lunes, 13 de julio de 2015

INTERVENCIÓN SOBRE LA LOCURA



 
Montagu Dawson
INTERVENCIÓN   SOBRE  LA   LOCURA
¿Agustín García Calvo?

Mi deseo era tentar a la discusión a algunos de los neuropsicólogos, psiquiatras, psicoanalistas o médicos que a esta sesión asisten, y para ello meterme decididamente en camisa de once varas y, desde la observación y la indagación de uno no profe­sional, hablar no de  psiquiatría o de psicoanálisis, sino di­rectamente de la locura, en el sentido, relativamente preciso, del término que ha de verse en el uso mismo que de él hago.
El intento se dirige a poner en marcha un método  que rompa con la oposición (dictada justamente por la sumisión de las Ciencias a la especialización, que asegura su ineficacia), con la oposición entre 'psicológico' y 'sociológico'. Ahora bien, si me permito tratar de descubrir un método que salte esa fron­tera, sólo es porque el objeto mismo, la locura, se me aparece situada justamente en esa conexión o choque entre 'lo individual' y 'lo social'.

El tercer término, 'natural', con cualquier alusión a cosas como 'istintivo' , 'animal', 'biológico', ' propiamente-incosciente', queda fuera de mi discusión, como aquello siempre dado por supuesto, pero siempre inasequible para el análisis científico, semejante en su situación al Caos, que las cosmogonías presentan siendo "antes del principio", es decir, con preciosa contradicción, "antes del tiempo".

A tal propósito, tengo que partir de dos presupuestos, cuya enunciación ha de servir al mismo tiempo para mostrar en qué sentido estoy precisando (pero confío que de acuerdo con la tendencia del uso popular de la palabra) el término 'locura':

a) La locura es individual. Más he de adelantar: que se me aparece la locura definidamente como la manifestación individual de la enfermedad, social por definición, en el sen­tido de que es uno de los rasgos que, a la espulsión del para­íso, caracterizan el estatuto de la Sociedad o de la Historia.

Contra esto, acuden a las mientes los casos de locura colectiva, como imaginamos el enloquecimiento de las masas bajo el régimen de Hitler o una alucinación colectiva bajo la vara de algún mago: tomo esos casos como las escepciones que confirman la regla, y acaso en la discusión, si ustedes quieren, pueda verse en qué sentido la confirman.

b) La locura es adulta. Quiero decir que no admito que haya locos antes de entrar, como se decía, en uso de razón. También aquí el uso popular me apoya, donde no se suele aplicar la palabra loco, sino otras, a los niños anormales. O bien, des­de luego, puede decirse también que los niños están todos locos, sólo que esa locura se considera su normalidad.                           
Puede llegarse a formular que hay tres trances pre­dilectos para volverse loca una persona: uno alrededor de la pubertad (cuando se ha de imponer la idea, entre otras, de la necesidad de un Futuro y la de la ascripción a uno u otro Sexo), el segundo por los 30 años (la edad del asentamiento definitivo, en colocación o matrimonio), y el tercero a los 50 o cincuentaytantos años (el momento de la resignación sin escapatoria a la propia muerte); con tal de que no se tomen esos tres escalones con un valor propiamente cronológico (la estadística puede confirmarlos más o menos, pero estableciendo divisiones en la población, y ya lo pri­mero entre los dos sexos), sino más bien con valor simbólico, queriendo decir esto: que la imposición de la Idea, en que vamos a poner la raíz de la locura, suele hacerse de tres golpes. [V. NOTA]

Decimos, pues, que la locura se produce en el trance de la acep­tación cosciente (esto es, individual) de la locura (subcosciente, pública) que costituye la normalidad; queriendo decir ‘locu­ra’ en este último uso no otra cosa sino esto: una absurditud o incongruencia lógica. Pero, antes de pasar a intentar formular esa incongruencia lógica que sostiene la normalidad y en cuya imposición en individuo ponemos el origen de la locura, deseo sacar aquí, de mi corta observación de no profesional, un par de casos que pueden ser ilustrativos.

1) El primero está en realidad compuesto de dos observaciones, la de  MANUEL y la de FERNANDO, pero con algunas manifestacio­nes tan semejantes que me permito aquí usarlas conjuntamente. Mi trato con FERNANDO es más antiguo y los datos que uso se refieren al trance de su acercamiento a los 30 años; poco más tarde recibió tratamiento eléctrico. En cuanto a MANUEL, tuve ocasión de tratarlo en la si­tuación pospuberal (de trastorno leve, con fuertes fan­tasías religiosas), pero los datos que aquí registro son también de alrededor de sus 30 años, antes y des­pués de haber  recibido tratamiento eléctrico.
Se trata de una situación obsesiva (lo que los médicos, y ya el vulgo, llaman depresión solía ser acompañante, con frecuencia alternante, de los momentos de exaltación), con recurrencia de una que, en su aplicación a la realidad circundante, venía   a dar en lo que los médicos, y ya el vulgo, llaman manía persecu­toria: lo que aquí nos interesa es que la realidad pública o política venía a trabar relación directa con el individuo  o sujeto, de manera que cosas como 'la Falange' o 'Rusia' o 'los Apóstoles' o 'los Ingleses' y 'los Alemanes' se ocupaban acti­vamente del Sujeto individual, de tal manera que los medios de ilocución masiva, la radio y la televisión, acababan por dar no­ticias referentes a MANUEL o a FERNANDO  en relación  con  entes como los dichos. En el caso de MANUEL, los Ingleses’ y ‘los Alemanes’ podían declarar la guerra a MANUEL o bien tomar para con él una actitud de cautela o de alianza. En el de FERNANDO, la radio llegó a dar la noticia de que se había decidido fusilar­lo en determinada fecha y hora; me tocó acompañarlo la noche en que la sentencia había de cumplirse.       
                                        
Este tipo de locura, que debe de ser bastante fre­cuente en consultas y manicomios, me inclinaría a considerarlo típicamente masculino, y aunque se me dice que hay mujeres que han recibido también noti­cias acerca de sí mismas por la radio (por ejemplo, la amenaza de su rapto), la confusión de 'publico' y 'personal' en que me fijo parece mucho más propia del sexo dominante; y en todo caso encuentro que tal locura debe estar directamente ligada con lo que llamaré, por abreviar, carga de responsabilidad. Un lenguaje que tratara de dar razón de esa locura (y darle en cierto modo la razón) diría algo como esto: "Le hacen a uno ser centro del mundo (en cuanto res­ponsable), y luego quieren que uno no sea más que uno entre todos".

2) El segundo caso es el de MONIQUE, que conocí cuando tenía ella cerca de 20 años.

Tuve ocasión de observarla varios días en París en el manicomio de Sainte Anne, con motivo de algunas visitas a una amiga mía que se encontró allí recluida algún breve tiempo, la cual había trabado allí dentro amistad con MONIQUE y me dio luego algunas noticias suplementarias acerca de ella, en primer lugar la de que su familia la había hecho internar por considerar­la (parece que ella misma empleó este título que  la ignorancia masculina ha consagrado) ninfómana o ninfomaníaca.

Lo que aquí nos importa de su comportamiento es lo siguiente: cuando en la sala de visitas aparecía algún hombre desconocido (por ejemplo, alguno, muy joven y guapo no sé si por coinciden­cia, de los que acudían conmigo a visitar a mi amiga), sin pre­ámbulos se alejaba con él por los pasillos hablándole con amo­rosa familiaridad, y llamándolos invariablemente "Jacques". Pa­rece  ser  que había habido alguien de ese nombre en la corta historia de MONIQUE, aunque no sé si sería oportuno llamarlo un novio o un primer amor o algo por el estilo: lo que aquí cuen­ta es la fijación en uno mismo. Y pienso que puede conjeturarse con bastante confianza que el comportamiento de MONIQUE que dio lugar a la catalogación de ninfomanía y al internamiento había sido del mismo orden de este que le vi seguir en el manicomio.

Dado que la forma que la Idea, para la inserción in­dividual en sociedad, toma para las mujeres es reconocidamente la variante de 'ser de uno', parece que la locura de MONIQUE es sumamente congruente con esa con­dición: ya que hay muchos y tiene que ser uno solo, todos (es decir, uno cualquiera) serán uno mismo deter­minado: todos serán Él.

Hay ciertamente dos polos contradictorios que parecen caracte­rizar en general las formas de lo que normalmente se designa como locura: la labilidad y la fijación. Pero se ve enseguida que lo único que a esas condiciones las hace marcar como loco a una persona es un cierto esceso en ellas, un pasarse de la raya: pues, por lo demás, que una cierta dosis de labilidad o inconse­cuencia y al mismo tiempo de fijación o costancia se exigen jus­tamente para la costitución de la persona normal, es cosa - me parece -  que nos costa a todos.
Voy ahora, pues, a tratar de formular la absurditud o incon­gruencia lógica que sirve a la costitución de la normalidad y en que veo el origen de la locura: se trata de que hay que al mismo tiempo

 ser  uno  mismo       y         ser uno entre todos
  
(por tanto, distinto de todos, absolutamente único  y   particular;  de ahí,               
la irreductible intimidad, la responsabilidad, la fidelidad a uno 
mismo o al responsable de una misma)        
                       
  y         ser uno entre todos
 (esto es, algo como un elemento de un conjunto, siendo así que
 los elementos de un conjunto han de ser indistintos, intercambiables,
 todos en cierto modo el mismo)
 
Está claro - espero - que esas dos exigencias son entre sí contradictorias, pero esa contradicción, imposible, es nece­saria para la costitución y prosecución de esta sociedad o mundo. Lo que aquí más nos toca es que esa Idea contradictoria es socialmente dominante, como idea de todo el mundo, pero al mismo tiempo tiene que imponerse en cada uno, como acto de fe en que el sujeto individual se costituye.                                         
El que de algún modo adapta sus mecanismos para admitir la contradicción y perder conciencia de ella, ése vive sano, esto es, idiota, con el significado etimológico ('particular', 'pri­vado') y con el corriente; quien por alguna razón no lo consi­gue o lo hace mal, ése se vuelve loco.
 No quiero dejar, antes de callarme, de hacer una advertencia: que no se está con todo esto haciendo ningún enkómion morías, ninguna alabanza de la locura, descubriendo en ella alguna vir­tud, por ejemplo revolucionaria: por el contrario, pensamos que se trata de otro modo de manifestación de la Ley, y complemen­to necesario de la normalidad.

  NOTA: No se me olvida tampoco que es probable que de niños anor­males se costituya en muchos casos la figura de 'loco para el público' o 'tonto del pueblo'; figura que es, por cierto, muy pertinente para mostrar en vivo la dialéctica de 'social'/'in­dividual' que trato aquí de poner al descubierto en las raíces de la locura. Pero en todo caso, también el tonto del pueblo, cuando juega su papel, ha de ser adulto y en uso (anómalo) de razón, como es asimismo en el caso ejemplar de loco público de Don Quijote, enloquecido en el tercer trance de los indicados.




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