ser ningún juego lingüístico, sino de saber lo que hay detrás, saber lo que hay más allá. Bueno, pues no creo que deba de insistir mucho para que relacionéis unas apariciones, las del tipo de “yo soy dueña de mi cuerpo” con esta pretensión de la Ciencia. Están íntimamente ligadas: saber de la naturaleza quiere decir necesariamente ocultar la infinitud y, por lo tanto, la contradicción, crear una realidad aparentemente cerrada y manejable y por tanto darnos el mismo cambiazo: sustituir algo desconocido, sin fin, por algo conocido, sabido y por tanto sometido. Si esto no os queda lo bastante claro, luego me lo diréis. Quiero decir la conexión entre las apariciones científicas y las otras en este proceso. Entre las ciencias, la más a ras de tierra de todas, la medicina, me va a ocupar también por un momento por la especial relación que tiene con este proceso. Tenemos muy rápidamente que darnos cuenta o recordar, si ya otras veces nos la hemos dado, que esto que tratamos y cada vez más y más insaciablemente como enfermedad, no consiste en otra cosa que en la conciencia de eso a lo que llamamos cuerpo.  Es decir, no consiste en otra cosa que esto que estoy denunciando todo el rato como sometimiento a idea, a concienciación, de algo que al principio o por debajo podía estar libre de ello, ser indefinido, vivo, a lo cual ligo el proceso de administración de muerte. Esta conciencia, este saber del propio cuerpo (“propio cuerpo”, es decir un cuerpo ya sometido a las relaciones de propiedad), como la Ciencia en general pretende saber de la naturaleza (la pobre, convertida ya en mera realidad), esta conciencia es sin más la enfermedad. No es otra cosa.
         


NOTA:
Este texto corresponde a una parte a la trascripción de una Charla dada por Agustín en la Facultad de Filosofía, puede que por el año 94. La charla no está completa, pero ya se puede disfrutar así... Damos las gracias a Roberto por ello, y por siempre más, porque sin su ayuda, poco por aquí hacemos.





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