Ahora que estoy solo cantaré mi canto de victoria.
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Ahora que estoy solo
cantaré mi canto de victoria.
Bailando sobre la piel
de la serpiente antigua,
canto mi canto de victoria.
Muerta, muerta está
la enemiga real del hombre:
esta mano flaca
(la miro y no lo creo)
mató a la enemiga del hombre.
Enroscada estaba
entre las entrañas de la tierra:
todo el invierno
su veneno cocía
en las entrañas de la tierra.
Pero yo llegué
al aliento de la primavera;
la hostigué, le grité
«Sal fuera, si te atreves,
al aire de la primavera!».
Que era una traidora
mujer o, si no, que era el Diablo
decía la gente;
pero yo la he visto:
ni era mujer ni el Diablo era.
Era la gente misma,
era la ley de los hombres malos:
su cuerpo, carreteras
de asfalto; sus ojos,
luz de neón de los hombres malos.
Ahora que estoy muerto
cantaré mi canto de victoria.
Pateando las grasas negras
de la serpiente,
canto mi canto de victoria.
Salió al fin de su hura,
que dentro de mi cuerpo estaba:
allí vivía: allí
pacía de mis hígados
y dentro de mi carne estaba.
Con la leche blanca
de mi madre, con las negras letras
me había entrado dentro;
y fabricó mi dentro
de negra leche y malas letras.
«Sal aquí», le dije,
«¡saca al sol tu cabeza ciega!»
Grité en las guaridas
de mi alma «¡Saca
al sol de todos tu cabeza ciega!»
Y rugía y gruñía
y gemía «¡Si yo soy tu madre!»,
y a rastras salía,
y yo más la azuzaba
«¡Pues gime, pues eres mi madre!»
Pero era mentira:
porque yo era el hijo de la gran puta:
mi padre, millones;
mi madre, ninguna:
era sólo el hijo de la gran puta.
Ahora que soy uno
con todas las crías de la tierra
cantaré mi canto,
mi canto de victoria,
el de todas las crías de la tierra.
Como al golpe de la azada
sale a la luz la lombriz gigante,
y en blancuzca blandura
se retuerce deslumbrada
a la luz la lombriz gigante,
así ella temblaba
cuando refuté su vieja mentira
con razones mortales
y del fondo del asco
vomité mi vieja mentira.
Cuando fuera estuvo,
yo en tanto había muerto en la guerra;
matarla quería
con mi propia espada,
pero había muerto en la guerra.
Y en el mismo instante
miré en torno, y la vida era hermosa:
rosales sangraban
un aroma palpable
todo en torno, y la vida era hermosa.
Las hermanas vinieron
con el cuerpo deslumbrante de blanco:
a abrevar en mi noche
venían hermanas
deslumbrante su cuerpo de blanco.
Ahora que estoy vivo
cantaré mi canto de victoria.
Con la piel de la muerte
ceñida a mis ríñones
canto mi canto de victoria.
Esta mano era
por momentos la mano de una diosa,
y yo me la miraba,
y no lo creía;
y mi voz era voz de una diosa,
que gritaba «Yo
soy el lucero de la mañana.
No soy la que soy:
soy la que no soy,
lucero de la tarde y de la mañana.
Yo soy tu enemiga;
yo soy la amiga de los hombres;
y traigo en mi espada,
mala fe, tu muerte,
porque soy la amiga de los hombres.
Soy el bien del mal,
soy juventud y sabiduría.
Muere, vieja mentira,
muere de herida doble
de juventud y sabiduría!»
Y diciendo, hirió
de vida a mi querida muerte;
y ella viva nacía,
una virgen blanca,
del cadáver de mi propia muerte.
Ahora que ella vive,
que resuene el canto de victoria.
Por los ojos dorados
de la virgen blanca,
recordad el canto de la victoria.
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