lunes, 15 de diciembre de 2014

CONTRA BERGAMÍN (MARTINETES) Isabel Escudero





   El nacionalismo patriótico mira al porvenir; el matriótico, al pasado. El nacionalismo que sólo mira a lo presente es un nacionalismo mortal: un patrioterismo y matrioterismo suicida.



     Antonio Machado, menos sevillano que su hermano Manuel, menos puro poeta cuando se castellanizaba demasiado, decía que un andaluz andalucista es un andaluz de tercera clase; pero se equivocaba: porque si ser andalucista en un andaluz es querer muy expresa y expresivamente parecerlo, es andaluz lo es, al parecer, mucho más andaluz mientras más lo parece. “la mujer ha de ser buena –y parecerlo que es más”, escribió Cervantes (suponemos que en Sevilla). Al andaluz, bueno o malo, no le basta ser andaluz, sino parecerlo, que es más- y mejor.



    Lo que piensa el hombre del amor –le decía una mujer a su propia cabeza encantadora- yo nunca lo entiendo. Si lo entendieras –le respondió su cabeza vana- no serías una mujer; una mujer que entiende lo que el hombre piensa del amor no merece llamarse una mujer: porque no merece sentirlo.



   La frase ingeniosa, y, al parecer, irreverente, creo que de Barbey d´Aurevilly, diciéndonos que Santa Teresa flirteaba con Nuestro Señor Jesucristo, tiene verdadero sentido espiritual y profunda resonancia católica cuando la españolizamos de nuevo, entendiendo que, para la mujer española, aristócrata, burguesa o popular: dama o petimetra o currutuca; maja o manola; señorita o chula; el flirteo ha sido siempre una pasión amorosa exhaustiva de la feminidad: el más delicado y violento barroquismo de la coquetería.



   Si el humanismo de los humanistas fue un inhumano escamoteo del hombre; como el liberalismo de los liberales un servil escamoteo de la libertad. Y como el feminismo, de la feminidad: un servil e inhumano escamoteo de la mujer. Escamoteo gramatical y retórico. En definitiva, charlatanismo charlatino.



   El hombre sólo es hombre de veras, como cantaba Píndaro, cuando aprende cuando aprende a serlo de verdad sexualmente diferenciado. La mujer, lo mismo. El androginismo tan característico de nuestra época trueca estos aprendizajes propios haciéndolos comunes o comunicables. Que la mujer se dedica al aprendizaje de varón es cosa que salta a la vista... Y que el hombre a un aprendizaje femenino si no nos parece tan evidente es porque nos lo enmascara con “machismo” feminizante; por ejemplo, el abusivo y enteramente feminista del naturalismo y los deportes.



   El hombre es hombre –decía Scheler- cuando dice que no a la vida. ¿Y la mujer, mujer, cuando dice que sí a la muerte?



   El hombre es una pregunta. La mujer es una respuesta. El enigma equívoco de la feminidad en la mujer moderna es que se adelanta a ofrecerse  como respuesta, sin esperar a ser preguntada.



   La mayoría de los matrimonios modernos se rigen por la ley del divorcio preestablecido.



   “El hombre no es un animal racional”, afirma Merleau-Ponty. Exacto. Porque no puede ser un animal por más que quiera. ¿La mujer tampoco? Pues parecería que el misterio enigmático de la mujer es haber quedado pendiente de una solución definitiva entre la animalidad y el hombre. Es lo que se llama fabulosamente la tentación de Eva.



   “La monogamia para el hombre es un pecado contra natura” –me decía un filósofo- “como la poligamia para la mujer”. “Suponiendo”  –le respondí- “que el hombre y la mujer sean de la misma naturaleza, que pertenezcan a una misma especie natural. Suposición bastante dudosa y arriesgada”.



   Decía el ingenioso madrileño Jacinto Benavente “que la mujer, considerada por sí misma, es muy superior al hombre; pero que es muy inferior al perro considerada como compañero del hombre”. Afortunadamente, los perros no hablan, pensamos nosotros.



   Si la música..., digo, la mujer, dijera la verdad, mentiría.



   La egolatría es naturalmente femenina. Cuando se corrobora en figura de mujer adquiere su expresión veraz: exhibicionista, gesticulante, teatralizada por un marimacho espectacular de comedianta.



   “Serás como Dios”, o “como dioses”, le dijo al hombre el tentador satánico. Pero no se lo dijo a la mujer. Por eso hay tantísimas  mujeres que quisieran ser “como el hombre”: o, mejor diríamos, “como hombres. Y se equivocan mortalmente al rechazar sus privilegios divinos para poder tener “derechos humanos”.

 

   La mujer no puede tener derechos humanos (ni sus obligaciones correspondientes, por supuesto). Tiene privilegios divinos. Como la niñez. Y tal vez la vejez.



   El exhibicionismo de la mujer desnuda en el escenario o la pantalla no es pornográfico; es agresivamente anafrodisíaco. No peca solamente contra el amor, sino contra el puro deseo erótico: contra el misterio sobrenatural del sexo. Schopenhauer diría que interrumpe o impide la “meditación del genio de la especie”.



   La religiosidad de la mujer es superior, estéticamente, a la del hombre, por que no es más que un espectáculo.



   La belleza de la piedad, en la mujer, nace de su inutilidad. Por eso es completamente desinteresada.



   La mujer no sobra en la iglesia, porque forma parte del culto.



   El encanto de la mujer en el arrepentimiento se debe a su pureza, porque, en ellas, es el pecado quien se arrepiente de sí mismo.



   No os golpeéis vuestro pecho delicado, encantadoras penitentes, ni os arrebujéis, sollozantes, en el susurro misterioso de la confesión. ¿Para qué, si en vosotras el pecado y la gracia van siempre juntos?



   Una mujer que no se hace esclava de un hombre solamente, lo es de todos.



   No deis ni recibáis ninguna caricia de amor que no provenga de una violencia o de una fuerza contenida. Sólo una mano fuerte puede acariciar con blandura.



   El amor verdadero es acariciador y violento; nadie ama tan delicadamente como las fieras.



   El hombre procede de la naturaleza; la mujer es todavía naturaleza.



   La personalidad de la mujer es un resultado de la cultura, como el paisaje; el hombre los ha humanizado.



   Para la mujer, civilización es domesticidad.



  Se dice de un animal que es inteligente, y también se dice de una mujer; pero en ninguno de los dos casos suele ser apropiado decirlo. Claro está que por muy distinto motivo.

  

  Que las mujeres se pinten indica más que nada su falta de civilización. Los salvajes también se pintan. Sólo que lo hacen mucho mejor, pintándose redondeles y rayas, arbitrariamente, mientras que las mujeres se pintan imitando del natural.



   La femineidad es mimética: artificiosamente natural.



   Los hombres para vivir se hacen ideales: las mujeres se hacen ilusiones.



  Las últimas Tules y los últimos tules coincidieron mentirosamente en un mismo afán supersticioso y serpentino, salomónico y saloménico: mágico, ilusorio, impúdico y danzante. (A bombo y platillo de Ricardo Straus.) Empeño turbiamente sexual, falsamente profético. El ombligo del mundo: danza del vientre y séptimo velo; o la Biblia al revés. Enigma de una esfinge de cartón pintado y pluma de serpiente con cascabeles: Freud y su bufón. O sus bufones.

Bibliografía:

-         Aforismos de la cabeza parlante.
-         El cohete y la estrella.
-         Las ideas liebres.
                           -       La cabeza a pájaros.

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