INTERVENCIÓN SOBRE LA
LOCURA
¿Agustín García Calvo?
Mi deseo era tentar a la discusión a algunos de los neuropsicólogos, psiquiatras,
psicoanalistas o médicos que a esta sesión asisten, y para ello meterme
decididamente en camisa de once varas y, desde la observación y la indagación
de uno no profesional, hablar no de psiquiatría
o de psicoanálisis, sino directamente de la locura, en el sentido,
relativamente preciso, del término que ha de verse en el uso mismo que de él
hago.
El intento se dirige a poner en marcha un método que rompa con la oposición (dictada justamente
por la sumisión de las Ciencias a la especialización, que asegura su
ineficacia), con la oposición entre 'psicológico' y 'sociológico'. Ahora bien,
si me permito tratar de descubrir un método que salte esa frontera, sólo es
porque el objeto mismo, la locura, se me aparece situada justamente en esa
conexión o choque entre 'lo individual' y 'lo social'.
El tercer
término, 'natural', con cualquier alusión a cosas como 'istintivo' , 'animal',
'biológico', ' propiamente-incosciente', queda fuera de mi discusión, como
aquello siempre dado por supuesto, pero siempre inasequible para el análisis
científico, semejante en su situación al Caos, que las cosmogonías presentan
siendo "antes del principio", es decir, con preciosa contradicción,
"antes del tiempo".
A tal propósito, tengo que partir de dos presupuestos, cuya
enunciación ha de servir al mismo tiempo para mostrar en qué sentido estoy
precisando (pero confío que de acuerdo con la tendencia del uso popular de la
palabra) el término 'locura':
a) La locura es individual. Más he de adelantar: que se me aparece la
locura definidamente como la manifestación individual de la enfermedad, social
por definición, en el sentido de que es uno de los rasgos que, a la espulsión
del paraíso, caracterizan el estatuto de la Sociedad o de la Historia.
Contra esto,
acuden a las mientes los casos de locura colectiva, como imaginamos el
enloquecimiento de las masas bajo el régimen de Hitler o una alucinación
colectiva bajo la vara de algún mago: tomo esos casos como las escepciones que
confirman la regla, y acaso en la discusión, si ustedes quieren, pueda verse en
qué sentido la confirman.
b) La locura es adulta. Quiero decir que no admito que haya locos
antes de entrar, como se decía, en uso de razón. También aquí el uso
popular me apoya, donde no se suele aplicar la palabra loco, sino otras, a los
niños anormales. O bien, desde luego, puede decirse también que los niños
están todos locos, sólo que esa locura se considera su normalidad.
Puede llegarse a formular que hay tres trances predilectos para
volverse loca una persona: uno alrededor de la pubertad (cuando se ha de
imponer la idea, entre otras, de la necesidad de un Futuro y la de la ascripción
a uno u otro Sexo), el segundo por los 30 años (la edad del asentamiento
definitivo, en colocación o matrimonio), y el tercero a los 50 o
cincuentaytantos años (el momento de la resignación sin escapatoria a la propia
muerte); con tal de que no se tomen esos tres escalones con un valor
propiamente cronológico (la estadística puede confirmarlos más o menos, pero
estableciendo divisiones en la población, y ya lo primero entre los dos
sexos), sino más bien con valor simbólico, queriendo decir esto: que la
imposición de la Idea, en que vamos a poner la raíz de la locura, suele hacerse
de tres golpes. [V. NOTA]
Decimos, pues, que la locura se produce en el trance de la aceptación
cosciente (esto es, individual) de la locura (subcosciente, pública) que
costituye la normalidad; queriendo decir ‘locura’ en este último uso no otra
cosa sino esto: una absurditud o incongruencia lógica. Pero, antes de pasar a
intentar formular esa incongruencia lógica que sostiene la normalidad y en cuya
imposición en individuo ponemos el origen de la locura, deseo sacar aquí, de mi
corta observación de no profesional, un par de casos que pueden ser
ilustrativos.
1) El primero está en realidad compuesto de dos observaciones, la de MANUEL y la de FERNANDO, pero con algunas
manifestaciones tan semejantes que me permito aquí usarlas conjuntamente. Mi
trato con FERNANDO es más antiguo y los datos que uso se refieren al trance de
su acercamiento a los 30 años; poco más tarde recibió tratamiento eléctrico. En
cuanto a MANUEL, tuve ocasión de tratarlo en la situación pospuberal (de
trastorno leve, con fuertes fantasías religiosas), pero los datos que aquí
registro son también de alrededor de sus 30 años, antes y después de
haber recibido tratamiento eléctrico.
Se trata de una situación obsesiva (lo que los médicos, y ya el vulgo,
llaman depresión solía ser acompañante, con frecuencia alternante, de los
momentos de exaltación), con recurrencia de una que, en su aplicación a la
realidad circundante, venía a dar en
lo que los médicos, y ya el vulgo, llaman manía persecutoria: lo que aquí nos
interesa es que la realidad pública o política venía a trabar relación directa
con el individuo o sujeto, de manera
que cosas como 'la Falange' o 'Rusia' o 'los Apóstoles' o 'los Ingleses' y 'los
Alemanes' se ocupaban activamente del Sujeto individual, de tal manera que los
medios de ilocución masiva, la radio y la televisión, acababan por dar noticias
referentes a MANUEL o a FERNANDO en
relación con entes como los dichos. En el caso de MANUEL, ‘los Ingleses’ y ‘los Alemanes’ podían
declarar la guerra a MANUEL o bien tomar para con él una actitud de cautela o
de alianza. En el de FERNANDO, la radio llegó a dar la noticia de que se había
decidido fusilarlo en determinada fecha y hora; me tocó acompañarlo la noche
en que la sentencia había de cumplirse.
Este tipo de
locura, que debe de ser bastante frecuente en consultas y manicomios, me
inclinaría a considerarlo típicamente masculino, y aunque se me dice que hay
mujeres que han recibido también noticias acerca de sí mismas por la radio
(por ejemplo, la amenaza de su rapto), la confusión de 'publico' y 'personal'
en que me fijo parece mucho más propia del sexo dominante; y en todo caso
encuentro que tal locura debe estar directamente ligada con lo que llamaré, por
abreviar, carga de responsabilidad. Un lenguaje que tratara de dar razón de esa locura (y darle
en cierto modo la razón) diría algo como esto: "Le hacen a uno ser centro
del mundo (en cuanto responsable), y luego quieren que uno no sea más que uno
entre todos".
2) El segundo caso es el de MONIQUE, que conocí cuando tenía ella
cerca de 20 años.
Tuve ocasión de
observarla varios días en París en el manicomio de Sainte Anne, con motivo de
algunas visitas a una amiga mía que se encontró allí recluida algún breve
tiempo, la cual había trabado allí dentro amistad con MONIQUE y me dio luego
algunas noticias suplementarias acerca de ella, en primer lugar la de que su
familia la había hecho internar por considerarla (parece que ella misma empleó
este título que la ignorancia masculina
ha consagrado) ninfómana o ninfomaníaca.
Lo que aquí nos importa de su comportamiento es lo siguiente: cuando
en la sala de visitas aparecía algún hombre desconocido (por ejemplo, alguno,
muy joven y guapo no sé si por coincidencia, de los que acudían conmigo a
visitar a mi amiga), sin preámbulos se alejaba con él por los pasillos
hablándole con amorosa familiaridad, y llamándolos invariablemente
"Jacques". Parece ser que había habido alguien de ese nombre en la
corta historia de MONIQUE, aunque no sé si sería oportuno llamarlo un novio o
un primer amor o algo por el estilo: lo que aquí cuenta es la fijación en uno
mismo. Y pienso que puede conjeturarse con bastante confianza que el
comportamiento de MONIQUE que dio lugar a la catalogación de ninfomanía y al
internamiento había sido del mismo orden de este que le vi seguir en el
manicomio.
Dado que la
forma que la Idea, para la inserción individual en sociedad, toma para las
mujeres es reconocidamente la variante de 'ser de uno', parece que
la locura de MONIQUE es sumamente congruente con esa condición: ya que hay
muchos y tiene que ser uno solo, todos (es decir, uno cualquiera) serán uno
mismo determinado: todos serán Él.
Hay ciertamente dos polos contradictorios que parecen caracterizar en
general las formas de lo que normalmente se designa como locura: la labilidad y
la fijación. Pero se ve enseguida que lo único que a esas condiciones las hace
marcar como loco a una persona es un cierto esceso en ellas, un pasarse de la
raya: pues, por lo demás, que una cierta dosis de labilidad o inconsecuencia y
al mismo tiempo de fijación o costancia se exigen justamente para la
costitución de la persona normal, es cosa - me parece - que nos costa a todos.
Voy ahora, pues, a tratar de formular la absurditud o incongruencia
lógica que sirve a la costitución de la normalidad y en que veo el origen de la
locura: se trata de que hay que al mismo tiempo
ser uno mismo y ser uno entre todos
(por
tanto, distinto de todos, absolutamente único
y
particular; de ahí,
la irreductible intimidad, la responsabilidad, la fidelidad a uno
mismo
o al responsable de una misma)
y ser uno entre todos
(esto es, algo como un elemento de un conjunto,
siendo así que
los elementos de un conjunto han de ser indistintos,
intercambiables,
todos en cierto modo el mismo)
Está claro - espero - que esas dos exigencias son entre sí
contradictorias, pero esa contradicción, imposible, es necesaria para la
costitución y prosecución de esta sociedad o mundo. Lo que aquí más nos toca es
que esa Idea contradictoria es socialmente dominante, como idea de todo el
mundo, pero al mismo tiempo tiene que imponerse en cada uno, como acto de fe en
que el sujeto individual se costituye.
El que de algún modo adapta
sus mecanismos para admitir la contradicción y perder conciencia de ella, ése
vive sano, esto es, idiota, con el significado etimológico ('particular', 'privado')
y con el corriente; quien por alguna razón no lo consigue o lo hace mal, ése
se vuelve loco.No quiero dejar, antes de callarme, de hacer una advertencia: que no se está con todo esto haciendo ningún enkómion morías, ninguna alabanza de la locura, descubriendo en ella alguna virtud, por ejemplo revolucionaria: por el contrario, pensamos que se trata de otro modo de manifestación de la Ley, y complemento necesario de la normalidad.
NOTA: No se me olvida tampoco que es
probable que de niños anormales se costituya en muchos casos la figura de
'loco para el público' o 'tonto del pueblo'; figura que es, por cierto, muy
pertinente para mostrar en vivo la dialéctica de 'social'/'individual' que
trato aquí de poner al descubierto en las raíces de la locura. Pero en todo
caso, también el tonto del pueblo, cuando juega su papel, ha de ser adulto y en
uso (anómalo) de razón, como
es asimismo en el caso ejemplar de loco público de Don Quijote, enloquecido en
el tercer trance de los indicados.
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