El nacionalismo patriótico mira al porvenir; el matriótico, al pasado. El nacionalismo que sólo mira a lo presente es un nacionalismo mortal: un patrioterismo y matrioterismo suicida.
Antonio Machado, menos sevillano que su
hermano Manuel, menos puro poeta cuando se castellanizaba demasiado, decía que
un andaluz andalucista es un andaluz de tercera clase; pero se equivocaba:
porque si ser andalucista en un andaluz es querer muy expresa y expresivamente
parecerlo, es andaluz lo es, al parecer, mucho más andaluz mientras más lo
parece. “la mujer ha de ser buena –y parecerlo que es más”, escribió Cervantes
(suponemos que en Sevilla). Al andaluz, bueno o malo, no le basta ser andaluz,
sino parecerlo, que es más- y mejor.
Lo que piensa el hombre del amor –le decía
una mujer a su propia cabeza encantadora- yo nunca lo entiendo. Si lo
entendieras –le respondió su cabeza vana- no serías una mujer; una mujer que
entiende lo que el hombre piensa del amor no merece llamarse una mujer: porque
no merece sentirlo.
La frase ingeniosa, y, al parecer,
irreverente, creo que de Barbey d´Aurevilly, diciéndonos que Santa Teresa flirteaba con Nuestro Señor Jesucristo,
tiene verdadero sentido espiritual y profunda resonancia católica cuando la
españolizamos de nuevo, entendiendo que, para la mujer española, aristócrata,
burguesa o popular: dama o petimetra o currutuca; maja o manola; señorita o
chula; el flirteo ha sido siempre una pasión amorosa exhaustiva de la
feminidad: el más delicado y violento barroquismo de la coquetería.
Si el humanismo de los humanistas fue un
inhumano escamoteo del hombre; como el liberalismo de los liberales un servil
escamoteo de la libertad. Y como el feminismo, de la feminidad: un servil e
inhumano escamoteo de la mujer. Escamoteo gramatical y retórico. En definitiva,
charlatanismo charlatino.
El hombre sólo es hombre de veras, como
cantaba Píndaro, cuando aprende cuando aprende a serlo de verdad sexualmente
diferenciado. La mujer, lo mismo. El androginismo tan característico de nuestra
época trueca estos aprendizajes propios haciéndolos comunes o comunicables. Que
la mujer se dedica al aprendizaje de varón es cosa que salta a la vista... Y
que el hombre a un aprendizaje femenino si no nos parece tan evidente es porque
nos lo enmascara con “machismo” feminizante; por ejemplo, el abusivo y
enteramente feminista del naturalismo y los deportes.
El hombre es hombre –decía Scheler- cuando
dice que no a la vida. ¿Y la mujer, mujer, cuando dice que sí a la muerte?
El hombre es una pregunta. La mujer es una
respuesta. El enigma equívoco de la feminidad en la mujer moderna es que se
adelanta a ofrecerse como respuesta,
sin esperar a ser preguntada.
La mayoría de los matrimonios modernos se rigen
por la ley del divorcio preestablecido.
“El hombre no es un animal racional”,
afirma Merleau-Ponty. Exacto. Porque no puede ser un animal por más que quiera.
¿La mujer tampoco? Pues parecería que el misterio enigmático de la mujer es
haber quedado pendiente de una solución definitiva entre la animalidad y el
hombre. Es lo que se llama fabulosamente la tentación de Eva.
“La monogamia para el hombre es un pecado contra natura” –me decía un filósofo-
“como la poligamia para la mujer”. “Suponiendo” –le respondí- “que el hombre y la mujer sean de la misma
naturaleza, que pertenezcan a una misma especie natural. Suposición bastante
dudosa y arriesgada”.
Decía el ingenioso madrileño Jacinto
Benavente “que la mujer, considerada por sí misma, es muy superior al hombre;
pero que es muy inferior al perro considerada como compañero del hombre”.
Afortunadamente, los perros no hablan, pensamos nosotros.
Si la música..., digo, la mujer, dijera la
verdad, mentiría.
La egolatría es naturalmente femenina.
Cuando se corrobora en figura de mujer adquiere su expresión veraz:
exhibicionista, gesticulante, teatralizada por un marimacho espectacular de
comedianta.
“Serás como Dios”, o “como dioses”, le dijo
al hombre el tentador satánico. Pero no se lo dijo a la mujer. Por eso hay
tantísimas mujeres que quisieran ser
“como el hombre”: o, mejor diríamos, “como hombres. Y se equivocan mortalmente
al rechazar sus privilegios divinos para poder tener “derechos humanos”.
La mujer no puede tener derechos humanos
(ni sus obligaciones correspondientes, por supuesto). Tiene privilegios
divinos. Como la niñez. Y tal vez la vejez.
El exhibicionismo de la mujer desnuda en el
escenario o la pantalla no es pornográfico; es agresivamente anafrodisíaco. No
peca solamente contra el amor, sino contra el puro deseo erótico: contra el
misterio sobrenatural del sexo. Schopenhauer diría que interrumpe o impide la
“meditación del genio de la especie”.
La religiosidad de la mujer es superior,
estéticamente, a la del hombre, por que no es
más que un espectáculo.
La belleza de la piedad, en la mujer, nace
de su inutilidad. Por eso es completamente desinteresada.
La mujer no sobra en la iglesia, porque
forma parte del culto.
El encanto de la mujer en el
arrepentimiento se debe a su pureza, porque, en ellas, es el pecado quien se
arrepiente de sí mismo.
No os golpeéis vuestro pecho delicado,
encantadoras penitentes, ni os arrebujéis, sollozantes, en el susurro
misterioso de la confesión. ¿Para qué, si en vosotras el pecado y la gracia van siempre juntos?
Una mujer que no se hace esclava de un
hombre solamente, lo es de todos.
No deis ni recibáis ninguna caricia de amor
que no provenga de una violencia o de una fuerza contenida. Sólo una mano
fuerte puede acariciar con blandura.
El amor verdadero es acariciador y
violento; nadie ama tan delicadamente como las fieras.
El hombre procede de la naturaleza; la
mujer es todavía naturaleza.
La personalidad de la mujer es un resultado
de la cultura, como el paisaje; el hombre los ha humanizado.
Para la mujer, civilización es
domesticidad.
Se dice de un animal que es inteligente, y
también se dice de una mujer; pero en ninguno de los dos casos suele ser
apropiado decirlo. Claro está que por muy distinto motivo.
Que las mujeres se pinten indica más que
nada su falta de civilización. Los salvajes también se pintan. Sólo que lo
hacen mucho mejor, pintándose redondeles y rayas, arbitrariamente, mientras que
las mujeres se pintan imitando del
natural.
La femineidad es mimética: artificiosamente
natural.
Los hombres para vivir se hacen ideales:
las mujeres se hacen ilusiones.
Las últimas Tules y los últimos tules
coincidieron mentirosamente en un mismo afán supersticioso y serpentino,
salomónico y saloménico: mágico, ilusorio, impúdico y danzante. (A bombo y
platillo de Ricardo Straus.) Empeño turbiamente sexual, falsamente profético.
El ombligo del mundo: danza del vientre y séptimo velo; o la Biblia al revés.
Enigma de una esfinge de cartón pintado y pluma de serpiente con cascabeles:
Freud y su bufón. O sus bufones.
Bibliografía:
-
Aforismos de la
cabeza parlante.
-
El cohete y la
estrella.
-
Las ideas liebres.
-
La cabeza
a pájaros.
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